Jueves, 18 de Abril 2024

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* Grandeza

Por: Jaime García Elías

* Grandeza

* Grandeza

Que el Guadalajara, según Nacho Ambriz, no tiene argumentos para ser considerado actualmente como “uno de los (equipos) grandes” del futbol mexicano, es una opinión; respetable, ciertamente… pero, también, discutible. No es, pues -valga el subrayado-, dogma de fe proclamado ex cathedra por el Papa.

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La grandeza, de entrada, es un término un tanto ambiguo…

Entendida, diccionario en mano, como “Tamaño mayor de algo respecto de otra cosa del mismo género”, es indiscutible que si el Guadalajara, en las tres o cuatro campañas más recientes, no sólo fue incapaz de entrar a la “Liguilla” -es decir, de clasificarse entre los ocho mejores concursantes- sino que se desplomó al antepenúltimo lugar de la tabla de cocientes, carece de merecimientos para que se le clasifique, objetivamente, entre los “grandes” del circuito.

La grandeza, sin embargo, también se relaciona con el historial, la fama o el prestigio de quien pretende tenerla. En ese aspecto, por su historia centenaria, por su popularidad inmensa (se da las contras con el América en esa materia), por los títulos conseguidos (idem) y por las simpatías que le reporta ser, desde sus orígenes, el único equipo 100% mexicano, su prestigio es incuestionable. De él podrá decirse, quizá, que es un rico venido a menos, en el aspecto futbolístico. Nadie podrá sostener, en cambio, que sus Años de Vacas (o Chivas) Flacas borren los mejores capítulos de su historia... ni que, en consecuencia, lo devalúen sin remedio.

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La comparación resulta inevitable: al Atlas se le asocia, futbolísticamente, con un estilo agradable (“La Academia”, “Los Niños Catedráticos”, “Los Amigos del Balón”…), pero, también, más con tiempos de recoger varas que de lanzar cohetes. Varios equipos mexicanos lo superan ampliamente en materia de títulos conquistados; el dato correspondiente es del dominio público. Y, sin embargo, es probable que la mayoría de esos equipos no tengan la grandeza que los rojinegros han labrado en el curso de una historia igualmente centenaria, ni tengan entre los aficionados el arraigo que, a despecho de la pobreza franciscana -o punto menos- de sus resultados, el Atlas ha conseguido.

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Como colofón, considerando que resultaría ocioso someter a consulta pública la -respetable, por lo demás- opinión de Nacho Ambriz, quizá venga al caso parafrasear al dramaturgo alemán August von Kotzebue: “Cada quién forja su propia grandeza; los enanos seguirán siendo enanos… aunque se suban a los Alpes”.

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