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Entre las piernas

Impacto tota

Por: EL INFORMADOR

Escena de Valentina y Valentona. ARCHIVO  /

Escena de Valentina y Valentona. ARCHIVO /

GUADALAJARA, JALISCO (20/AGO/2011).- Estoy en impacto total, como certifica la cabeza de esta bonita nota. Y es que el miércoles me fui a Rojo Café a ver, por fin –después de varios intentos–, la puesta en escena Valentina y Valentona.

Apenas llegué con el tiempo justo, unos minutillos antes de que empezara la obra… y lo más importante, justo antes de que Mayra y yo nos quedáramos sin lugar para ver el espectáculo, porque aquello estaba prácticamente a reventar.

Jamás imaginé que el lugar se pudiera llenar… sí, suena mal, pero cuando uno ya se ha acostumbrado a que los teatros se medio llenan en las primeras funciones y ya para las últimas es más grande el grupo de personas que está sobre el escenario que el de abajo; pues ya cualquier “tumultillo” resulta ser una enorme sorpresa.

En fin, pues que Mayra y yo nos quedamos atónitas, “ultra-mega-sorprendidas”… bueno, no tanto. Pero sí un poco.

Nos gustó, eso sí, que la gente que estaba ahí no era la que habitualmente nos encontramos en los foros teatrales, y eso lo constatamos justamente por la cercanía que tuvimos con ella, en especial con una pareja cuya risa escuchábamos “cerquita” de nuestros oídos (a veces mucho más que las palabras que pronunciaban sobre el escenario Valentina y Valentona), pues –como aquello estaba a reventar– tuvimos que compartir con ella nuestra mesa, pequeña y en una esquina.

Pensé, por cierto, que poco importaría estar lejos del escenario, pues por alguna extraña razón imaginé que “las Vales” estarían paseándose por aquí y por allá. Me equivoqué y la cabecilla de la española que por un momento se convirtió en personaje de la obra, de vez en cuando no me dejaba ver bien lo que allá en la lejanía sucedía.

Debo decir que hace mucho que no me divertía con una obra, aunque… Bueno, vamos por partes.

Me gustó el trabajo de Susana Romo y Copatzin Borbón, especialmente los primeros 30 minutos... después me perdieron totalmente y empecé a cansarme por diversas circunstancias.

Eso sí, me reí de vez en cuando, cosa que no suele salirme muy bien. No sé si soy muy exigente o simplemente no tengo sentido del humor, pero en este caso reí un par de veces (quizá más) e incluso esboce más sonrisillas por el simple gusto de escuchar las carcajadas de nuestra desconocida compañera de mesa.

Sin embargo –parece que estoy maldita (no es que sea maldita, aclaro) y tengo una especie de hechizo para no salir del todo feliz de las obras que voy a ver–, me incomodó bastante que el sonido fallara tan seguido; primero pensé que me estaba quedando sorda, pero después comprobé que no fui la única.

Nunca me ha gustado que en el teatro los actores utilicen micrófonos, me parece que ello significa que no tienen la capacidad de proyectar su voz. Supongo que en este caso lo utilizan porque a esa hora a mucha gente se le antoja un frapuchino y es indispensable utilizar la licuadora para ello, sonido que obviamente interviene en los diálogos que se pronuncian durante el montaje.

En este caso, propongo dos cosas: que no se utilice la licuadora o que se hagan pruebas de sonido con el micrófono para evitar que algunos nos perdamos de una parte importante del trabajo escénico.

De todas formas felicito a Copatzin y Susana, sobre todo porque  esta noche presentan Valentina y Valentona en el Museo Zacatecano, en el marco del  Sexto Festival Cultural de la Diversidad Sexual. Después, se retachan a la ciudad para dar un par de funciones más en Rojo Café (miércoles, 20:30 horas)

El sábado me toca Partida en La Casa Suspendida, quesque me va a encantar, me dicen por a’i

lexeemia@gmail.com

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