Suplementos | Ningún candidato a La Moncloa logró reunir los apoyos parlamentarios suficientes Traición, pactos y democracia Ningún candidato a La Moncloa logró reunir los apoyos parlamentarios suficientes Por: EL INFORMADOR 8 de mayo de 2016 - 01:15 hs ¿Qué explica el fracaso de los principales actores políticos en la primera elección post-bipartidista en España? EL INFORMADOR / GUADALAJARA, JALISCO (08/MAY/2016).- El espíritu de la transición se agotó en la España de hoy. Hace apenas cuatro décadas, la política española no era alérgica a los pactos. Al contrario, la arquitectura autoritaria del franquismo se desmontó sin necesidad de derramamiento de sangre. En la misma mesa, derechas e izquierdas, monárquicos y republicanos, nacionalistas catalanes, vascos, gallegos o españoles, ministros de la dictadura y convencidos demócratas, pactaban el marco que daría vida a la España posfranquista y a la Constitución de 1978. Ni la amenaza de un golpe de Estado, que se produjo poco tiempo después -el 23 de febrero de 1981-, fue un inhibidor del acuerdo. Los llamados “Pactos de la Moncloa” inauguraban la democracia, legalizaban al Partido Comunista, daban la bienvenida al pluripartidismo, a la libertad de expresión y a la descentralización territorial. Por muchos años, la “transición pactada” a la española fue objeto de admiración para politólogos y sociólogos: ¿Cómo un país tan polarizado, dividido, con tantas heridas abiertas, pudo ponerse de acuerdo para darle la bienvenida a la democracia? Javier Cercas, novelista conocido por la espléndida obra titulada “anatomía de un instante”, sostiene que fue la fuerza del recuerdo, las heridas de la guerra civil y el dolor de la sangre derramada, lo que sacó lo mejor de los “padres de la transición”: Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga. Partían de posturas irreconciliables, tan distantes como son el comunismo y el franquismo, el socialismo y el falangismo, y a pesar de ello pactaron lo que había que pactar. Mitificada por unos, vilipendiada por otros, es cierto; pero la transición española arañó de la clase política de aquel momento un espíritu de colaboración sin parangón. Ahora, los nombres propios han cambiado. Incluso, el relato sobre la transición ha venido cambiando. La transición dejó de estar en un pedestal y la narrativa de aquel momento histórico se encuentra en disputa política. En la España de hoy, los actores son otros: Mariano Rajoy, presidente en funciones del Gobierno de España; Pedro Sánchez, cabeza del socialismo y fallido aspirante a La Moncloa; Pablo Iglesias, joven profesor de Ciencia Política y la imagen mundialmente conocida de Podemos, y Albert Rivera, líder de Ciudadanos, un partido que nace en Catalunya como respuesta al soberanismo y que se colocó con fuerza en el centro-derecha del plano cartesiano político. Entre estos cuatro nombres propios, controlan 322 de los 351 escaños del Congreso de los Diputados. En estos cuatro nombres queda la responsabilidad de no haber podido, en 135 días, ponerse de acuerdo para formar un Gobierno. Ni a la izquierda, ni a la derecha, ni al centro, los políticos españoles fueron capaces de construir una mayoría en un momento clave en la historia de España: la recuperación de la crisis económica sigue siendo débil; el independentismo catalán no ha renunciado a la hoja de ruta de conseguir un estado propio en 18 meses, y la corrupción, si bien afecta principalmente al gobernante Partido Popular, los escándalos de malversación de recursos económicos, fraude fiscal y blanqueo de capitales golpean a casi todos los partidos políticos y hasta a la Casa Real (la Infanta Cristina de Borbón y Grecia tuvo que sentarse en el banquillo para responder por delitos de evasión fiscal de su marido y su posible conocimiento de las tramas fraudulentas). No falta quien dice que España está frente a una crisis de régimen, delante del fin de los consensos de la transición. Múltiples hipótesis se han puesto sobre la mesa para explicar el fracaso de los políticos españoles en la formación de un Gobierno tras los comicios del 20 de diciembre pasado. Desde una supuesta aversión de los españoles a los pactos, a diferencia de sus vecinos alemanes, holandeses o italianos; pasando por la mínima urgencia del pacto, es decir no había mucho en juego -como lo expulso Josep Colomer en El País-, la “poca estatura” de la clase política actual en comparación con los personajes de la transición, y hasta el hecho de que los incentivos se alinearon para que los distintos partidos políticos creyeran que una repetición de elecciones les favorecería. Exploraría una hipótesis más que se añade a este compendio de explicaciones que han dado comentaristas, periodistas y analistas españoles: la excesiva ideologización de los postulados partidistas y, por tanto, entender las cesiones en una negociación no como algo natural en una democracia, sino como una renuncia inaceptable. En la transición, el acuerdo fue posible debido a que todos entendieron que la traición era inevitable para inaugurar la época de la España democrática, para no seguir siendo una anomalía en el contexto europeo. Había un “bien mayor” que justificaba la traición, la historia dotaba de sentido a la renuncia. Traicionarse por la democracia significaba pasar a los libros de texto de la historia, convertirse en un mito político que enterraba al franquismo y un “padre” de una incipiente democracia. Ese sentido se esfumó. Un fracaso sospechado Tras la negativa a encabezar las negociaciones para formar Gobierno de quien obtuvo más escaños en la elección (123)-Mariano Rajoy-, Pedro Sánchez recibió la encomienda del rey para buscar formar un Gobierno. No sabemos si las intenciones del secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) eran realmente erigirse en presidente del Gobierno o si simplemente buscaba la supervivencia política ante sus magros resultados electorales (los peores en la historia del partido socialdemócrata, 90 asientos y el 21% de los votos). Sánchez buscó un acuerdo imposible. Como billarista que mira hacia la derecha, para luego querer embuchacar en la izquierda, Sánchez pactó con Ciudadanos una agenda de reformas que el periodista Enric Juliana calificó como el “Gran Centro”. Sin embargo, los diputados de uno y otro partido sólo arañaban 130 escaños, aún faltaba otro tripulante. Y el acuerdo con los de Rivera lo alejaba de Podemos y de las confluencias de izquierda. Fue cuando el socialista abrió comunicación con el Podemos de Pablo Iglesias, y las distintas marcas afines que confluyeron con el madrileño. Así, se concretó el choque anunciado. El acuerdo entre Sánchez y Rivera no tenía ninguna posibilidad de transitar con Podemos. El Partido Morado puso sus condiciones sobre la mesa: Gobierno de Coalición con Iglesias de Vicepresidente; un referéndum de independencia en Cataluña; aumentar el gasto público, disminuyendo el ritmo de decrecimiento del déficit público, y derogar las distintas reformas que impulsó el Partido Popular, entre ellas la laboral y educativa. Podemos cedió a último momento buscando un acuerdo, particularmente cuando las encuestas comenzaban a reflejar un declive del voto para los de Iglesias, sin embargo la jugada a “tres” de Sánchez había fracasado, eran demasiadas líneas rojas que separaban a ambos institutos políticos y Ciudadanos nunca se planteó mover ficha. Y la posibilidad de una “gran coalición” con el PP fue descartada por Sánchez con un enfático: “No es no, señor Rajoy”. ¿Posturas irreconciliables? Los distintos clivajes que polarizan a la opinión pública española terminaron por hacer intransitable cualquier propuesta de entendimiento. Primero, el marco territorial divide y mucho. El PSOE habla de una “reforma federal”, aunque sus particularidades nunca han sido publicitadas. Asimismo, la fuerza que han tomado los líderes regionales, en particular la presidente de la Junta de Andalucía y el presidente de Extremadura y Castilla la Mancha, impiden cualquier posibilidad de que Sánchez ofrezca en la negociación alguna solución para el problema catalán que no sea el cacareado federalismo. Se encuentra atado, ya que casi la mitad de su apoyo electoral proviene de estas tres comunidades, lo que ha matizado un poco el hundimiento del socialismo en ciudades como Barcelona o Madrid, en donde quedó en un lejano cuarto lugar. Podemos, por su parte, que ganó las elecciones generales en Cataluña con su marca asociada “En Comú Podem” se comprometió a negociar un referéndum en donde los catalanes decidan si se quieren quedar en España o apostar por un Estado independiente. Ciudadanos se niega a entrar en cualquier negociación que ponga en peligro la “soberanía nacional”. La poca voluntad de las partes a negociar seriamente en esta materia, explica en buena medida el fracaso en las rondas de diálogo entre partidos. De la misma forma, el gasto del Estado, la independencia del Poder Judicial, el encogimiento de la administración pública, el sistema laboral, el modelo de pensiones y hasta el papel de España en Europa, separan irremediablemente a los partidos políticos. Los principales actores políticos entienden que el mensaje de sus electores ha sido: “aférrate a tu programa, no hagas concesiones”. La política como un juego de vencidas, en donde hay ganadores y perdedores; éstos últimos son los que se doblegan y ceden a los acuerdos. La táctica, el fantasma de una repetición de elecciones, siempre condicionó la política de pactos entre los principales líderes políticos, se impuso el cálculo de futuro. Tras décadas de bipartidismo incontestable, los españoles se enfrentaron a la fragmentación política, común en los países europeos, y el resultado fue el fracaso para investir a un presidente de Gobierno. La evidencia es concluyente: los políticos españoles no pasaron la prueba. Y es que, a diferencia de lo que entendieron los hombres de la transición, los Rajoy, Iglesias, Sánchez y Rivera nunca estuvieron dispuestos a renunciar a una parte de su programa electoral para encontrar puntos en común. Como lo ilustran Denis Jembar e Yves Roucaute en un imperdible ensayo titulado “elogio a la traición”, la traición es el motor de los cambios políticos, la esencia de las transformaciones y la rueda que hace girar la historia. Nuestra cultura suele rechazar la traición, pero en política la traición puede ser una virtud cuando se hace en beneficio público, pensando en el interés de las mayorías. Ahora, los españoles irán a las urnas en junio y el ciudadano decidirá en una especie de segunda vuelta. Tal vez, después del 26 de junio, unos y otros, ahora sí, estarán obligados a optar por la traición. Temas Tapatío Enrique Toussaint Orendain Lee También Sociales: El Informador inicia una nueva etapa con la moderna imprenta "Doña Stella" Sociales: Nice de México celebra su 29 aniversario El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Guadalajara, una década bajo la "ola naranja" Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones