Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | A 15 años de la alternancia en Los Pinos, la democracia mexicana enfrenta su momento

Desilusión democrática

A 15 años de la alternancia en Los Pinos, la democracia mexicana enfrenta su momento más crítico. ¿Qué consecuencias se derivan de la decepción que sienten los mexicanos con su naciente sistema democrático?

Por: EL INFORMADOR

Lo que entró en crisis fue el relato de la democracia, el panorama es nebuloso. EL INFORMADOR / S. Mora

Lo que entró en crisis fue el relato de la democracia, el panorama es nebuloso. EL INFORMADOR / S. Mora

GUADALAJARA, JALISCO (25/OCT/2015).- México vive un momento de desencanto con la democracia. Hay muchas interpretaciones para esta insatisfacción. Hay quien dice que era natural el desencanto, al sobrecargar a la democracia de tantas tareas, la desilusión era inevitable. La democracia no iba a hacernos más guapos, ricos y talentosos, esa nunca fue su misión. Hay otros que dicen que la misma construcción de la transición encapsulaba su ulterior fracaso, una transición pactada en donde no se combaten a los fantasmas del autoritarismo, no tenía posibilidad de éxito.

Y existen otros que incluso niegan la transición y asumen una continuidad sistémica, tanto en los gobiernos del PRI como en las dos administraciones del PAN, parece que dicen: “No sean ingenuos la democracia nunca ha existido en México”.

Lo paradójico es que ni siquiera hemos logrado construir un consenso social en torno a una idea muy simple: ¿Es México una democracia? De acuerdo a la Quinta Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Democráticas (ENCUP), sólo 34% de los mexicanos considera que nuestro país es una democracia. El no haber sido capaz de construir un piso mínimo de acuerdo sobre este tema, es un indicativo de que el problema del arraigo democrático en México es más profundo de lo que creíamos. Diría Gordon Brown, el ex primer ministro de Reino Unido: “Los primeros dos siglos de la democracia son los más difíciles”. La mexicana es una democracia naciente, pero que muy rápido parece haber perdido su capacidad de emocionar al común de los habitantes del país. En la pubertad ya parece nuestra democracia una viejita llena de achaques.

Los resultados del último Latinobarómetro prendieron los focos rojos. Sabíamos del difícil momento que vive la democracia, pero no entendíamos la profundidad del desencanto con el modelo democrático nacional. Yo diría que pasamos en los noventa del debate: democracia, ¿cómo? Al debate actual de: democracia, ¿para qué? No hay un consenso sobre si somos democráticos, pero tampoco hay un cierto acuerdo entre los mexicanos sobre la utilidad de la democracia. A la democracia no hay quién la defienda. Diría José Woldenberg que actualmente la democracia es analizada “como problema”, un rostro lleno de acné, espinillas, que no seduce; la democracia más como el problema y no como la solución.

De acuerdo a los datos de 2015 publicados por la empresa de opinión Latinobarómetro, y que se refuerzan con la ENCUP antes referida, nos queda claro que para los mexicanos la democracia no es todavía un bien en sí mismo, sino simplemente un instrumento que funciona en la medida en que arroja resultados. A diferencia de otros países en donde la democracia ya se concibe, después de siglos de conflicto para instaurar un régimen mínimo de libertades, como un bien en sí mismo, como algo anhelable con independencia de sus resultados, en México la ciudadanía sigue pensando que la democracia es valiosa en la medida en que llena el refrigerador.

Algunos datos ilustran esta tendencia. En México, 13% mira la economía con optimismo, lo que empata con ese 19% que se siente satisfecho con la democracia.

Incluso, Latinobarómetro señala que en algunos países de América Latina, México es uno de ellos, la correlación entre crecimiento económico y satisfacción con la democracia es casi perfecta. No por nada, los que apoyan la posibilidad de un Gobierno autoritario que brinde desarrollo económico, se han multiplicado en todos los índices desde 2010. La democracia apasiona si deja dinero, prosperidad y si elimina la corrupción.

Y es que la democracia ha desnudado lo peor de nosotros y parece habernos dado muy poco a cambio. Desde el 2000, vimos a un Presidente de un partido anti-corporativo, como el PAN, pactar con el sindicato hegemónico de los maestros en el país; a gobernadores llenando sus cuentas bancarias por los excedentes de recursos petroleros; vimos como el clientelismo sobrevivía al momento democrático, y como los diputados se hacían especialistas en el negocio de los “moches”; vimos como los órganos ciudadanizados como el INE o el IFAI, eran cooptados por los partidos políticos; vimos como los partidos políticos profundizaban su tendencia hacia la construcción de oligarquías corruptas que no le rinden cuentas a nadie. Todo falló, todo fracasó; vimos cómo los poderes económicos se seguían imponiendo a los políticos y privatizando las decisiones públicas, un sistema político secuestrado; vimos como los pobres se multiplicaron con o sin voto. La decepción nos ha llevado al nivel que pensamos que nada valió la pena, que la transición a la democracia fue sólo una ilusión. El corolario de un sueño roto.

Lo que entró en crisis fue el relato de la democracia. La narrativa no convence a nadie. Han crecido las opiniones de aquellos que dudan de la democracia, ya sea por la izquierda en la crítica abierta al liberalismo implícito en la democracia, o en la derecha los que no ven mal un retorno autoritario. Las voces que defienden la democracia hablan en un lenguaje que no llega al ciudadano de a pie, que no le habla de sus problemas. En México, ganó la idea de democracia como un simple procedimiento para elegir quien gobierna, cuando en realidad la democracia debe ser eso, pero no sólo eso. ¿Qué democracia aguanta más de 50 millones de pobres? ¿Qué democracia puede sobrevivir con 50% de la población que no participa ni en la urna? ¿Qué democracia tolera que la distancia entre los más ricos y los más pobres sea tan insultante como lo es en México? ¿Qué democracia tolera que buena parte de los mexicanos no pueda ni terminar la secundaria porque en México es un lujo estudiar? ¿Qué democracia aguanta que la atención sanitaria sea un bien al que solamente puede acceder, con calidad, una minoría?

Y es que a la crisis de eficiencia, una democracia que no produce resultados palpables en la vida cotidiana de los mexicanos, debemos añadir la crisis de representatividad. El latinobarómetro muestra que los mexicanos no se sienten representados por nadie. A nivel latinoamericano, estamos a la cola cuando nos referimos a la representatividad de las élites políticas. Solamente 17% de los mexicanos dice sentirse representado por su Congreso, muy lejos del país latinoamericano con la mejor tasa de representatividad (Uruguay con 45%). El problema de México es tan complejo porque no sólo estamos hablando de lo que le pedimos a la democracia, sino lo que está fallando es la sustancia misma de lo que debe ser sistema democrático: un espacio de representación de la ciudadanía.

El panorama es nebuloso. Hemos hecho tantas reformas electorales, algunas reformas políticas y modificaciones institucionales, que no sabemos por dónde empezar para cambiar las cosas. Tal vez, la mejor forma sería dimensionando el problema que tenemos. Como he descrito anteriormente, la democracia mexicana está llena de achaques, problemas y perversiones. No es lo que soñamos en la transición. Ni es una democracia eficaz, ni es una democracia representativa. Sin embargo, para entender el camino a andar en el futuro, es fundamental preguntarnos, ¿Realmente estamos peor que antes de la transición? ¿No se ha avanzado nada en este país cuando hablamos de garantías democráticas?

Es donde tengo mis dudas, y en donde las posiciones maximalistas suelen imponerse. Y es que veo el escándalo nacional por Ayotzinapa, y pienso: ¿No somos ahora una sociedad más exigente? ¿Una sociedad que no se come tan fácil las versiones oficiales? Veo el reportaje de la Casa Blanca y pienso: ¿No vivimos en un país con más libertad de expresión en donde los políticos le deben temer a algunos medios y algunos periodistas que se atreven a denunciar la corrupción en las más altas esferas? ¿No son las redes sociales vías de protestas que dificilmente son controladas por la autoridad? Veo la victoria de algunos candidatos independientes como Pedro Kumamoto, sin clientelismos ni derroche de recursos, y pienso: ¿No es capaz nuestra democracia de admitir nuevos inquilinos que realmente cuestionan el estatus quo? Veo el escándalo que provocó la Ley de Transparencia en Jalisco y que el gobernador no tuvo de otra que vetar la ley, y piensas, a pesar de los pesares: ¿No hay una ciudadanía más enterada y crítica que cuida sus libertades, exigiendo que los gobiernos rindan cuentas? No olvido la impunidad y la corrupción, tampoco olvido que nuestra democracia no ha sido capaz de controlar a los gobiernos en turno y pasarlos por la guillotina de las leyes, pero es innegable que en México hoy existen mayores condiciones democráticas que hace un par de décadas. No es el mismo país, sus ciudadanos son muy distintos a lo que fueron.

La democracia debe reinventar su relato, ya no desde lo que puede lograr, sino desde lo que es en sí misma. No desde el crecimiento económico o desde el combate a la corrupción, sino desde esa idea de que es el único sistema que permite que los ciudadanos decidamos sobre nuestro futuro político. La democracia como un bien en sí mismo, algo por lo que vale la pena luchar sin esperar nada a cambio. Para ello, la democracia debe seducir desde sus conceptos: la representación, la participación y la deliberación. Un horizonte sombrío no nos puede nublar la mirada. La democracia es hoy un sistema por el que vale la pena luchar.

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