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No: el Papa no participa en los foros de paz

Uno de los retos titánicos que enfrentará el futuro Gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador será la pacificación del país. Es un asunto tan serio como las más de 240 mil muertes que se han registrado durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y los más de 34 mil desaparecidos en el mismo período.

Por eso es increíble que la señora Loretta Ortiz, coordinadora del Consejo Asesor para Garantizar la Paz, haya incurrido en un acto tan irresponsable como anunciar que el Papa Francisco participaría en los foros de paz que están convocados a partir de los últimos días de agosto… hasta que del mismo Vaticano anunciaron que esa noticia carece de fundamento.
El tema es delicadísimo.

Ya no se trata de reuniones con el Presidente Peña Nieto o un encuentro con Mike Pompeo, secretario de Estado de los Estados Unidos; tampoco puede ser presentado como un aplaudido anuncio para eliminar las pensiones a los ex mandatarios del país o la reducción del sueldo del futuro jefe del Ejecutivo.

La pacificación de México, aún con el controversial tema de la amnistía -que sigue sin ser entendido por especialistas o mexicanos promedio- debe abordarse desde una perspectiva de luto y dolor. Si ha de convertirse en una política pública, es imprescindible evitar cualquier superficialidad.

La participación del Papa hubiera sido, ni duda cabe, una buena señal. Pero ningún discurso del máximo jerarca de la Iglesia Católica podrá sustituir el trabajo que deben hacer la Procuraduría General de la República (o futura Fiscalía General de la Nación), el Poder Judicial de la Federación, los jueces y magistrados de todos los estados, igual que los gobiernos estatales y las policías municipales.

El objetivo de trabajo puede plantearse de modo relativamente sencillo si ha de plasmarse en palabras: Eliminar la ola de violencia que recorre el país; profesionalizar el desempeño de las fuerzas del orden en todos sus niveles; combatir las causas de fondo que han permitido el crecimiento de las organizaciones criminales; recuperar la fuerza y capacidad del Estado en todo el territorio nacional, sobre todo en los espacios -bien conocidos por la población- donde no manda la autoridad formal, sino el capo de la zona; y terminar con la impunidad por la vía de aplicar correctamente y sin excepciones, el nuevo Sistema de Justicia Penal.

Nada menos.

Los foros que coordinará Loretta Ortiz pueden ser un correcto punto de partida. El tiempo lo dirá. Pero la pacificación de México requerirá mucho más que un conjunto de bien elaborados discursos.

Cuando iniciaba el sexenio de Enrique Peña Nieto, buena parte de la estrategia oficial se fundó en reducir al máximo la información relacionada con la criminalidad y sus actos. La teoría era simple: para reducir la percepción de violencia, había que eliminar este tema en el discurso, en las noticias, en los medios de comunicación y en la comunicación pública en general. No resultó, y las cifras son abrumadoras.

Apelar otra vez a un discurso efectista, apoyado en el peso moral de figuras como la del Pontífice de la Iglesia Católica, parece más un engaño. En el Vaticano lo perciben así, a juzgar por el desmentido.

Hay tiempo de corregir. La tarea titánica, reitero, apenas empieza.
 

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