Martes, 23 de Abril 2024

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Dios no hace ricos ni pobres

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Dios no hace ricos ni pobres

Dios no hace ricos ni pobres

 Samuel Ramos, padre de la antropología social en México, escribió en 1934 un pequeño libro: “El Perfil del Hombre y la Cultura en México”, en el que trata de encontrar las razones de nuestra conducta, de nuestro comportamiento individual y colectivo, de ¿cómo y por qué somos como somos?

Es un libro fuerte, intenso, duro. En alguna de sus partes, es difícil de leer porque es difícil aceptar la verdad, más para un pueblo como el nuestro, emotivo, inculto, rencoroso, lleno de miedos y complejos establecidos. Se ha reimpreso sesenta y cuatro ocasiones. Debería ser un texto de lectura obligatorio para todos aquellos interesados en la vida pública y privada de nuestro país.

 “Conócete a ti mismo”. -Sócrates

Hoy, la realidad nos golpea. No podemos negarla, evadirla, soslayarla. 

Tenemos que cambiar.

No podemos continuar repitiendo mecánica, inercial, irracionalmente lo que hemos hecho por siglos, sí, por siglos, desde antes de la Colonia, hasta nuestros días. Desde antes de que éste, nuestro país, se llamase México, nos hemos conducido en medio de prejuicios, contradicciones, conflictos no procesados adecuadamente, desconfianza, verdades a medias e intereses que en algunas ocasiones se vuelven insalvables, incluso para identificarnos como miembros de una Nación. 

El resultado ya lo conocemos: una sociedad llena de resentimientos en la que se exaltan las bondades de la pobreza y se sataniza la riqueza. Una sociedad permisiva en la que desde el confesionario se perdona todo, incluso los más graves delitos si se dan muestras de “arrepentimiento”. Una sociedad en la que algunos Jueces y Magistrados están atentos a lo que cae en el cajón y voltean la cara a la Justicia. Una sociedad en la que unos cuantos, incluidos algunos políticos, acumulan la riqueza nacional y una inmensa mayoría acumula el rencor de los que nada tienen. Una sociedad con una idea equivocada de la moral y de la moralidad. Una sociedad en la que “los otros”, no yo, son culpables de mi mediocridad y de mi fracaso. 

Una sociedad que fomenta el acuerdo en lo obscurito, la dádiva y el cochupo; que en medio de la “valentía” esconde un profundo complejo de inferioridad; que en el machismo de los hombres, y ahora de las mujeres, oculta atavismos que por generaciones han sido caldo de cultivo de una subcultura en la que el indigenismo, el mestizaje y el criollismo prevalecen sin constituir una unidad. 

Somos un pueblo anarquista, disruptivo, fatalista e inseguro de sí mismo porque “Dios así lo quiso”.

La disciplina nos cuesta trabajo, el abuso se nos da fácil. “No pido que me den, nomás que me pongan donde hay”; “¿A dónde vas conveniencia?... donde haya comodidad”. Con esa mentalidad infantil, inmadura, individualista, mítica (“Dios proveerá”), nos sentamos a esperar que Dios nos haga el milagro de hacernos ricos, mientras nuestra pobreza de espíritu nos condena a la miseria.

No podemos seguir así.  Tenemos que cambiar. 

Es hora de asumir nuestra responsabilidad o ¿seguiremos como los avestruces, escondiendo la cabeza y viendo la paja en el ojo ajeno?

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