Suplementos | El nacimiento del ''bebé real'' muestra la vitalidad de la monarquía ¿Una monarquía es compatible con la democracia? El nacimiento del ''bebé real'' muestra la vitalidad de una de las adaptaciones más significativas de las monarquías europeas: pasar de ''los reyes'' a ''la familia real'' Por: EL INFORMADOR 28 de julio de 2013 - 03:42 hs La institución monárquica está lejos de su agotamiento. ESPECIAL / GUADALAJARA, JALISCO (28/JUL/2013).- Ciertamente, las monarquías no son una institución nacida de la Ilustración, ni de las olas democráticas, ni tampoco de la construcción de las repúblicas y menos de la modernidad política. Es más un símbolo del pasado, cargada de sus propias lógicas y racionalidades. Los cimientos de la monarquía, en sus dimensiones política, social y cultural, son profundamente antidemocráticos: poder heredado, “sangre azul”, la nobleza como símbolo de los valores nacionales, una forma “correcta” de entender la vida y un paternalismo que sirve de espejo de la unidad nacional. En un tiempo de repúblicas, democracia, transparencia y elecciones, la monarquía, prácticamente en todos los países donde sigue existiendo, se ha tenido que reinventar e incorporar nuevas prácticas que oxigenen esa legitimidad cuestionada. No todas las monarquías son iguales: es difícil comparar el papel que cumple el Rey Juan Carlos de Borbón en España o la Reina Isabel II en Reino Unido. Ambos son instituciones que en contextos distintos, tuvieron un papel de extrema relevancia durante los años de las construcciones de los respectivos imperios, pero que históricamente han enfrentado dificultades distintas. Por un lado, la Casa de los Borbones ha sido un reinado discontinuo, tras los pasos de las aventuras republicanas que terminaron en sangre en España. Digamos que en tierras ibéricas, por la naturaleza de la institución e incluso la división plurinacional del Estado, el republicanismo goza de cabal salud y alcanza a una tercera parte de la población. Sin embargo, aunque existen distintas interpretaciones sobre el tema, existe evidencia de que el Rey Juan Carlos I impulsó la transformación democrática de España tras la larga noche de 40 años de la dictadura franquista, sobre todo procurando que la monarquía se convirtiera en una institución compatible con el nuevo régimen que nacía. La supervivencia fue su motivo, escribió alguna vez Javier Cercas. En el caso de Reino Unido, también tras la Gloriosa Revolución de 1688, iniciada por un grupo de parlamentarios y político contra Jacobo II de Inglaterra, se adopta una monarquía constitucional en Reino Unido y la Corona se vuelve un símbolo vital para entender las ambiciones imperialistas británicas. Con el nacimiento del denominado “Bebé real”, George Alexander Louis, el nuevo príncipe de Cambridge (hijo de los duques de Cambridge, William y Kate), se reabre el debate sobre la viabilidad y la justificación de la monarquía en pleno siglo XXI. Es cierto que los monarcas han pasado a ser figuras representativas, que juegan un papel simbólico y que resultan clave para enfrentar crisis nacionales, perdiendo el poder real y su liderazgo con las fuerzas armadas. Es un jefe de Estado, aunque no electo, pero que simboliza la historia, la lucha y la gloria del pasado. Una institución que perdura en el tiempo y que representa la longevidad nacional, así como los valores detrás de un determinado estado-nación. El trono es el modelo de los valores, el comportamiento y el desarrollo de una “familia ejemplar”. En el mismo sentido, el mantenimiento de los ritos medievales, los actos políticos clásicos y los protocolos interminables en un contexto de globalización social y cultural que desaparece estas tradiciones. Adaptarse o fallar En el caso de la Monarquía inglesa, su transformación, su capacidad de adaptación e incluso sus “gestos liberales” son piezas de un camino obligatorio para una institución tan añeja: la modernización. La Monarquía ha tenido que optar por reformas democratizadoras que le impriman legitimidad y apertura: transparencia (más de 100 páginas de gastos transparentes en el caso de la Casa Real inglesa); reducir al mínimo los derroches económicos, particularmente en escenarios de crisis; flexibilizar sus reglas internas en cuestión de matrimonios y enlaces; una cara de mayor amabilidad a la migración y a la multiculturalidad; ausentarse de debates ideológicos polémicos (aborto, matrimonio igualitario), y ser más abiertos en materia de reivindicaciones territoriales (Escocia es el caso). Esa maleabilidad, incluso pragmatismo, que ha demostrado la Corona inglesa le ha permitido no sólo diluir cualquier atisbo de reclamo republicano en el país, sino también gozar de niveles de popularidad que serían envidiables por cualquier político electo democráticamente: 70 por ciento. Y detrás de Isabel II, tenemos a los dos primeros en la línea de sucesión: al príncipe Carlos, con solamente 35%, lo quiere como sucesor de la Reina, y a Guillermo que resulta más atractivo para los ingleses (55%). El tercero en la línea de sucesión es el recién nacido George Alexander Louis, tendremos que esperar para saber cómo crece su popularidad. A diferencia del caso inglés, en España la Corona sufre de mayor oposición. Por un lado, para muchos Juan Carlos es el sucesor (lo que es cierto) del dictador Francisco Franco. No es una especulación, sino que fue la voluntad expresa del ex generalísimo. De la misma forma, los republicanos (particularmente en Cataluña y en el País Vasco), nunca han visto una condena de parte de Juan Carlos de Borbón a los crímenes del franquismo, durante la Guerra Civil y posterior a ella. Y a diferencia de la Reina de Inglaterra, la posición del Rey en España en materia de reivindicaciones nacionalistas, ha sido de intolerancia y sin alternativas. Mientras la Reina defiende un modelo de vinculación identitaria y de voluntad a la Corona (veamos el caso de Canadá o algunos otros países del Commonwealth), Juan Carlos ha decidido constituirse como el símbolo de la unidad territorial, ese elemento aglutinador que permite la coexistencia de distintas nacionalidades. Poco éxito, más bien en algunas regiones de España se le concibe como un elemento de división. La rentabilidad de ser Monarquía A pesar de todos estos dilemas democráticos, las monarquías a nivel mundial siguen siendo un gran negocio en materia de publicaciones y turismo. No son pocos los que viajan alrededor del mundo conociendo las entrañas de los lugares donde convive “la realeza” británica, española o belga. Sin embargo, el principal negocio en torno al círculo real ha sido editorial. Centenares de revistas, e incluso secciones inmensas de diarios (ahí tenemos a News of the World) subsisten gracias a los escándalos y eventos de la realeza. Qué si el príncipe anda en malos pasos, o incluso si escogió una pareja que no satisface los deseos de la madre, o simplemente imaginar las entrañas que se desarrollan al interior de las paredes de los castillos. Las vidas de la realeza son novelas interminables atravesadas por roles personales, intrigas, enigmas y suspenso. No por nada, alguna vez, Gregorio Peces-Barba, un intelectual católico, conservador muy cercano a la realeza española, señaló que “su vida no le pertenece al Rey, sino a España”. La vida de un(a) monarca tiene esas dificultades, el destino está íntimamente vinculado a la nación y, por lo tanto, la mayoría de sus decisiones no son enteramente libres. La institución monárquica está lejos de su agotamiento. A pesar de que aquellos que comulgamos con el republicanismo y pensamos en la Monarquía como una figura del pasado que no responde a la era democrática del siglo XXI, es importante señalar que en distintos países cumple funciones que no son menores. Por ejemplo, en Bélgica, Alberto II, quien dimitió hace unos días para que su hijo Felipe tomara el trono, es tal vez uno de los pocos símbolos que mantiene a los belgas juntos. En un país donde la polarización entre la región valona (francófona) y el Flandes (de habla neerlandesa), ha provocado parálisis gubernamental, donde no existen partidos verdaderamente nacionales y la convivencia está atravesada por tabúes y prejuicios, el Rey ha sido un genuino interlocutor entre ambas bélgicas. En definitiva, ya sea por la defensa de los valores nacionales, la unidad territorial, el simbolismo de la historia, labores altruistas o simplemente por moderación política, las “familias reales” y la Monarquía gozan de cabal salud en pleno siglo XXI. Temas Tapatío Familia Real Inglaterra Enrique Toussaint Orendain Lee También Sociales: André e Isabella reciben la Primera Comunión en familia Sociales: El Informador inicia una nueva etapa con la moderna imprenta "Doña Stella" Horóscopos de HOY 9 de octubre | Los signos en el AMOR, según Nana Calistar Sociales: Nice de México celebra su 29 aniversario Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones