Sábado, 20 de Abril 2024

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Correctora incorregible

Por: Paty Blue

Correctora incorregible

Correctora incorregible

Y yo que me creía tan buena pa escribir y tan ducha en las cuestiones de la ortografía, en cuanto comencé a trabajar en un periódico me fue muy difícil someter hasta mis soberbias convicciones semánticas al arbitrio de un corrector que me enmendara mi infalible plana. Tan rudo fue el golpe a mi ego ilustrado (y alabado por las monjas del colegio), que no tardé en bautizar a mi primer verdugo lingüístico, aunque se trataba de una atildada pero fiera dama, como “Freddy Krueger”, en honor al descarnado villanazo de una película de terror en boga, quien sin media consideración partida por la mitad, teñía de rojo mis textos con su implacable Flair de punto extra fino. Eran tiempos en que todavía se corregía a mano sobre papel y prácticamente ningún escribiente escapaba de las despiadadas intervenciones de los especializados en el asunto que, apenas un par de años después, se escabechaban a sus potenciales víctimas por computadora y frente a un monitor de amplias dimensiones que magnificaban el error sin posibilidad de soslayarlo. Creo que, a partir de ahí, hasta los dichosos Flair desaparecieron del mercado.

Tan malvada como siempre he sido, hasta se me llegó a figurar que estos expertos, blandiendo su plumín colorado, experimentaban algún perverso placer en garabatear los discursos ajenos y en hacer sucumbir al autor bajo el peso de sus gordos volúmenes sobre los que sustentaban sus argumentos correctivos. Y como María de Moliner, Corominas y la Real Academia Española con sus gloriosos diccionarios no siempre coincidieron con mis silvestres aprendizajes, no tuve más remedio que alinearme a las exigencias de estilo que demandaban para conseguir una escritura medianamente pulcra y digna de publicación.

Pero la vida que todo se cobra y a nadie le queda debiendo, me tiene ahora en la posición de quienes en el pasado tanto temí y acabé reverenciando por el puntilloso ejercicio de su arte silencioso y no siempre bien reconocido. Hoy, a cargo de la corrección de las tesis de quienes pretenden egresar de la licenciatura en Medios Audiovisuales, se me va la vida en digerir todos los denuestos mentales que proferí cuando era yo la sujeta a la quisquillosa corrección. Por ahora, hasta doña Josefa Ortiz, famosa por corregidora, palidecería frente a la andanada de textos que debo enmendar y que provienen de una cuarentena de chamacos muy hábiles para inventar historias, escenificar, fotografiar, editar o sonorizar, pero no precisamente para redactar lo que, una vez impreso, habrán de defender frente a los sinodales para titularse.

Y ahí me tienen, haciendo acopio de la paciencia que otros tuvieron conmigo, repitiendo hasta la náusea que faltan comas, sobran puntos, esto va con S y aquello con C; que falta una H por aquí y sobra una mayúscula por allá; que aveces va separado y através también. No se escribe moustro, ni personaje leyendario; que la ausencia de acentos cambia por completo el sentido de una frase. Que “la pérdida de tu hermana” y “la perdida de tu hermana” no significan lo mismo, como tampoco empatan las expresiones “sé la clave” y “se la clavé”. Y que párrafos como: “la psicoacústica ya ha utilizado por grandes compositores sonoros, se buscara la forma en que han utilizado y aplicado correctamente la técnica” con perfectamente inadmisibles. Así las cosas, me he convertido en una incorregible correctora, de ésas que alguna vez aborrecí y ahora aprecio y valoro tanto, como a mi querida Rosy Morales, mi otrora temible “Freddy Krueger”.

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