Martes, 07 de Mayo 2024
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- Despreciar la vida

Por: Jaime García Elías

- Despreciar la vida

- Despreciar la vida

Una cosa es el folklore, y hasta la cultura en la más elevada de sus acepciones si se quiere; otra muy diferente, la realidad. Que se asocie a México y a los mexicanos con cierta familiaridad, desdén e incluso desprecio por la muerte, puede resultar explicable desde la perspectiva de antropólogos y sociólogos. Empero, tradiciones como las “calaveras” -las de azúcar y las rimadas-, los altares de muerto, las “catrinas” de Posada, y hasta las canciones -desde Rubén Fuentes y José Alfredo Jiménez hasta los modernos compositores de música de banda- que hacen chanza de la muerte y apología de la violencia, se quedan en el ámbito cultural…

Despreciar a la muerte para efectos más o menos simbólicos -vale reiterarlo-, puede resultar comprensible y aun aceptable. Despreciar la vida humana, no. Nunca. Bajo ninguna circunstancia.

-II-

El ejercicio puede hacerse al azar. Se toma un periódico cualquiera, se abre en la página de la información policíaca y se procede al recuento de los hechos que ahí se consignan. La cifra de los cadáveres encontrados en la vía pública o -la modalidad más reciente- en “casas de seguridad” se mantiene, en general, dentro de una media determinada. Puede suceder que los “macabros hallazgos” no se hagan en callejuelas, baldíos o parajes desolados, sino en vehículos (“con reporte de robo” muchos de ellos, lo que habla de otro delito bastante generalizado) abandonados en la vía pública. Puede suceder que las “ejecuciones” -como se les denomina genéricamente, aunque esa denominación corresponda, en sentido estricto, a aplicaciones de la pena capital decididas por un juez- ocurran en espacios públicos (calles, restaurantes, centros comerciales…), a la vista de múltiples testigos, atónitos e impotentes.

-III-

En uno de los más recientes recuentos de esos hechos, la prensa aporta un dato de la Comisión Nacional de Seguridad. Ésta, incapaz de prevenir -e, idealmente, evitar- los crímenes que se han vuelto cotidianos, se limita a llevar la cuenta y a difundir estadísticas; a consignar, en concreto, que hasta el pasado 15 de agosto, Guanajuato tenía el dudoso honor de encabezar el registro de homicidios dolosos, seguido por el Estado de México, Jalisco -lo cual, dirían algunos, no tiene por qué escandalizar a nadie, considerando que son las entidades más pobladas del país-, Baja  California y Michoacán.

Lo dijo José Alfredo Jiménez en los primeros versos de “Caminos de Guanajuato”: “No vale nada la vida; la vida no vale nada…”.

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