Sábado, 20 de Abril 2024

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Ante todo no hagas daño

Por: Rosa Montero

Ante todo no hagas daño

Ante todo no hagas daño

Convivimos con monstruos subrepticios. Esto sí que es una invasión alienígena

Acaba de salir un libro de inquietante título: “Mi jefe es un psicópata”. Lo ha escrito el psicólogo Iñaki Piñuel y en él eleva de forma sustancial el número de malvados manipuladores y sin entrañas que hay en el mundo. Yo tenía entendido que había como un 1% de psicópatas, cifra que él sube al 2%; asimismo eleva el porcentaje de psicopatoides y narcisos, gente también muy mala, a valores entre el 10% y el 13%. No dudo de los datos del autor del libro, tan solo me siento sofocada ante tamaña avalancha de impresentables. Porque el total de estas sanguijuelas despiadadas llegaría al 15% de la población. Tan solo en España serían siete millones de tipejos. Convivimos con monstruos subrepticios. Esto sí que es una invasión alienígena y no la de los ultracuerpos.

Es curioso que la cantidad de individuos incapaces de sentir empatía y que utilizan al prójimo para su propio provecho coincida más o menos con la de personas con alta sensibilidad o PAS, una característica definida en los años noventa por la psicóloga norteamericana Elaine Aron y que sería exactamente lo contrario: individuos extremadamente empáticos. Hay científicos que dudan de esta clasificación, pero lo cierto es que las nuevas técnicas de neuroimagen demuestran que el cerebro PAS es distinto al cerebro medio. Pues bien, Aron dice que entre un 15% y un 20% de los humanos son PAS, sin diferencias entre mujeres y hombres. Parece que en los psicópatas no hay datos determinantes para saber si su miseria emocional se reparte entre ambos géneros (no sé si Piñuel habla de ello: aún no he leído el libro). Algunos estudios hechos en prisiones señalan que el 17% de las mujeres encarceladas son psicópatas, por el 30% de los presos varones. Pero eso no quiere decir nada con respecto a la población general. Yo tiendo a creer que, al igual que los PAS, los malos son malos sin distinción de sexos. Como si la humanidad fuera un cardumen de peces intrincadamente relacionados, como si el cuerpo social fuera un todo que tuviera extremos equidistantes y contrapuestos: los corazones de piedra contra los corazones de alcachofa. Tal vez haya una utilidad genética en todo ello. Una ventaja para la especie.

Y me digo lo de la ventaja genética un poco por pura desesperación, para poner algo de luz en esta abundancia de malvados. Verán, los psicópatas reales tienen muy poco que ver con los asesinos en serie de las películas (que los hay, claro está, pero son casos raros). Como bien dice Piñuel, en realidad suelen ser gente inteligente, seductora, brillante, a menudo con éxito social, con un don para manipular a los demás, para el engaño y para fingir emociones. De ahí que sean tan peligrosos: confunden, embelesan, envenenan y destruyen. Otros estudios ya habían demostrado que hay más psicópatas en la política y en los altos cargos de las grandes empresas; pensé que era porque son competitivos y competentes, porque no les frena nada, pero Piñuel apunta algo peor: que el entorno puede crear psicópatas; que no solo nacen, sino también se hacen, y que la deshumanización que a menudo conlleva el poder termina embotando la empatía.

Sea como fuere, están todos ahí. A nuestro lado. A veces, incluso, demasiado cerca. Quedémonos solo con el 2% de psicópatas puros: un millón de personas en España. Por supuesto que todos conocemos a alguien así. Por supuesto que hay psicópatas que están leyendo este artículo (y dudo mucho que se identifiquen). Yo, por ejemplo, tuve de muy joven un novio semejante (pasé un año angustioso hasta liberarme) y luego una amiga letal que ya no es amiga, por supuesto. Dos individuos muy tóxicos que me enseñaron a descubrir a primera vista a los malvados. Y eso es importante, lo dice Piñuel: hay que reconocerlos por sus actos, no por sus palabras, que son siempre encantadoras, sino por la estela de destrozos que van dejando.

Pero hay algo que yo creo que es aún más esencial, y es no seguirles el juego, no mirar para otro lado cuando están esclavizando a alguien, no ser cómodos, no ser cobardes, no tener complicidad con la maldad. Este es mi último artículo del verano: nos veremos de nuevo en septiembre. Mientras tanto, sigamos ese consejo del neurocirujano británico Henry Marsh, que escribió un precioso libro de memorias titulado así: Ante todo no hagas daño. Ahora y siempre.

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