Viernes, 19 de Abril 2024

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- “Un elefante…”

Por: Jaime García Elías

- “Un elefante…”

- “Un elefante…”

Las ciudades, como las familias, de grado o por fuerza, se adaptan a las circunstancias… Así, por más que los urbanistas esgriman “otros datos”, bien puede decirse que los fenómenos de crecimiento, primero, y decrecimiento, después, de Guadalajara, detectados por los censos de población, tienen una lógica emparentada con la añeja cancioncilla infantil del elefante que “se columpiaba / sobre la tela de una araña; / como veía que resistía, / fue a llamar otro elefante”; así hasta que, al llegar a trece, “como veían que se rompía, / fueron a quitar un elefante”, etc.

-II-

Para los tapatíos -oriundos o por adopción- suficientemente viejos, el ciclo comenzó con el festivo -en su momento- advenimiento de “El Tapatío un Millón” (Juan José Francisco Gutiérrez Pérez, el 8 de junio de 1964). A la vuelta de pocos años, la ciudad de Guadalajara devino en “Zona Metropolitana” al expandirse y conurbarse con Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá, Tlajomulco, Juanacatlán y El Salto. Los hijos de los nativos de los barrios tradicionales, por necesidad o por conveniencia, cambiaron de residencia, en función de sus posibilidades económicas; emigraron a cualquiera de los municipios aledaños: o a las colonias residenciales de Zapopan, los pudientes, o hacia los “desarrollos habitacionales” de todos los municipios vecinos, los demás.

El resultado fue la transformación de la “Ciudad Amable”, con aroma “a limpia rosa temprana” -o, en su defecto, “a pura tierra mojada” (Pepe Guízar dixit)-, en la monstruosa mancha urbana en que residen, como Dios les da a entender, más de cuatro millones de personas… aunque las estadísticas muestren, de manera indubitable, que los habitantes del municipio de Guadalajara tienden a disminuir.

-III-

El crecimiento de los municipios conurbados es incontenible. Bien visto, tanto los moradores que quedan en los barrios tradicionales como los de la última vivienda de los arrabales de una ciudad que se jactaba de no tenerlos, en Zapopan, en Tlajomulco o en El Salto, viven “en Guadalajara”… con la única diferencia de que unos están a tiro de piedra -literalmente- de El Centro, y otros tienen que hacer recorridos diarios de dos o tres horas, en camión, para llegar de su casa a su trabajo, y otros tantos a la inversa.

Colofón: Más allá de las intentonas -fallidas hasta ahora- de “repoblar” Guadalajara, lo cierto es que los habitantes de la ciudad, como los elefantes de la cancioncilla, abandonan la tela de araña que amenaza con romperse, y se mudan, por instinto, a la que aún resiste.

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