Viernes, 29 de Marzo 2024
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* Presiones

Por: Jaime García Elías

* Presiones

* Presiones

Hay dos maneras de revertir las situaciones críticas por las que atraviesan actualmente Guadalajara (la falta de victorias) y Atlas (la falta de gol): una, el dinero; otra, el trabajo.

Si alguna posibilidad hubiera, en el caso del Atlas, de incorporar alguno de los jugadores que eventualmente sus “scouts” hubieran detectado en Sudamérica (Colombia, Chile y Perú han desplazado a Brasil y Argentina como las principales fuentes de aprovisionamiento de talentos, primordialmente en el aspecto ofensivo, de los equipos mexicanos) para aportar el argumento de los goles, sin los cuales no hay victorias, esa posibilidad, en el del Guadalajara, se reduce considerablemente; primero, porque su única fuente de abastecimiento es el futbol mexicano; y segundo, porque en un entorno saturado de jugadores extranjeros, particularmente para desempeñar funciones ofensivas, los atacantes mexicanos parecen estar, ahora más que nunca, en vías de extinción.

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Si Gerardo Espinoza pidiera a la directiva realizar más desembolsos para traer atacantes, le dirían, de entrada, que el dinero que había para ese efecto ya se gastó en los sudamericanos Andrade, Rivero y Álvarez, más Alejandro Díaz (mexicano); y después, que si algún club mexicano tiene experiencia en materia de “petardos” importados (jugadores que llegan con cartel del extranjero, pero que sólo dejan huella en la nómina: no en la cancha)... es precisamente el Atlas.

José Saturnino Cardozo, por su parte, ni siquiera tiene que contar jugadores que pudieran llegar al Guadalajara, como otros cuentan ovejas para combatir sus insomnios, porque no hay en el mercado nada que pudiera resolverle sus problemas. Lo que tiene está repartido entre la cancha (Brizuela, Zaldívar, Godínez, Pulido…), la banca (Sepúlveda, Macías, Cisneros…) y las fuerzas básicas donde hay material humano aprovechable —“si Dios quiere”, diría el baturro—, por lo que se infiere, a mediano… pero no a corto plazo.

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Mientras los técnicos hacen efectiva la declaración que de tan reiterativa ya parece disco rayado —“hay que seguir trabajando…”— para conseguir, a punta de repeticiones, que finalmente se haga bien lo que hasta ahora se ha hecho mal, surge un problema adicional: que cuando las malas rachas se convierten en crisis, aparecen las presiones sicológicas sobre los jugadores; en el caso, el tiempo que pasa sin que se aproveche un porcentaje razonable de las situaciones propicias que se plantean en cada partido… y sin que llegue el bálsamo portentoso de las victorias.

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