Domingo, 19 de Octubre 2025
Suplementos | Enrique Toussaint, analista político

El encanto de la incorrección

Trump, Sanders, Corbyn, el 'Bronco', Morales, Iglesias, son todos productos de una misma historia: la rebelión de muchos ciudadanos contra lo establecido

Por: EL INFORMADOR

El irredento Donald Trump, que bien propone la cómica medida de pedirle a México que pague por un muro en la frontera. EL INFORMADOR / Santiago S. Mora

El irredento Donald Trump, que bien propone la cómica medida de pedirle a México que pague por un muro en la frontera. EL INFORMADOR / Santiago S. Mora

GUADALAJARA, JALISCO (07/FEB/2016).- Los suspiros en la política ya no los desata más el tecnócrata del pasado. Ése personaje bien vestido de pies a cabeza, con un dominio casi mágico de las cifras, y un lenguaje que entre más complicado fuera, mejor parecía. Utilizaba anglicismos para demostrar su superioridad intelectual y sus años de estudios en la Escuela de Gobierno de Harvard. El tecnócrata representó la aspiración de muchos y es la personalización de toda una época de pensamiento económico y político.

Tampoco goza de la mejor salud el “político profesional” de antes, aquel que hacía de la corrección política su mejor seña de identidad. Quien manejaba la táctica cual entrenador de selección nacional y que iba por el mundo recetando sonrisas a todo aquel que se atravesaba en su camino. Un animal que nacía y vivía para la política, incapaz de dedicarse a nada más. No, esos ya dejaron de ser los modelos a seguir en la política mundial; han sido reemplazados por otros más sui generis, por personajes incorrectos, extrovertidos, que no reconocen reglas no escritas, que no tienen problemas para abrazar alegremente el extremismo, que no se preocupan por tropezar con alguna declaración fuera de lugar y que tampoco se empeñan en caerle bien a los medios de comunicación. Estos personajes siempre han existido, pero antes sólo agitaban las pasiones de una minoría, mientras que ahora tienen posibilidades de gobernar. La rebelión de los incorrectos, que seducen con su desparpajo, su crítica al sistema y sus soluciones expeditas.

Ahí está el irredento Donald Trump, que bien propone la cómica medida de pedirle a México que pague por un muro en la frontera o no tiene pelos en la lengua para decir que va a prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos. Que lo acusen de violar derechos humanos, no le quita ni un minuto de sueño. O Bernie Sanders, por el lado demócrata, que sorprendentemente se define como “socialista”, una palabra tan denostada en Estados Unidos que roza con el satanismo, y que tuvo el apoyo en el caucus de Iowa de 46.5% de los militantes del Partido Demócrata. O qué decimos de Pablo Iglesias, un político que colocó a Podemos en la tercera fuerza política en España y que anda por ahí con su colita de caballo, unos tenis que ya no valen ni cinco euros y que no pierde día para despotricar contra la casta. O siguiendo en la Península Ibérica, el caso de David Fernández, el político más valorado de Cataluña y que fue líder de un partido de izquierda llamado Candidatura de Unidad Popular, y que es recordado mundialmente por quitarse el zapato y tirárselo a quien fuera el presidente del Fondo Monetario Internacional, y ahora enlodado hasta el cuello en casos de corrupción, Rodrigo Rato. A esta lista le podemos agregar al bufón de Beppe Grillo en Italia; a la xenófoba Marine Le Pen en Francia, que pide abandonar la Unión Europea a la orden de ya; al nuevo líder de los laboristas ingleses, el señor Jeremy Corbyn, que está más cercano a Marx que a Gordon Brown; al comediante y presidente de Guatemala, Jimmy Morales, y hasta al primer gobernador independiente de Nuevo León, y de México, al famoso Jaime Rodríguez el “Bronco”.  Tanto a la derecha como a la izquierda, están naciendo políticos que acumulan popularidad alejándose del centro, condenando al establishment político y haciendo de la incorrección su principal arma para “desnudar” al sistema. 

Alguien me dirá que es ilógico poner en el mismo cajón al racista de Trump y al socialista Corbyn. Incluso, me pueden reclamar que pensar que son lo mismo Iglesias y Le Pen, es no saber nada de ninguno de los dos. El punto no es que sean lo mismo, diría que están en las antípodas ideológicas, que su distancia es enorme y que no se podrían poner de acuerdo en casi nada. Más allá de eso, lo que resulta interesante, es ese movimiento de la ciudadanía en muchos países hacia opciones políticas que antes rayaban en la ingenuidad. El consenso en torno al centro se comienza a debilitar. De acuerdo a prácticamente todas las encuestas, existe un renaciente encanto de los ciudadanos con aquellos políticos que desafían el estatus quo. Que denuncian con ahínco y sin matices, a lo que Pablo Iglesias o Beppe Grillo llaman como “la casta”; lo que Donald Trump denuncia como “los enemigos de América”, lo que Marine Le Pen cuestiona como los “liberales”, o lo que el “Bronco” define como la “partidocracia”, o Andrés Manuel López Obrador como “la mafia del poder”. Pero, ¿por qué los ciudadanos encuentran en estos personajes una repuesta a sus problemas? ¿Es el populismo? ¿La esperanza? ¿El miedo?

Es indudable que existe un deterioro de la imagen del “tecnócrata”, el político popular de los noventas e inicios de siglo. La tecnocracia, esa idea de que las pasiones políticas pueden ser domadas por la técnica, los datos y el pragmatismo, demuestra su agotamiento. Italia es un ejemplo con Mario Monti o la Francia del “normal” Hollande. Vivimos un tiempo de reactivación del debate ideológico y ya nadie se cree que hay funcionarios que pueden tomar decisiones como si fueran máquinas desprovistas de ideología. La misma idea de la tecnocracia ha sido un escudo para no entrar de fondo a temas como la desigualdad, la corrupción y la concentración económica. Por ello, desafiar al estatus quo, no sólo significa apoyar políticas públicas que se distancien de ese centro que muchos ciudadanos perciben como lejano a sus problemas, sino que también incluye apostar por políticos distintos, que se atreven a decir lo que otros callan y que se rehúsan a pactar con los intereses de siempre. Sea Sanders en la izquierda del Partido Demócrata o Marine Le Pen en el racista Frente Nacional, desafiar el establishment implica acudir a los extremos.

En el mismo sentido, se reviven viejos debates políticos, en el que el centro de la discusión no es quién administra mejor, en donde los partidos centristas y tecnocráticos se sienten cómodos, sino que los debates mundiales empujan hacia posiciones marcadamente ideológicas y que reviven dilemas de antaño. ¿Es el capitalismo un modelo compatible con la igualdad? ¿Es esta concentración de la riqueza sustentable? ¿Puede el medio ambiente resistir a la actividad económica del presente? ¿Es moralmente aceptable que tres mil 500 millones de personas acumulen lo mismo de riqueza que 62 personas? ¿Es posible una política de cambio, cuando los gobernantes son al mismo tiempo depositarios de la soberanía popular y asesores de los intereses económicos? ¿Es posible la democracia cuando los mercados le dictan la plana a la política? ¿Es deseable que las decisiones sobre un país las tomen los organismos internacionales y no los funcionarios electos por los ciudadanos? ¿Puede un país rico acoger todos los migrantes que se presentan a sus costas? ¿Cómo replantear la soberanía en un mundo globalizado? La ideología está de vuelta, a pesar del epitafio que muchos le escribieron.

Y por ello, a nivel mundial, la identidad política comienza a moverse hacia una dicotomía entre sistémicos y antisistémicos. No sería tan iluso como para cuestionar que los conceptos de izquierda y derecha han perdido vigencia, basta entrar a una discusión pública para saber que eso no es cierto, sin embargo la relación con el sistema comienza a tejer muchas de las preferencias políticas en el mundo. Así, una buena parte de la ciudadanía mundial comienza a creer que es difícil que el sistema se reforme por sí mismo, y que, por lo tanto, las opciones antisistema son fundamentales para propiciar cambios. Vivimos un tiempo de alta indignación, en donde el gradualismo y los matices, suelen ser vistos como pusilánimes. Ya no se quieren políticos que enfaticen lo “difícil de las reformas”, “lo complejo del camino”.  Ahora, muchos ciudadanos buscan al político que diga las palabras mágicas y ni un pero incluido. El “Bronco” decía en su campaña: “Voy a meter a la cárcel a Rodrigo Medina”, la gente aplaudía. Trump se compromete en campaña a eliminar el desempleo, y otras historias fantásticas, y el conservador piensa que sólo basta la voluntad. Iglesias dice que les dará un ingreso mínimo a todos los ciudadanos españoles, y gana votos.
Vivimos una época populista, no necesariamente en la connotación peyorativa que se le suele achacar, sino otra vez la apelación al pueblo como sujeto político, en donde el carisma del líder vuelve a ser de vital importancia.

La incertidumbre de un mundo que se mueve a tumbos, con sus involuciones y avances, ha provocado que las simpatías de los ciudadanos pasen de los tecnócratas, administradores por oficio, a nuevos personajes incorrectos que buscan modificar de tajo el estatus quo, sea para la izquierda o sea para la derecha. Trump, Sanders, Corbyn, Morales, El “Bronco”, son todos producto de la rebelión de los ciudadanos ante el fracaso de la tecnocracia y el debilitamiento de los consensos de las últimas dos décadas. Son también el renacimiento de la ideología como la arena en la que se dirime la política. La tendencia mundial parece decirnos que murió la corrección política, y entramos a otra etapa en donde el desafío al establishment y al sistema vuelve a la primera fila del debate político.

Tapatío

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