Martes, 16 de Abril 2024

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Desaparecer…

Por: Isaack de Loza

Desaparecer…

Desaparecer…

Imagínate esto. Te encuentras en casa: tu lugar más seguro en el mundo. Descansas, ves la tele, disfrutas de un videojuego, un libro o quizás preparas algo para cenar.

Todo marcha bien, todo está en calma. En tu lugar seguro está tu familia entera y eso es lo único que importa.

La calle está tranquila hasta que oyes chirriar las llantas de un auto. O dos. O quizás son más. Se detienen justo afuera de tu domicilio y, segundos después, un grupo armado derriba la puerta de entrada de un solo golpe.

Tu casa está invadida. Hay extraños en ella. Todos con la cara cubierta mientras te insultan. Les gritan a tus hijos, a tu pareja y a tus padres. Les ordenan que se tiren al suelo. Dicen que son de la Fiscalía y que van por ti.

Amenazan con hacerles daño si intentas algo. Te golpean. Te sacan a rastras de ese, que hasta hace unos momentos, era el lugar más seguro del mundo, y te suben a una camioneta. Luego las llantas vuelven a chirriar y ya no estás.

Pasado el shock y el trauma, tu familia recuerda lo último que escuchó: “Somos de la Fiscalía”, así que van por ti a las oficinas de la Zona Industrial, sólo para obtener nada como respuesta. Luego, alguien les va a recomendar que vayan a buscarte a un hospital o, de plano, al Servicio Médico Forense.

Mientras escuchas, ves o lees estas palabras, miles de familias en Jalisco padecen esa cruda realidad en búsqueda de sus seres queridos.

Mientras escuchas, ves o lees estas palabras, hay personas en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses que esperan obtener informes sobre su familiar.

Mientras escuchas, ves o lees estas palabras, hay madres de familia cavando en zonas remotas de Guadalajara para tratar de localizar los restos de sus desaparecidos.

Desafortunadamente, el fenómeno de la desaparición se ha normalizado tanto que ya lo llamamos así: fenómeno, y está muy lejos de ser una actividad que se produce en la naturaleza. Es una aberración y una crisis a la que el Estado decidió voltearle la cara.

Porque en Jalisco la cosa es así: si lo ignoras, no existe. Y si no existe, no es crisis. Y si no es crisis, el discurso de éxito que te armaron tus asesores se sostiene. Y si, además, recibes la bendición del Papa, todo Jalisco está en paz y tus vacaciones en Europa están más que merecidas.

El que un grupo de madres de familia sea quien se organice para desenterrar cuerpos en fosas clandestinas es aberrante. Inconcebible. Está fuera de toda lógica.

Miguel Alejandro Soto Martín desapareció. Así, sin más: desapareció. Un grupo armado forzó el ingreso a su casa y se lo llevó. Nada se sabe de él.

Un Estado que ha normalizado esa realidad, y que prefiere revictimizar antes que resolver, ha probado no sólo su terrible indolencia, sino que está de acuerdo con la impunidad. Y ningún país democrático que se precie de serlo puede llamarse así cuando sus habitantes simplemente dejan de estar.

Qué importa a lo que se dediquen en vida. Imaginen que una vida, una historia, un recuerdo, termina diluyéndose en nada. Que termina en una bolsa. En piezas. Que el niño, la niña que un día fue, hoy está repartido en bolsas pudriéndose en la tierra o degradándose en aguas negras.

Ese terror es real. Se vive en Jalisco.

Por eso se marcha. Por eso se grita. Por eso se llora. Para acabar con la indolencia y poner a trabajar a un Estado que está obligado a procurarnos seguridad.

Personalmente, espero que Miguel Alejandro, Jorge Eduardo Martínez, César Ulises Quintero, Juan Carlos Castañeda, José de Jesús y Abraham Covarrubias Martínez, y otros miles más, regresen vivos con su familia.

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