En esta columna de opinión se plantea una analogía entre la serie Game of Thrones (GoT) y las dinámicas de la política internacional frente al cambio climático.En GoT, los Caminantes Blancos –muertos vivientes que representan una amenaza común– son ignorados por las élites políticas, centradas en la lucha por el poder, simbolizada en el Trono de Hierro.Esta narrativa sirve como metáfora para comprender cómo los gobiernos priorizan intereses económicos y geopolíticos por encima de una acción efectiva frente al cambio climático, que –como los Caminantes Blancos– avanza inexorablemente.Así como las casas nobles de Poniente anteponen su afán de dominio a la supervivencia común, los países históricamente responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) han suscrito acuerdos insuficientes para afrontar la crisis. Instrumentos como el Protocolo de Kioto (1997), el Acuerdo de Copenhague (2009) o el Acuerdo de París (2015) han sido importantes, pero sus resultados han sido limitados y, en muchos casos, simbólicos.Algunos personajes de GoT permiten ilustrar estos dilemas. Cersei Lannister representa la negación estratégica del riesgo: incluso ante evidencia del peligro, se niega a colaborar en su combate para preservar ventajas políticas. Esta actitud refleja el cortoplacismo de gobiernos que, aunque reconocen la crisis climática, anteponen su poder.Por su parte, Jon Snow –miembro de la Guardia de la Noche y en contacto directo con la amenaza– representa una voz periférica que intenta construir alianzas. Sin embargo, sus advertencias son deslegitimadas por prejuicios clasistas y raciales. Esto se asemeja a la exclusión que enfrentan pueblos indígenas y comunidades vulnerables, cuyas voces rara vez influyen en las negociaciones internacionales, a pesar de ser quienes enfrentan los mayores impactos.Cerca del final de la serie, GoT rompe con la idea del héroe redentor: aunque se resuelve el conflicto con los Caminantes Blancos, el juego de tronos persiste, sin un cambio estructural en las lógicas de poder. Esta frustración narrativa refleja un problema central en la política climática: la evitación sistemática de transformaciones profundas –económicas, políticas y epistémicas– necesarias para enfrentar la crisis global.Desde esta analogía, se propone imaginar otro desenlace posible: uno que no implique reemplazar al soberano, sino reescribir las reglas del juego.Enfrentar el cambio climático requiere construir un nuevo pacto civilizatorio centrado en la justicia climática y el derecho a una vida digna. Sólo así será posible romper con la lógica de fragmentación, negación y dominación que –tanto en Poniente como en el mundo real– perpetúa el riesgo compartido.En última instancia, el verdadero acto heroico será transformar las condiciones que originan la amenaza.Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.Juan Alberto Gran Castro es docente e investigador del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas. Sus proyectos profesionales se orientan, tanto en el análisis de problemas, como en el diseño y búsqueda de alternativas frente a la crisis climática.