Sábado, 11 de Octubre 2025
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¡Estando cerradas las puertas se presentó Jesús!

Se muestra vivo, resucitado, diciéndoles con su presencia: “He cumplido. aquí estoy”

Por: EL INFORMADOR

Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.  /

Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes. /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42-47):

“Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común”.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro (1,3-9):

“La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final”.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según San Juan (20,19-31):

“Recibid el Espíritu Santo”.

GUADALAJARA, JALISCO (23/ABR/2017).- Inquisitivo, duro, cerrado a creer en lo que no había visto, el discípulo Tomás introduce un dedo en la herida del costado de Cristo. Hasta entonces se convenció de que en verdad había resucitado, y soltó una breve confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”.

En la madrugada de ese día glorioso, el más grande de los días, quedó el sepulcro vacío. “Y al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos”. Aquí el evangelista San Juan, uno de los allí presentes, nos entrega un cuadro pleno de sorpresas, de afecto, de alegría, de confianza. Seis veces les había anunciado Jesús a sus discípulos, en diversas ocasiones, que iba a subir a Jerusalén a padecer, a morir y a resucitar. Ahora se muestra vivo, resucitado, diciéndoles con su presencia: “He cumplido. aquí estoy”. San Ignacio de Loyola señala una manera de meditar en los misterios de la vida de Cristo: ver a las personas, oír lo que dicen, reflexionar lo que hacen y así sacar provecho espiritual. Ver a las personas: Cristo luminoso. con su serena alegría, con mirada de amor, de ternura. Los discípulos, con los ojos brillantes llenos de asombro y de gozo, estáticos, atentos al rostro, a los ojos, a las manos. Mudos, paralíticos en absorta contemplación: lo ven y lo creen.

“Aquí están mis manos, acerca tu dedo” El gran hecho de que Cristo resucitó, está por encima de todos los acontecimientos de que los hombres han tenido noticia. Entran en juego la muerte y la vida. Los racionalistas, cualquiera que sea su siglo, han buscado tretas y mañas para desvirtuar la veracidad de ese hecho. Y bien se sabe: los hechos no se discuten. También los racionalistas, cualquiera que sea su etiqueta de identificación, han esgrimido frágiles argumentos como fraude, materialismo, simbolismo, mito complementario de la muerte real, y hasta se refieren a unas mujeres muy valientes y muy fuertes, capaces de robar -envueltas en las tinieblas de la noche- el cadáver de Jesús, no sin antes rodar la pesada piedra del sepulcro ante los soldados guardianes, petrificados quizá por el espanto. Y en estos días un investigador se ha hecho merecedor de un reconocimiento mundial, porque en pleno Siglo XXI “encontró” ni más ni menos que “la tumba de Jesús”. ¿De cuál de los miles y miles que llevaban ese nombre? Hasta uno de los 12 discípulos de Cristo dudó. Alguien ha dicho que Tomás -así se llamó ese terco, incrédulo, escéptico y retardado- era como llegaron a ser los existencialistas del Siglo XX, que sólo daban crédito a lo que tocaban. Tomás inclusive puso condiciones para creer. ¡Qué bueno, qué paciente y misericordioso es Cristo, que hasta a ese testarudo y antipático le cumplió su antojo: “Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”, Y cuando lo hizo, una centella no hubiera soltado mayor descarga. Tomás cayó de rodillas y entre lágrimas soltó al fin una breve, pero vigorosa confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! Mas para reconocer que estaba ante su Señor y su Dios, necesitó el testimonio de los sentidos. En un pueblo de la gente más sencilla, campesinos. en la misa dominical. en el momento en que el sacerdote que celebra la Misa y preside desde el altar, levanta en sus manos la Sagrada Hostia consagrada, todos los asistentes al unísono exclaman con devoción: “¡Señor mío y Dios mío!”.

José Rosario Ramírez M.

Reavivar la presencia de Dios

María de Magdala ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza para despertar su alegría.

El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a “anochecer”. Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad. Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús. No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos. Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.

Los discípulos “se llenan de alegría al ver al Señor”. Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría cuando allí, en medio de todos, es posible “ver” a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.

A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es “Palabra del Señor”, pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador.

En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones, costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano. Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy “centrar” nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos. Es momento de hacer latir nuestro corazón al mundo que Cristo nos presenta.

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