Sábado, 20 de Abril 2024

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Crimen y creencia

Por: Diego Petersen

Crimen y creencia

Crimen y creencia

¿Qué tienen en común el caso Marcial Maciel, las acusaciones contra Naasón Joaquín García, el líder de la iglesia La Luz del Mundo, y el juicio al líder del grupo Nxivm, Keith Raniere? Los tres escándalos revelan cómo se mezclan actos criminales y sistemas de creencia, pero sobre todo cómo estos sistemas son la fachada perfecta para encubrir conductas criminales.

Lo que hace particularmente complejos este tipo de casos, como lo hemos visto claramente en la gran cantidad de acusaciones sobre abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes de la iglesia católica, es el uso de la creencia como una forma de dominación. El abuso es doble, no sólo se trata de una sumisión al líder por vía de la creencia, sino el uso de ésta para someter y vejar al ofendido.

Socialmente estos casos tienen un efecto perverso, pues en los tres la primera reacción de la comunidad de creyentes es la defensa del agresor y la negación de la evidencia. Cuando comenzaron a salir los primeros datos sobre los abusos sexuales de Marcial Maciel (que sin duda pasará a la historia como una de las mentes criminales más sofisticadas del siglo XX) la reacción de sus seguidores fue culpar de difamadores a los acusadores y criminalizar a las víctimas, tal como sucede ahora con las bases de creyentes de La Luz del Mundo.

Socialmente estos casos tienen un efecto perverso, pues en los tres la primera reacción de la comunidad de creyentes es la defensa del agresor y la negación de la evidencia

No se trata, como señalan algunos analistas, de un problema asociado al nivel cultural del ofendido. Los abusos tienen mucho que ver con la fanatización de las víctimas y el uso de poder de los victimarios. Se trata de la seducción del poderoso frente al enamoramiento total de sus seguidores, sean ricos o pobres, estudiados o poco leídos.

Si algo ha quedado claro en estos casos, sean iglesias que promueven teologías de la prosperidad, o congregaciones del éxito -como atinadamente las nombró Cristina Gutiérrez Zúñiga- que sacralizan las aspiraciones del enriquecimiento mediante empresas multinivel, es la falta de normatividad por parte del Estado mexicano que permita atajar a tiempo este tipo de abusos, donde los signos del poderío económico se entremezclan con mesianismos personales y sometimientos sexuales. Las maquinarias de las congregaciones permiten evadir la justicia: ni Marcial Maciel ni Samuel Joaquín González (padre de Naasón) fueron jamás juzgados en México, a pesar de los testimonios públicos presentados a lo largo de los años. Igual sucede con multitud de crímenes cometidos por diversos sacerdotes y pastores que quedan solo en denuncia, sin afectar o encausar averiguaciones contra las iglesias que los han resguardado para cometer delitos. Los castigos vienen de fuera o no vendrán, porque en este país las iglesias están blindadas ante la justicia.

Urge salirnos de la casuística y el escándalo de moda para pensar qué mecanismos hay detrás de estos abusos, cuál es la red de complicidades que los hace posibles e invisibles. El primer control tiene que ver con el dinero: fiscalizar más y mejor a las iglesias y congregaciones y una mayor transparencia de sus actos y decisiones permitirá atajar muchos delitos antes de que se cometan. 

(diego.petersen@informador.com.mx)

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