Martes, 23 de Abril 2024

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Conversaciones con mamá

Por: Martín Casillas de Alba

Conversaciones con mamá

Conversaciones con mamá

Se puede hablar con los vivos y con los muertos, si no, lean a Rulfo y verán cómo es posible llevar a cabo esto de manera natural. El duelo sirve para eso, y una vez que somos invisibles, como se queda dentro de uno, podemos seguir nuestra plática.

Conversaciones con mamá del argentino Jordi Galcerán es la nueva puesta en escena que dirige Antonio Castro con un elenco sorprendente: Jesús Ochoa (1969-) como Jaime, el hijo de su madre, Queta Lavat (1929-), una actriz que en febrero cumple ochenta y nueve años y que está verdaderamente espléndida, congruente y fluida con perfecta dicción en sus diálogos ahora como una de las tantas madres que hay en el territorio, como en el otro, manteniendo una conversación plena de realismo como las que a veces podemos tener en la vida, sobre todo si la codependencia es per secula seculorum.

La obra en dos actos se presenta en la Ciudad de México en el Teatro 11 de Julio después de haber terminado una gira por más de veinte plazas. La escenografía es de Carlos Oroná, la música de Miguel Ángel Hernández y la producción es de Rubén Lara.

La obra fluye desde el momento que Jaime, llega al departamento donde vive su madre y se preocupa por su ausencia. Luego, como todo hijo que se respete, trata de ponerla entre su espada y la pared formada por la nuera y la consuegra, mientras la madre defiende su libertad en general y su departamento en particular que, por circunstancias de la vida, entre otras, el desempleo reciente del mandilón de su hijo, éste se ve orillado a la orilla para venderlo y por eso le propone tímidamente que se vaya a vivir con ellos… al cuarto de servicio.

Jesús Ochoa es una garantía para que la comedia tenga éxito. Una vez que vemos a este hombrón del norte conversar con su madre, aunque al rato se doblega, mientras se tensa la cuerda antes de que se dispare la flecha que, por el viento y el azar entrometido que actúa como “deus ex maquina” para resolver la ecuación, disparándose por el aire en medio de una lluvia pertinaz, cuando el hijo, tal como era de chiquillo, vuelve a disfrutar de la libertad, pataleando en los charcos y disfrutando del agua que cae a chorros.

Queta Lavat tendrá 89 años de edad en febrero y la vimos subirse al escenario como si estuviera en su casa, desplegando todas las mañas que tienen las actrices para defender, en plena senectud, sus principios de libertad sacando las uñas para no salir de su departamento, sino, como dicen, ‘con los tenis por delante’.

Vive una relación con un tercero, un homeless argentino que comparte con ella los placeres de su comida y, de repente, se cubre bajo el techo para protegerse de la intemperie, este que es un anárquico que se la pasa manifestándose en la calle y, cuando se cansa, ofrece cursos gratuitos de ajedrez en el parque a espaldas del departamento en donde vive la mamá de Jaime.

La música que programó Miguel Ángel Hernández es sutil y nos recuerda el origen de ese hombre con un breve apunte de un tango de Piazzola que escuchamos en el intermedio, como si fuera un modesto pie de página, mientras cae la lluvia que, seguramente, un día dejará de hacerlo.

Es una obra ligera que nos hace reír. La obra la dirige Tony Castro que trató de aprovechar el Edipo que domina en este país (y en otras partes del mundo), para que florezca en el escenario cumpliendo uno de los principios básicos del teatro, pues sigue siendo el mejor simulacro de la vida que, en este caso, reímos al vernos retratados en ese espejo medio convexo.

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