Sábado, 20 de Abril 2024

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El octavo día despertó e hizo los libros

Por: Augusto Chacón

El octavo día despertó e hizo los libros

El octavo día despertó e hizo los libros

El libro, como idea, es perfecto, y hay libros, objetos concretos, que son perfectos, de los meticulosa y costosamente hechos, a los simples, casi mínimos, que nomás de verlos emocionan. Un ejemplo, de la reciente Feria del Libro Usado y Antiguo que se instaló hace poco como cinturón del palacio municipal de Guadalajara; en uno de los estantes de las tantas librerías que mostraban lo suyo, en la parte baja, por sobre una etiqueta amarillo limón con letrero hecho a mano en el que se leía: “Poesía”, asomaba un librito, más bien una plaquette, que por uno de esos misterios librescos llamó mi atención a pesar de que el inexistente lomo no daba alguna pista; lo tomé con cuidado, no lucía antiguo, sí viejo, pero en buen estado, su autor, Nicolás Guillén, y la obra: Sóngoro cosongo. Mientras miraba y remiraba el ejemplar, escuché a la joven dependienta responder a distintas personas: el precio está en la primera página. No era el caso de Sóngoro, así que, ni modo: ¿cuánto cuesta? Tomó el librillo, noté un leve respingo en la muchacha. Permítame, dijo. Hizo una llamada a través de su celular, por cortesía me alejé un tanto, el local improvisado era mínimo. Cinco minutos duró su consulta telefónica y al cabo: cuesta ochocientos pesos, algo percibió en mi reacción porque inmediatamente añadió: es que es una primera edición. Me contuve de exclamar: sóoongoro, y recordé una de esas historias que se cuentan, de las que no podemos dar por ciertas así nomás, pero que le vienen bien a la anécdota: en un rasposo encuentro entre un grupo de escritores -en el que estaba Nicolás Guillén- y Octavio Paz, los primeros acusaron al segundo de ser un poeta burgués, Paz se concentró en Guillén y le dijo: y tú no escribes poesía, la bailas. Yo, con el modesto libro de marras, bailé, pero soy de los que no confunden fácilmente lo caro con no traer dinero suficiente. Por lo demás, qué bonito: bailar poesía, si en aquel entonces así insultaban los poetas acusados de aburguesamiento, hemos perdido mucho.  

«Ya se sabe -se lee al inicio de un párrafo del cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges-: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Sí, es sabido, pero frecuentemente olvidado, confundimos la acumulación de barullo con lo sensato porque estamos convencidos de que lo que cuenta, lo digno de ser atendido, es lo mucho, por la repetición machacona de sucesos que sin dificultad inscribimos en ese marco irrefutable que llamamos realidad: los que desbordan la nota roja y que apuntan, por un lado, al dolor y la injusticia que cotidianamente aquejan a multitudes regadas por todo el país y, por otro, a las autoridades que nomás no previenen, no resuelven y tal vez no les importa; las andanzas, entrecruzamientos y lizas vulgares, por codicias groseras e individualizada voluntad de poder, entre quienes identificamos como miembros, mujeres y hombres, de la clase política; los disfrutes-fugas, deportes y espectáculos, que aportan el relajamiento que hace posible transitar por las penumbras que ocupan buena parte del paisaje cotidiano. Pero cada año, por encima del collage descrito: la FIL, un todo que dura nueve días, señalado en el calendario de la región como si ritual milenario, que es la ciudad misma con sus ciudadanos y que refrenda la posibilidad de la fiesta comunitaria y colectiva, es «una línea razonable o una recta noticia» con la pluralidad de sus felicidades, de sus cuitas y conflictos, retoño gozoso en medio de «leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias», externos a la Feria y desde ella misma.

«El universo (que otros llaman la Biblioteca)», así comienza el cuento de Borges al que recurro cuando la estación del año llamada FIL se impone. Con todo y que Borges apunta a hacer menos ardua la noción del universo infinito, o al menos intenta definirla, «la Biblioteca es ilimitada y periódica», no me parece una desmesura referir su narración a la FIL, o quizá lo es, pero no puedo impedir pensar en la imagen que él creó cuando veo el edificio de la Expo engullendo gente: «la Biblioteca es total (…) todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros.»    

El libro, como idea, es perfecto, y hay libros, objetos concretos, que son perfectos, de los meticulosa y costosamente hechos, a los simples, casi mínimos, que nomás de verlos emocionan; y esa perfección encantadoramente doméstica, de ninguna manera ajena e inaccesible, en Guadalajara suele habitar un continente llamado FIL. Pero la perfección de los libros reclama, para que la podamos confirmar, que cada cual, cada una, cada uno, sea capaz del libre albedrío (así como la lectura complementa lo escrito). La libertad para decidir y que nadie impida acercarse a un volumen, y tomarlo, leer y que nos interpele e interpelarlo. Si luego de una generación en que la FIL se ha imbricado en la historia de Guadalajara y en las vidas de millones, hay quienes por jerarquías perversamente entendidas claudican a ejercer su libre albedrío y mansamente se sustraen de la Biblioteca de Babel y de sus contenidos, algo o mucho está muy mal, con todo y que serán los menos, cantidad insignificante. Al resto nos espera la aventura inefable de ir a la FIL y, en una de ésas, sóngoro cosongo, damos con “las autobiografías de los arcángeles”.

agustino20@gmail.com

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