Jueves, 09 de Octubre 2025
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El pasado en la nariz

¿Para qué hurgamos en el pasado si nuestra única intención es convertirlo en un presente rarísimo?

Por: EL INFORMADOR

Las redes sociales pueden reestablecer viejas amistades, o reencontrarse con indeseables.  /

Las redes sociales pueden reestablecer viejas amistades, o reencontrarse con indeseables. /

GUADALAJARA, JALISCO (27/JUL/2014).- “Estás hecho un viejo”. Esta sentencia amabilísima me la encajó hace poco, a través de una ventana de chat, alguien que no sólo no me estaba mirando al escribirla, sino que no me había visto la cara en la friolera de 31 años. Pero que, eso sí, recientemente tuvo a bien agregarme en una red social y se dedicó una tarde a mirar mis fotografías. Por cortesía (y porque no quería alargar la conversación, ya que si no tuvimos nada que decirnos durante tres decenios, difícilmente tendríamos algo crucial que comentarnos esa tarde) no le respondí que él parecía una versión local del risible satanista Anton LaVey. O, como dijo mi mujer al verlo, un luchador de esos que ya perdieron la máscara y la cabellera y ahora se dedican a vender paquetes de tiempo compartido en Chamela.

Unos días después de echarme en cara mi envejecimiento, mi indiscreto corresponsal volvió a enviarme un saludo, que ya no respondí. Mi silencio no lo desanimó y pasó los siguientes minutos informándome que la señora equis, a quien conocimos durante años como La Vaquita, era ahora orgullosa madre de tres niños y se había puesto guapísima a fuerza de gimnasios y dietas. Mi corresponsal también la había agregado a sus redes y se relamía ante la noticia de su reciente divorcio. “Ya la invite a un café, a ver qué pasa”. Antes de desaparecer, agregó el dato insospechado de que nuestro mutuo amigo El Ratón ahora se desempeñaba como bailarina exótica en un bar de la costa del Pacífico, mientras que su viejo y entrañable vecino, el Charro, vendía automóviles usados y usaba unas camisas hawaianas que sólo se le podían ver bien al Pato Donald. Mi siguiente medida, lógicamente, fue eliminar al indagador y ponerle de por medio todos los bloqueos que la dichosa red social permite. ¿Para qué hurgamos en el pasado si nuestra única intención es convertirlo en un presente rarísimo?

Más delirante aún es el caso de un antiguo compañero de trabajo que, luego de separarse de la chica con quien vivió un decenio, se dio a la tarea de ubicar y contactar en redes sociales a todas (pero todas) las damas que le habían interesado en la vida con la intención explícita de, resucitando una frase de tiempos de mi abuela, “hacerles propuestas”. El sujeto no era guapo ni estaba en forma ni tenía dinero ni era tampoco particularmente divertido o encantador. Pero su aparición repentina en la vida de cerca de 40 mujeres de su generación, entre las cuales no faltaban las conflictuadas, las aburridas y las divorciadas, resultó una especie de éxito del "revival": al menos una docena de las requeridas aceptó salir con él y, luego de varios (pero varios) devaneos, el tipo terminó casándose con una chica con la que en sus tiempos mozos, por allá de 1990, no había llegado a cruzar más allá de cinco frases. ¿Cuál era el encanto irresistible de mi conocido? Quizá sencillamente sea que  la memoria no solía cobrar vida ante la gente, que uno se cruzaba a todos aquellos con los que hacía 20 años que no hablaba sin reconocerlos o, si acaso aún era capaz de entrever a la persona del pasado bajo los rasgos del presente, se limitaba a sostener una charla banal en la fila de las cajas del supermercado, mientras nos cobraban el cereal y los botes de cloro. Y resulta que ahora las redes sociales nos arrojan el pasado a la cara. Y si de algo está ávida la Humanidad es de segundas oportunidades, aunque sean fingidas.

Tapatío

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