Viernes, 26 de Abril 2024

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El Trocadero

Por: Eugenio Ruiz Orozco

El Trocadero

El Trocadero

Ramón Álvarez, “El Ruso”, es un jalisciense singular. Ramón es un personaje digno de admiración. Autodidacta. Es una de las personas que más y mejor conocen las historias nacional y regional. Se dedica a la compra-venta de libros usados. Sin embargo, Ramón sabe además de cerámica, pintura, arqueología, artesanía fina y muebles, en general de antigüedades y cosas viejas.

Por muchos años ha vivido en ese mundo; primero, desde 1970, en El Baratillo, ubicado en la calle 38 del Sector Libertad de nuestra ciudad; luego, a partir de 1989, en El Trocadero -mercado de pulgas- establecido por iniciativa de Javier Torres Ladrón de Guevara junto con Alberto Petersen, José María Servín, Juan López Jiménez, Ismael Guerra y Luis Rodríguez Aceves, a un lado de lo que fue el Centro de Arte Moderno, de donde se traslada a la tienda de Mario Collignon, y seis años después, en 1995, al lugar que hasta la fecha ocupa en la Plaza de la República ubicada en la confluencia de las calles de San Felipe y Juan Manuel, precisamente donde se inicia la Avenida México.

A ellos se debe que nuestra ciudad tenga un lugar dedicado al comercio de antigüedades y cosas viejas, cosas que nos revelan cómo vivieron los tapatíos de hace algunas décadas.

El Trocadero, porque las cosas revelan el alma de sus dueños, es una ventana abierta al pasado que nos da pistas sobre la forma de vida, hábitos, costumbres, gustos y preferencias de los habitantes de nuestra región y nos permite reflexionar sobre la personalidad, creencias, visión de futuro y compromisos políticos de las clases medias tapatías, quienes jugaron, en los siglos XIX y XX, un importantísimo papel en la construcción de nuestra identidad nacional.

Ahí, en El Trocadero, podemos encontrar muebles que fueron usados durante las tertulias que la clase acomodada celebraba regularmente, objetos que alguna vez pertenecieron a personajes destacados de nuestra ciudad o del país, pinturas religiosas o de celebridades; ahí convergen intelectuales (no se puede decir intelectualas ¿verdad?) buscando un libro viejo, decoradores y decoradoras tratando de encontrar algún cachivache que acomode en el eclecticismo de los nuevos tiempos en el rincón de un departamento minimalista o simplemente curiosos que aprovechan el domingo para convivir a semejanza de aquellos días de campo en los que los tapatíos visitaban la barranca, iban a Toluquilla, a Los Colomos o consumían el tiempo en el centro de la ciudad disfrutando los turrones, los algodones de azúcar, las manzanas cubiertas de caramelo, los duros y todas aquellas golosinas que hacían la delicia de los niños.

Ahora que el concepto de vida se ha modificado substituyendo las viejas casonas por los departamentos, los mercados por las tiendas de conveniencia, las plazas públicas por los centros comerciales, la plática cara a cara por el chat, vale la pena echar una ojeada a ese mundo que, sin nostalgia, se fue y no volverá.

Gracias, Ramón.

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