Gonzalo Celorio: la literatura como antídoto frente a la violencia, la memoria y la lengua
Tras ser anunciado como ganador del Premio Cervantes 2025, el ensayista mexicano Gonzalo Celorio trazó una meditación sobre el lenguaje, la memoria, la violencia y la literatura
En su primera comparecencia pública tras ser anunciado como ganador del Premio Cervantes 2025, el ensayista mexicano Gonzalo Celorio se presentó desde el Instituto Cultural Helénico. Su voz grave, mesurada, pero cargada de lucidez, trazó una meditación sobre el lenguaje, la memoria, la violencia y la literatura como espacio de redención frente a la ruina contemporánea.
“Este contexto de violencia es verdaderamente terrible, descorazonador, desesperanzador…”, dijo, antes de abrir un paréntesis. “Pero yo sigo pensando en la fuerza y la paz que existe en el texto… el texto que de alguna forma refleja el contexto, pero también se opone a ese contexto con una serie de recursos literarios creativos”. La literatura, sostuvo, es el único territorio donde la violencia puede ser nombrada sin reproducirse, donde la desesperanza encuentra un cauce simbólico que la desactiva.
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Señaló que la escritura no es espejo, sino exorcismo. La ficción, según Celorio, transforma lo insoportable del mundo real en posibilidad de entendimiento. “La violencia que sirve de referente de alguna forma queda exorcizada con un espíritu esperanzador que no existe en la realidad, pero que sí existe en otra realidad, que es la realidad de la literatura". Esa “otra realidad” es el terreno donde la imaginación sustituye al espanto y, por momentos, lo vence.
En su visión, la narrativa no se limita a reflejar lo visible: lo amplía, lo contradice, lo reinventa. “Refleja la realidad, pero también la rearticula, sobre todo porque amplía las escalas y las categorías de lo real”, explicó.
Por eso evocó a Juan Rulfo. En sus palabras, “podemos conocer mejor la problemática del medio rural mexicano leyendo la literatura de Juan Rulfo que leyendo cualquier otro discurso de carácter histórico, sociológico o político. Rulfo, como los grandes narradores de la derrota y la dignidad, da testimonio del país profundo sin pretender explicarlo".
Relecturas incómodas
Uno de los temas que atravesaron la rueda de prensa fue la revisión crítica del pasado colonial. Acusado alguna vez de ser “azote de la memoria mexicana”, Celorio asumió el mote con ironía. Más que negar la violencia de la Conquista, propuso situarla en su marco histórico. “Esa atrocidad existió, fue una conquista violenta”, reconoció. Pero advirtió que juzgar el siglo XVI con la moral del XXI conduce a distorsiones. El escritor no buscaba absolver, sino comprender.
En su análisis, la colonización española se distinguió de otras por la integración social que produjo y por la labor de los misioneros que aprendieron las lenguas indígenas para evangelizar. Esa mezcla conflictiva, dolorosa, pero fértil, dio origen al mestizaje cultural que define a América Latina. “El español más que haber sido la lengua de la conquista, fue la lengua de la independencia”, sostuvo.
El escritor se opone a las visiones que pretenden suprimir la herencia hispánica. “Si quisiéramos negar la hispanidad como componente integral de nuestra identidad, nos estaríamos suicidando a medias”, enfatizó.
La reflexión se extendió al ámbito lingüístico. Rechazó el término “lenguas originarias” porque ninguna lengua, recordó, “se originó en América”, y prefirió hablar de “lenguas indígenas”, reconociendo en ellas una riqueza que coexiste con el español. La pluralidad lingüística, para él, no contradice la identidad común: la amplía.
La lengua como espejo del ser
“La lengua es quizás la expresión más clara, más precisa de nuestra propia identidad, dime cómo hablas y te diré quién eres.” Con esa premisa, Celorio vinculó el idioma con la noción de pertenencia. Recordó que México es el país con mayor número de hablantes de español en el mundo, y que esa comunidad dispersa entre fronteras, desplazamientos y migraciones encuentra en el idioma un refugio compartido.
También se pronunció sobre el fenómeno de los hispanohablantes en Estados Unidos. Lamentó la agresión cultural que supone prohibir o estigmatizar el uso del español en ciertos ámbitos. “La proscripción de una lengua es terriblemente agresiva y terriblemente dolorosa, porque además el país mismo se empobrece".
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El yo narrativo y la memoria
Al hablar de su obra, el escritor se refirió a la persistencia del “yo” como punto de partida. No es un recurso narcisista, sino una estrategia para convertir la memoria individual en un espejo colectivo. “Siempre hay una presencia del propio narrador que se identifica con el autor”, reconoció, “pero parto de mi biografía para ir también a la historia; eso ya no me pertenece solamente a mí, sino que es realmente algo que puede ser considerado como colectivo".
Así lo hizo en Tres lindas cubanas, novela donde reconstruye las fracturas de su familia y las tensiones ideológicas que dejó la Revolución Cubana. Su propósito fue mostrar cómo la historia se filtra en las vidas privadas. El resultado es una memoria plural que trasciende la anécdota y alcanza una forma de testimonio.
Para él, la escritura es un acto de purificación. “Yo escribo para olvidar, escribir, entonces, es una forma de sobrevivir a lo vivido".
El arte de perderse escribiendo
Celorio citó a Maurice Blanchot para definir la experiencia del novelista. "Escribir es lanzarse al mar sin cera en los oídos y estar dispuesto a oír el canto de las sirenas" y agregó. "La novela me empieza a decir a mí, su escritor, lo que realmente está ocurriendo… y yo soy el primero que me vuelvo lector de la novela que escribo".
Enfatizó que la escritura no es imposición de una voluntad, es un diálogo entre la conciencia y la materia verbal. “Julio Cortázar decía que uno escribe para expulsar de sí una alimaña”, recordó Celorio.
La enseñanza como vocación y permanencia
La conversación derivó hacia su otra gran pasión: la docencia. Agradeció a la Universidad Nacional Autónoma de México por haber propuesto su candidatura al Cervantes y evocó su vida en las aulas como el eje vital de su formación. “Los profesores somos una especie de vampiros que chupamos la sangre de los jóvenes para alimentarnos y seguir vivos”, bromeó.
Recordó su paso por la elaboración de los libros de texto gratuitos en los años setenta y lamentó que, medio siglo después, México viva un déficit lector alarmante. “Una cosa es estar alfabetizado y otra cosa es realmente leer”, advirtió. Para él, la lectura es el gesto más libre del ser humano, y perderlo equivale a renunciar a una parte esencial de la conciencia.
La precisión del lenguaje
Ante quienes lo cuestionan por usar un lenguaje rebuscado en sus obras, salió en defensa del vocabulario. “No puedo decir una palabra genérica cuando hay una palabra específica para decir tal o cual cosa.” Recordó las horas juveniles en que leía a Alejo Carpentier con un diccionario al lado, y cómo ese esfuerzo se convirtió en placer. Leer con obstinación, afirmó, es la única forma de conquistar la lengua. “El escritor tiene la responsabilidad de nombrar con precisión; en eso consiste la dignidad del lenguaje".
La inmortalidad del Quijote
La ceremonia del Premio Cervantes en donde será reconocido será el 23 de abril en Alcalá de Henares, España. Celorio confesó su deseo de releer El Quijote. No por ritual, sino por necesidad. “Quiero volver a preguntarme por qué una obra escrita hace más de cuatrocientos años sigue siendo contemporánea”, dijo. Cervantes, para él, encarna la paradoja de toda gran literatura: hablar de su tiempo y, al mismo tiempo, de todos los tiempos.
Esa permanencia del Quijote es la prueba mayor de lo que Celorio defiende, la literatura como acto de vida, como lenguaje que vence la muerte. En la novela cervantina dijo está el germen de todo: la ironía, la ternura, la locura, el sueño, la crítica, la esperanza. “La novela es el género que más se parece a la condición humana: contradictoria, plural, abierta".
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