Jueves, 25 de Abril 2024

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* Recriminaciones

Por: Jaime García Elías

* Recriminaciones

* Recriminaciones

Que los aficionados -algunos aficionados, al menos- recriminen a los jugadores de su propio equipo, es comprensible…

Si, como escribió Armando Nogueira, “el aficionado al futbol busca los domingos, en el estadio, la victoria que la vida le niega el resto de la semana”, es lógico que cuando ese anhelo no se cumple, el aficionado busque a quién culpar de su frustración; a quién endosar la factura de los platos rotos de la vida ordinaria… Y como el equipo y cada uno de sus jugadores, por un fenómeno sicológico de proyección, lo representan en esa lucha semanal por la compensación a los contratiempos y desengaños cotidianos, se explican tanto los motivos como los blancos de su malestar… y ocasionalmente de su ira.

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Dos hechos (que, “a falta de pan…”) alcanzaron el rango de noticia esta semana. Uno, la protesta de un grupo de aficionados -una decena, según las notas periodísticas- en las instalaciones del Atlas. Otro, el enfrentamiento de un aficionado con Miguel Ponce, jugador del Guadalajara, el jueves en el aeropuerto de Tijuana.

Se trata de versiones actualizadas de episodios similares que en el pasado han tenido por destinatarios a los jugadores del Cruz Azul (por tantos años de desencantos) o del Veracruz (por la vergonzosa seguidilla de descalabros que concluyeron, hace poco, con su desafiliación del futbol profesional) o a Tomás Boy (con una reyerta en las tribunas del Estadio Jalisco), por recordar unos cuantos episodios similares que también han sido recogidos, en su momento, por la prensa.

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Lo normal ha sido que las recriminaciones, ofensas, abucheos o silbatinas se generen desde la tribuna… con la particularidad de que si el resultado es favorable mediante una reacción de último minuto, los mamarrachos súbitamente se vuelven héroes. Ocasionalmente ocurren cara a cara, cuando los aficionados, envalentonados -por el alcohol o porque van en grupo-, enfrentan al jugador.

En la actualidad, el fenómeno de las redes sociales  -y la proclividad de los mismos futbolistas a participar en ellas, con los inconvenientes de la sobreexposición delante del público- facilita esa confrontación; muy frecuentemente, para el aficionado, desde la cómoda trinchera del anonimato, desde donde puede lanzar pedradas a granel, a sabiendas de que, si hay respuesta, el descrédito social, figura pública como es, será exclusivamente para el futbolista.

¿Y qué se le va a hacer, señor, si en estos tiempos nos tocó vivir…?

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