Miércoles, 24 de Abril 2024

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Cuando Bach venció a Mao

Por: Martín Casillas de Alba

Cuando Bach venció a Mao

Cuando Bach venció a Mao

Acabo de descubrir la historia de Zhu Xiao-Mei (1949-), una pianista china intérprete de las obras de Bach que nació en Shanghái. A los seis años entró a la Escuela Nacional de Música y, por ser una niña superdotada, a los 11 ingresó al Conservatorio de Pekín. Como todas las jóvenes de su época, participó en la Revolución Cultural (1966-1976) sin saber las consecuencias que estarían en su contra, pues el piano estaba considerado un instrumento contrarrevolucionario. por lo que fue juzgada y enviada a un campo de concentración en la frontera con Mongolia. Estando cautiva se las ingenió para seguir tocando y, para no morirse, repasaba en su cabeza las Variaciones de Goldberg.

En 1980, a los 31 años de edad, pudo salir de China para irse primero a los Estados Unidos, hasta que, en 1984, decidió residir en París y desde ahí, ofrecer conciertos por todo el mundo.

Zhu Xiao-Mei o cómo Bach venció a Mao es un programa que pasaron en Film & Arts y mientras relataban los capítulos de su vida, escuchamos esa finura y delicadeza con las que interpreta las Variaciones de Goldberg o cualquier otra obra de Bach, trataba de entender cómo es que una china, con esa juventud troncada, pudo digerir, sublimar e interpretar como pocos en el mundo, la música de Bach del siglo XVIII, estructurada con unas notas matemáticamente dispuestas, cuyos efectos se parecen, según Zhu, a la meditación budista.

Hace poco aceptó hacer una gira por China interpretando obras de Bach sin importar que hacía 35 años había salido y que aún quedaban huellas y algunas grietas en su alma. Viajamos con ella a Shanghái, luego a Sichuan en donde está el conservatorio más grande de China y, finalmente, a Pekín.

En todas las ciudades, las funciones se agotaban y las salas de conciertos rebosaban de jóvenes –otra sorpresa–, para escuchar a la sobreviviente de la Revolución Cultural hecha toda una intérprete que se impone en el escenario por su sencillez y su talento para desplegar sola y su alma, sentada al piano, para interpretar su programa con las obras de Bach.

Las salas tienen un aforo mayor que la Sala Plácido Domingo del Conjunto de las Artes que dan cabida a mil 695 cristianos. Bueno, pues las salas estaban a reventar, la mayoría eran los millennials chinos que disfrutaban del juego de armonías y de las fugas precisas y sus repeticiones intercaladas una detrás de la otra, mientras que el público levitaba al oír la música de Juan Sebastián Bach con tal delicadeza como lo hace Zhu, contagiados por la emoción implícita.

Algunas mañanas oigo fragmentos de esas Variaciones un poco para ordenar mis pensamientos y empezar a despertar en un especie de paraíso, agradeciéndole a Zhu la manera como toca la filigrana de puntos suspensivos colgados al aire, al tiempo que despliega un algo, que no sé qué es, pero que provoca a uno de estos ángeles que ronda por mis rumbos que me tome en vilo y me sienta a unos cuantos centímetros de la tierra que piso.

Zhu se va al campo de Francia para respirar ese oxígeno puro de las montañas antes de volver a sumergirse en sus partituras para que escuchemos “el perpetuo rumor del arroyo”, como decía Proust. Al final la vemos en la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig donde está enterrado Bach y, como buena china, acostumbrada a hablar con sus muertos, lo hace con el compositor al piano, agradeciéndole que le haya salvado la vida cuando, en medio de la penumbra de su juventud recorría las notas con sus Variaciones para seguir viva.

Su vida y sus interpretaciones me han cautivado como si escuchara una plegaria o regresara uno de esos ángeles que vuelan por estos rumbos para volver a elevarme al más alto grado del espíritu, como si estuviéramos hechos de fuego.

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