Suplementos | Los partidos políticos muestran que están dispuestos a todo para alcanzar el poder El día después A una semana de empezar las campañas, los partidos políticos en Jalisco muestran que están dispuestos a todo para alcanzar el poder Por: EL INFORMADOR 29 de marzo de 2015 - 02:24 hs Dicen que en la política y en el amor todo se vale. EL INFORMADOR / S. Mora GUADALAJARA, JALISCO (29/MAR/2015).- “Guerra sucia” es el concepto usado en campañas para definir a todas aquellas estrategias que buscan ganar votos a costa de manchar la reputación del contrincante. El término es poco afortunado, ya que guerra sucia fue lo que ocurrió en Centroamérica en los ochenta o en México a finales de los sesenta y principios de los setenta. Una política sistemática de represión y hasta aniquilamiento de los opositores ejecutada por los regímenes autoritarios de la época. La guerra sucia en las campañas no es ni por asomo eso. Sin embargo, no podemos negar que la democratización del país trajo consigo elecciones más polarizadas, la inclusión de despachos de asesores más caros y en donde la denostación juega un papel fundamental. Por lo tanto, a una semana del inicio de la campaña, bien nos podríamos preguntar: ¿Qué riesgos existen en campañas en donde los partidos políticos se enfrascan en estrategias de difamación, encono y desprestigio? Dice Michael Ignatieff, autor del libro “Fuegos y Cenizas”, que la política se ha convertido en una lucha por el prestigio social. El prestigio significa votos, y los votos se traducen en poder. Ante la debilidad de las antiguas ideologías, las campañas se transforman en contiendas en defensa de la reputación personal. Rara vez los candidatos ponen sus proyectos gubernamentales sobre la mesa, sino que el centro de los debates electorales giran en torno al carácter y la honestidad de los candidatos. No es que no importe el proyecto, pero el elector, como lo muestran la mayoría de los estudios demoscópicos en la materia, toma su decisión con base en las cualidades personales que percibe del candidato y no tanto pensando en su proyecto político. Por ello, la llamada “guerra sucia” se ha convertido en una herramienta tan seductora para la clase política. Un golpe certero y contundente puede desfundar hasta al más sólido de los candidatos. Es importante diferenciar la “guerra sucia” de la sana y necesaria campaña de contrastes. El contraste es inherente a las campañas, un candidato debe decir por qué hará las cosas de forma distinta a su contrincante o por qué puede ser un gobernante más eficaz. El contraste es valioso en las campañas porque brinda mucha información a los ciudadanos, información que es fundamental para elegir su opción partidista con mayor claridad. Según la ley electoral, tanto la general como la estatal, la guerra sucia es identificada como una estrategia de calumnias y mentiras que van dirigidas al desprestigio de un adversario o de una institución. Los terrenos en los que se mueven las campañas negras son resbaladizos, no es fácil trazar una línea entre la sana campaña de contrastes y la insana guerra sucia. División Uno de los efectos más perniciosos de la llamada guerra sucia es, sin duda, la división que deja como corolario en la sociedad. Las campañas deben dividir, porque detrás hay proyectos distintos. Tal división es positiva si encuentra cauces institucionales para expresarse y no incita ni a la violencia ni al rencor. Sin embargo, no siempre la polarización de las elecciones desaparece cuando llega la hora de encontrar puntos de acuerdo y privilegiar las coincidencias. Ahí tenemos 2006, una elección que en muchos sentidos sigue pesando en el imaginario de una buena parte de la población. La campaña: “López Obrador, un peligro para México”, en donde comparaban al candidato de izquierda con su homólogo de Venezuela, caló muy profundo en una parte de la sociedad que vio como el miedo se convertía en el único argumento para descarrilar al candidato presidencial. La división era palpable: al interior de las familias y entre amigos. El país duró al menos tres años en sanar de una campaña tan agresiva y polarizada. Todavía, al día de hoy, vemos que el Norte-Occidente y el Sur-Centro siguen políticamente divididos, y un acontecimiento clave fue la elección de 2006. Los asesores y consultores contratados para las campañas pocas veces piensan en la división que dejan como residuo de su campaña de miedo. Ellos reciben su pago por dar resultados y, aunque admiten que hay unos códigos de ética, eso provoca que estén dispuestos a casi todo con tal de ver ganar a su candidato. La guerra sucia tiene ese efecto: separa y excluye. Construye un imaginario social y político en donde el contrincante se convierte en antagonista, descalificando sus planteamientos por ser quien es y no por su trayectoria política. Parece que en las campañas de lodo y descalificación nadie piensa que hay un mañana. Miedo Un elemento clave de la guerra sucia es precisamente el miedo. Casos hay por montones. Ahí tenemos a Barack Obama que tras seis años en la Presidencia de los Estados Unidos, ni siquiera ha despejado por completo las dudas sobre su origen nacional. Hay una décima parte de la población que cree que es musulmán y un 26% que no cree que haya nacido en Estados Unidos. Todo ello provocado por una implacable campaña de desprestigio de su figura; una campaña de mentiras y difamación que tenía como objetivo infundir miedo en el votante americano. Queda claro que fue sumamente exitosa, la división y la descalificación han sido problemas con los que ha tenido que tratar el primer presidente negro de la historia del país. Obama significó, en esa campaña puesta en marcha por el Tea Party, ese personaje que encarnaba todo lo anti-americano, un sediento estatista dispuesto a devorarse las libertades de los ciudadanos de Estados Unidos. El miedo que desencadena la guerra sucia es irracional y no se contrasta con la realidad. Recuerdo en la elección de 2006, el miedo tan grande que existía entre las clases medias por la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador, cual estalinista consagrado, les comenzara a retirar los títulos de propiedad de sus casas. El miedo alcanza tales niveles, que la propaganda roza la locura como en España donde medios conservadores vinculan a Podemos con ETA; o en México donde se pensaba que López Obrador podía ser un segundo Chávez; y en Estados Unidos en donde la derecha relaciona a Obama con el radicalismo musulmán. El miedo paraliza y distorsiona. Ni Pablo Iglesias es parte del movimiento armado en Euskadi, ni López Obrador es Chávez y menos Obama se codea con los dirigentes del Estado Islámico. Y así, ocurre una perversión: si bien la campaña de contraste dota de información valiosa, la guerra sucia se convierte en la distorsión de dicha información, dejando a los ciudadanos con los peores argumentos para emitir su voto. La agenda ausente La guerra sucia tiene como objeto la destrucción de la reputación del contrincante. A diferencia de la campaña de contraste, la meta es hacer pedazos al adversario, sin importar la estrategia. Los consultores identifican los problemas que mayor miedo desatan entre los ciudadanos, y los utilizan para decir que su contrincante representa todo eso. Es un mensaje en esencia conservador, por lo tanto suele ser utilizado en contra de candidatos que van punteros y que tienen proyectos políticos de reforma profunda. Sin embargo, el asunto más grave es que en campañas de este tipo no se ventilan los problemas de la ciudadanía públicamente, y tampoco se buscan soluciones a dichas problemáticas. Las campañas negras son por regla, campañas sin propuestas. La propuesta es destruir. No hay un proyecto político detrás. No vemos ni propuestas para combatir la inseguridad ni tampoco herramientas para hacer que la economía del país crezca. Los problemas reales de los ciudadanos se guardan debajo de la alfombra y se apuesta por la denostación. Múltiples estudios han demostrado el vínculo existente entre guerra sucia y abstencionismo. Mientras el contraste sano y responsable convoca a más electores, la guerra sucia se convierte en hastío y decepción para el votante. Detrás de la guerra sucia todos se manchan, el que ataca y el que se defiende. Es un juego en donde se asume que todos pierden, pero el objetivo es que el adversario pierda más. Ese razonamiento suele alejar a los votantes de las urnas: “Si votas por él, vas a perder lo que tienes”; “mejor malo por conocido que bueno por conocer” o “seremos corruptos, pero los de enfrente son más”, son algunos de los mensajes que se encuentran detrás de la publicidad basada en la denostación. La política suele ser entendida en clave de Karl Von Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. La guerra sucia, entendida como las campañas negras que sólo buscan la denostación y el desprestigio del contrincante sin respaldo de un proyecto político, indudablemente arrojan abstencionismo, miedo, desconfianza, división, polarización y encono. No construyen nada, sólo destruyen. A una semana de que comiencen las campañas todo parece indicar que viviremos un par de meses de mucha polarización y muy poco proyecto. Es tiempo de que alguien piense que después de las elecciones será momento de gobernar. Temas Política Tapatío Partidos políticos Enrique Toussaint Orendain Elecciones intermedias México 2015 Lee También César Montes intenta justificar la goleada ante Colombia 'Chicharito' marca su primer gol al América en partido amistoso Colombia exhibe a México con goleada en Arlington México vs Colombia • Momentos destacados • Partido amistoso Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones