Viernes, 19 de Abril 2024

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Moralizar a las clases medias

Por: Diego Petersen

Moralizar a las clases medias

Moralizar a las clases medias

Tenemos un presidente con vocación de ministro religioso. No es novedad. Pocas cosas le gustan tanto como moralizar, dar sermones, hacer recomendaciones de cómo vivir. Habla más de valores, civiles o religiosos, que de problemas de gobierno. Cree firmemente que el problema de la violencia tiene más que ver con la degradación espiritual del país que con un asunto estructural.

Tenemos un presidente que cree, fervientemente, que la derrota de su partido en la Ciudad de México se debe a una degradación moral de las clases medias y no a un voto de castigo por una mala gestión de la pandemia, por la crisis económica derivada de ésta o como castigo a los responsables de la Línea 12. En su cabeza las clases medias son malagradecidas, manipulables, hipócritas, pues le hicieron creer en las encuestas que votarían por sus candidatos.

Tenemos un presidente convencido de que su investidura como jefe de Estado le alcanza para definir cómo deben vivir los mexicanos que “ellos” sacarán de la pobreza. Porque salir de la pobreza no es el resultado de un trabajo, de una oportunidad económica, del cumplimiento de una obligación del Estado, sino el producto de una graciosa y amable concesión de “ellos”, un gobierno dadivoso, amoroso, fraternal, pero que quiere una sociedad que piense bonito, como a “ellos” les gusta.

La tentación redentora detrás de la idea de una “nueva clase media”, la idea del “hombre nuevo” es uno de los rasgos más comunes del autoritarismo, sea de izquierda o de derecha

Tenemos un presidente que quiere una nueva clase media, más humana, fraterna y solidaria, que no se deje influenciar, o al menos no por los que el presidente no quiere, como si él pudiera decidir los destinos de las conciencias.

La tentación redentora detrás de la idea de una “nueva clase media”, la idea del “hombre nuevo” es uno de los rasgos más comunes del autoritarismo, sea de izquierda o de derecha, del comunismo soviético o del fascismo alemán, y del moralismo, venga este del pensamiento cristiano o del Che Guevara. Moldear ideológicamente a los otros no es sino un viejo delirio de poder.

Pero las clases medias son lo que son en primer término porque son en plural, porque el término es tan amplio que no define gran cosa. Hay que hablar de “clases medias” y no de una clase media, justamente porque nadie puede definir a esa masa amorfa, que no es rica ni pobre, donde cabe un país entero, con sus convergencias y divergencias, sus caprichos y convicciones, sus cambios de humor, su racionalidad y sus berrinches.

Nadie ha podido nunca ni podrá moralizar a las clases medias. A lo más que llegará es a encantarlas para luego decepcionarlas y recibir el voto en contra. Esa es la gran virtud de la vituperada democracia.

diego.petersen@informador.com.mx

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