Miércoles, 24 de Abril 2024

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* Jugar... y sufrir

Por: Jaime García Elías

* Jugar... y sufrir

* Jugar... y sufrir

La historia, en síntesis, del “Clásico” del viernes en el otrora Monumental y ahora vetusto Estadio Jalisco, sería esta: el Guadalajara flota; el Atlas se hunde.

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Los rayados hicieron suya la fiesta. Con sobrada razón. Por un lado, hilvanaron (“haiga sido como haiga sido”, diría el clásico) la tercera de una seguidilla de victorias que dejan entrar aire fresco a la casa. Por el otro, se trataba de un partido en que, por razones que está de sobra subrayar, van de por medio los tres puntos en disputa... “y otra cosita”: el orgullo, por ejemplo.

Se explica, dadas las circunstancias por las que atraviesan los dos equipos, la sensación entre la actitud de unos y otros, especialmente a partir del gol -golazo, además- con que Pineda tuvo a bien escribir la historia de la contienda: unos, con sus trazos y movimientos, conjugaban a plenitud el verbo jugar; otros, muy a su pesar, hacían lo mismo con el verbo sufrir.

(En efecto: lo que en el pobre es borrachera, en el rico es alegría).

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Más allá de las manifestaciones de desencanto y la creciente impaciencia de los devotos de la causa; más allá de las declaraciones de Gerardo Espinoza; más allá de las consideraciones de los dirigentes en el sentido de que tanto el técnico como los jugadores están haciendo su trabajo hasta el límite mismo de su capacidad, y de que lo menos recomendable para sacar al equipo de la crisis por la que atraviesa sería accionar la guillotina y sacrificar al técnico; más allá del buen deseo de que los recién contratados Nicolás Pareja y Dayro Moreno aparezcan en escena a la brevedad posible y desempeñen el rol de exorcistas que la situación exige a gritos, el caso es que hay una sola fórmula para que el Atlas despierte de la pesadilla en que está atrapado desde el arranque de la campaña: una victoria; y, de preferencia, una victoria nítida, rotunda, aplastante.

Lo de menos es el nombre del adversario. Si fueran los “Tigres”, en Monterrey, el sábado próximo, sería sensacional, por aquello de que el valor de una victoria es directamente proporcional a la estatura del antagonista... Pero el caso es llevar a la práctica una máxima elemental del juego de la pelota gallega: que “Goles son amores…, y no -como hasta ahora, por desgracia, ha sucedido- buenas razones”.

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