Miércoles, 24 de Abril 2024

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Del miedo a la muerte

Por: Martín Casillas de Alba

Del miedo a la muerte

Del miedo a la muerte

“Ningún otro pueblo ha representado la muerte en forma tan obsesiva como algunas de nuestras culturas prehispánicas. ¿Culto a la muerte? Más bien culto a la vida... a través de la muerte”, explicó Eduardo Matos Moctezuma al inaugurar la Cátedra en Harvard que lleva su nombre.

Tomé nota de lo que dijo Matos porque el próximo jueves 2 de noviembre se celebra el día de los Santos Difuntos y, ese día, la gente lleva a cabo esos cultos a la muerte y los cementerios se llenan de flores, comida y bebida para los enterrados, como lo hacían en la Grecia antigua, tal como lo leemos en la Electra de Sófocles cuando la joven estaba en la tumba de su padre Agamenón, asesinado por su madre Clitemnestra que lo hizo cachitos con una hacha mientras tomaba su baño de asiento el mismo día que había regresado triunfante de Troya de la mano de Casandra, la joven profetisa troyana. De pronto, el Coro le advierte a Electra que sería mejor que se callara pues han visto “salir del palacio a Crisótemis a su hermana llevando en las manos cosas fúnebres como las que les ofrecen a los muertos” que no era otra cosa que una jarra de vino para escanciar al sediento enterrado.

Otros creen que los muertos pululan y se aparecen como fantasmas –o en sueños–, como el rey Hamlet, muerto por su hermano Claudio, que se le apareció a su hijo para explicarle cómo es que había sido asesinado y, de pasada, pedirle que lo vengara, cosa que tardó en realizar y, por eso, pudimos compartir sus dudas existenciales.

Hace años, cuando escribía los relatos de la abuela Cova, publicadas como Confesiones de Maclovia (1995), había pasado más de un año en una inmersión total, pensando cómo es que se sentiría ella en diferentes etapas de su vida. Sin duda fue un buen ejercicio de empatía. Cuando escribí el final de su vida, sobre su enfermedad y muerte, me sirvió de espejo para ver qué era lo que me daba miedo. Ahí es cuando descubro que más que otra cosa, el miedo que tenía era por el proceso de muerte, sobre todo, después de haber compadecido a mi madre, viéndola sufrir el último año de su vida, tal como imaginé el sufrimiento de Cova por ese cáncer que acabó con ella, como con Mina mi hermana, a quien la que vi sufrir, desesperada, un mes antes de morir.

Aunque también he sabido de otros afortunados que han muerto mientras dormían. Mi miedo resulta que era por sufrir el proceso y no tanto por la muerte misma, un miedo que el poeta Lucrecio (90-55 a.C.) elimina en su tratado sobre La naturaleza de las cosas en donde nos hace saber que el alma muere con el cuerpo y, por eso, es inútil vivir con miedo al más allá, pues la muerte es “eso que no hemos sentido y que ha sucedido antes de nuestro nacimiento, como así será lo que sentiremos cuando hayamos muerto. Temer la muerte es temer a la nada y, el lamento por la muerte, priva a los seres humanos de los placeres de la vida, pues se nos olvida que de nada se priva quien ya no es nada y que no hay privación alguna donde se ha extinguido el deseo. Vano y necio es el embuste de la ultratumba infernal”, como lo propone el poeta latino.

Este tratado resultó ser un catalizador del pensamiento moderno y del Renacimiento y para aquellos que aceptaron sus ideas, pudieron disfrutar de la belleza y del placer que nos ofrece la vida mientras dura, al tiempo que les preguntaba a los que seguían teniendo miedo del más allá: “¿Y de morir tú dudas, y te indignas, tú a quien la vida es muerte continuada, sintiéndote morir a cada instante?” Sí, el miedo paraliza.

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