Viernes, 10 de Octubre 2025
Suplementos | Diez años después de que la privacidad es otra cosa

Big Brother o las formas de la intimidad

Hace una década, 3 de marzo, la llegada del reality show cambió la forma de ver y hacer televisión, estremeció a la Iglesia y colocó en la cuerda floja la intimidad

Por: EL INFORMADOR

Adela Micha fue la conductora ícono de este primer reality.  /

Adela Micha fue la conductora ícono de este primer reality. /

GUADALAJARA, JALISCO (11/MAR/2012).- “Yo nunca vi Big Brother. Yo lo hice. Y cuando salí de la casa ya no era yo. Fue un proceso muy raro, duro, medio friki. Pero del que agradezco y al que le sigo sacando jugo”. Eduardo Orozco se convirtió en el tapatío carismático de la televisión hace 10 años, cuando fue encerrado en una casa con 40 cámaras y 100 micrófonos. Médico de profesión, Eduardo fue parte de un proyecto que lo bautizó para siempre como El Doc. Esta es la historia de la llegada del primer reality show a México: Big Brother. Un programa que rompió todos los modelos de televisión hasta entonces conocidos.

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De Big Brother sólo quedan refritos. 12 personas cuyos nombres pocos recuerdan, una casa, 40 cámaras, 100 micrófonos, y una vaca en la memoria. El fenómeno televisivo se instaló en la tele de paga, con resúmenes en cadena nacional abierta. Tres años antes de su llegada al país se trasmitió por primera vez en Países Bajos (Holanda). En España se llamó El Gran Hermano; en Italia, Grande Fratello; en India, Bigg Boss y en Francia, Loft Story. Todos haciendo alegoría al libro 1984, de George Orwel.

A México llegó de la mano de Endemol para transmitirse en Televisa. Pero no fue la única empresa que aprovechó el modelo de los reality shows, programas cuyo fin era encerrar a un grupo de personas que serían monitoreados por cámaras y micrófonos las 24 horas del día. Luego del fenómeno televisivo que provocó que más de 30 millones de televisores estuvieran encendidos los domingos para ver las nominaciones y las expulsiones, TV Azteca hizo el suyo: La Academia. Después vinieron los realitys deportivos (The Contender); otros más, cuyos guiones eran más estructurados y la espontaneidad se perdía; como Código Fama; los musicales Operación Triunfo y Cantando por un sueño; e incluso, hasta de corte cultural con la emisión de Ópera prima, producida por canal 22 y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

Parecía que del voyerismo nadie se salvaba.

En marzo de 2002, Kabah, un grupo de música pop extinto, igual que Big Brother; cantaba con el tono de la canción del elefante que se columpia en una telaraña, una canción cuya letra es el resumen de la vida de los jóvenes que vivían en esa jaula de oro televisada.

“Doce personas, ciento seis días, dentro de la casa de Big Brother/ Como veían que no resistían votaron pa’ sacar a un integrante/ cinco minutos de agua caliente, bañen al becerro y a la vaca /Confesionario, no hay calendario, Big, Big, Big, Big Brother”.

Big Brother, la serie y la realidad; el programa de concurso y el fenómeno mediático; la posibilidad de que por primera vez en la historia de los medios masivos, el auditorio se convertía en protagonista. ¿El problema? Aferrarse a la dignidad luego de tres meses sin intimidad.

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El domingo 3 de marzo de 2002 la película Amelie tenía su primer fin de semana en las pantallas de los cines mexicanos. Ese día, cuando el reloj marcó las ocho de la noche, la periodista Adela Micha salió a cuadro en el canal de las estrellas no para dar noticias. O quizá. Vestida de negro, con escote, toda ella detrás de su nariz y claro, su pose. Sonreía para iniciar Big Brother México.

En esos mismos momentos un grupo de ciudadanos identificados como integrantes de organizaciones conservadoras montaron una manifestación a las afueras de las instalaciones de Televisa Guadalajara, en la colonia Moderna. Exigían que ese tipo de programas no se presentaran en televisión nacional. Que era “un atentado a los valores humanos”.

Dos semanas atrás, el entonces cardenal, arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, emitió un boletín a las 500 parroquias de la ciudad donde manifestaba su opinión. Según el Semanario, diario oficial de la Iglesia tapatía, manifestaba que “la gente piensa que programas que están a punto de ser exhibidos recrean la vida cotidiana, pero nada más alejado de eso. (Big Brother) atenta contra los derechos humanos”. Temerosos de que se exhibiera el noveno mandamiento, prefirieron actuar detrás de la sotana, arriba de los altares.

Quizá fue la novedad, quizá la presunta censura. Big Brother se convirtió en un fenómeno que provocó una revolución en los modelos televisivos.

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“Creo que lo que vivimos en ese entonces fue un cambio muy importante, porque vimos a los televidentes, en una realidad recreada, convertidos en actores. Se rompió el concepto que teníamos hasta entonces de la intimidad, y eso ayudó a que el televidente interviniera en las producciones”, comenta en entrevista el investigador Guillermo Orozco, experto en temas de comunicación educativa.

“No podemos olvidar que las audiencias somos sujetos capaces de tomar distancia de los medios y sus mensajes, pero también sujetos ansiosos de encontrar en ellos lo espectacular, lo novedoso, lo insólito, todo eso que nos emocione, nos estremezca, nos divierta y nos haga salir, aunque sea por momentos, de nuestra rutina y existencia cotidiana”, señala el investigador.

Especialista en medios de comunicación y medicaciones, Orozco no estigmatiza a Big Brother ni a los reality shows. Simplemente los explica.

“No creo que se haya violado la intimidad, sino que al contrario, no había una intromisión abrupta sino un acuerdo pactado entre los participantes y los televidentes que querían verlo. Eso ayudó mucho a desechar tabús acerca de muchas cosas, de escenas de otro tipo… es decir, fue un programa que nos enseñó a ver otro tipo de vidas posibles, sin asustarse”.

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El Doc está esperando el avión que lo llevará a la Ciudad de México para rencontrarse con su pasado. Reunieron a todos los Big Brothers de la primera generación. Contesta la llamada para dar una entrevista que se pactó por medio de Facebook —otro medio, nacido en 2004, que ha roto prejuicios mientras alarga los limites de la intimidad personal—.

Eduardo Orozco cree en la fama como quien va a la cama esperando despertar. Dice, es “un regalo” y, como tal, “no hay que verle la cola”. La fama ayuda más de lo que perjudica, advierte, por eso ha pedido que esta entrevista sea publicada siempre y cuando la pongamos en su muro “para que la vea mi familia”.

Eduardo estudió medicina y en eso parece diputado, construyó una carrera para no ejércela. “Estudié y me titulé, era de los buenos estudiantes, pero a partir de ese 3 de marzo jamás volví a dar consulta, ni entrar a un quirófano, ni receté a nadie más… desde ese día trabajo en los medios y me dedico a esto, a ser feliz”.

El Doc espera el vuelo que lo lleve al Distrito Federal para encontrarse con los otros 11 participantes con quienes convivió más de 90 días en una casa con más de cámaras que trastos limpios, con más micrófonos que silencios: “si te echabas un pedo, se quedaba grabado, ¡te lo juro!”.

Cuenta que, en esos tres meses, su concepción de las relaciones humanas cambiaron: “la verdad es que no me quiero ver con todos… había gente muy misógina, vulgar, sin ganas de convivir; gente con la que nunca empaté”.

Después reconoce que, entre la fama y el dinero, Big Brother le cambió la vida. “Yo llegué cuatro días antes de iniciar el programa, me encerraron en un hotel, me quitaron el teléfono y la tele; fui el séptimo en salir… duré 96 días. ¿Sabes qué es eso? Encerrado acompañado, pero a la vez solo, viviendo una vida diferente.  Y cuando salí, el fenómeno ya me había hecho famoso. Sin yo hacer nada”.

Habla de la fama en tercera persona, como un pariente lejano al que espera ver pronto. No se siente famoso, a pesar de que su cuenta de Facebook ya no permite más “amigos”. “Por supuesto que es un golpe tremendo, no sabes ni cómo lo construiste ni cómo detenerlo. Es más fuerte que tú”.

Si uno le pregunta a El Doc si se sintió como una presa encerrada, lo admite: “Vivimos en una jaula de oro”. Pero no reniega, al contrario. “Yo no me sentí en un experimento, yo viví una experiencia padrísima y siempre me trataron como famoso, cuando no lo soy… si hoy me lo pidieran, yo lo volvería a repetir”.

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Había un guión preestablecido donde los productores de la serie adecuaban los roles a cada participante. Hubo un entrenamiento previo y eso “está documentado”. Para Jenaro Villamil, Big Brother no le cambió la vida a nadie. “Sólo vivimos la facturación de la vida íntima, vimos una especie de colectivización insólita del enjaulamiento humano”. Así de duro, así de claro.

Villamil, uno de los reporteros más críticos a las producciones audiovisuales del consorcio Televisa es contundente al hablar de Big Brother. “Mira, ese programa surgió porque Endemol México (la empresa productora) y Televisa tenían una crisis en los ratings muy grave… Big Brother tuvo una connotación social que no es casual, lo que hay es una fantasía que promueve la sobrevivencia, que anula la solidaridad”.

Utilizar el modelo de Big Brother “se trata de trasplantar los valores, las normas y la dinámica de la sociedad del espectáculo —en esencia una ficción presentada como verdad— hacia la sociedad de la información y la sociedad política. La sociedad del espectáculo todo lo transforma en media event, eventos mediáticos de alto impacto como pueden ser los escándalos, los grandes concursos, la dramatización informativa, el “empaquetamiento” de la realidad en función de los bloques y de los ritmos televisivos”.

En uno de sus libros, El sexenio de Televisa, Villamil comenta que “el Big Brother mediático genera así sus propios productos híbridos: la sociedad del infoespectáculo —donde se mezcla el entretenimiento con la información—, y la sociedad del espectáculo político o del show político —en donde el interés público es expropiado y se convierte en interés mediático—. Aquí, lo político y lo informativo tiene que conmover, no proponer, ser espectacular, escandaloso y de alto impacto para que genere audiencias”.

Es esta tendencia un producto de la globalización del info-entretenimiento y de la hegemonía cultural de la sociedad del espectáculo televisivo, “como variante principal de la sociedad de consumo”.

El asunto de los complots “te habla del darwinismo social, de que tiene que sobrevivir el más fuerte por encima del otro. Y eso, en una sociedad que intenta ser democrática, no es más que un distractor de los valores y de las discusiones que deberíamos de haber tenido en esos años. Todos recordamos a la Chiva pero no cuánto hubo de inflación. Sabemos de la vaca Chenta, pero nos olvidamos del campo”.

Villamil, reportero del semanario Proceso y especializado en medios audiovisuales, cuenta que hace una década, durante el programa Circulo Rojo que conducía Carmen Aristegui y Javier Solorzano, también en Televisa, argumentó lo que sigue pensando hasta el día de hoy: “este es un programa cuya herencia es que la vida no es más que un reality que se aplica a la agenda pública”.

“Ahora los políticos han adoptado este experimento en su quehacer” —advierte Villamil— “el político ya no es el más destacado sino el más bello, el más seductor, el más cercano a la farándula”.

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Generalmente, la ideología televisiva de estos espectáculos está conformada por ciertos ingredientes comunes: vida privada, encierro, componente interactivo con la audiencia y aparente competencia. Una mezcla explosiva con efectos positivos directos en el raiting. Tanto Big Brother como Survivor y los reality shows que prosiguieron, en apariencia tan dispares, contienen estos ingredientes fundamentales.

De acuerdo al artículo “Reality shows: el verdadero cerdo mediático” de Daniel Maestre Delgado, de la Universidad de Huelva en España; lo preocupante de este género televisivo es su falta de discusión y debate en torno a temas torales para el desarrollo de la comunidad.

 “La repercusión en la sociedad de este circo televisivo es inmensa. La situación, al menos desde el punto de vista educativo, es preocupante. Si ya sabíamos que la televisión (en su vertiente negativa), con sus formatos más antiguos, constituye un oponente muy serio para el docente, aún lo es más al hablar de la telerrealidad (término más aceptado por la comunidad hispanoparlante), porque además de utilizar el discurso ideológico de siempre, añade un componente de realidad que le hace parecer más creíble si cabe. La ficción supera, en términos de credibilidad, a la realidad. La ficción se convierte en más real que la propia realidad”.

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El Doc es un hombre de 43 años que todas las mañanas se le puede escuchar en un programa de radio de Frecuencia Modulada. En una revista radiofónica Eduardo habla de banalidades y se discute sobre horóscopos. Ahora, en la entrevista, El Doc cuenta detrás de un teléfono cómo estuvo eso del reencuentro.

“Cuando me habló Pedro Torres (productor de Big Brother en todas sus versiones: el fenómeno, la dos, la tres; el VIP, el VIP 2, el VIP 3, el VIP 4), hace como 10 días, me dijo que si quería ir y yo por supuesto que le dije que sí… vamos a hacer un programa para recordar momentos y ver qué ha sido de nuestras vidas”.

— Pero si pudieras decirnos qué fue lo que aprendiste dentro de la casa, quién eras antes y después de Big Brother, ¿qué sería?

— Pues, aprendí a conocerme, a saber cómo reaccionar con otras personas, a tener respeto por la intimidad pero sin ocultar quién soy. Porque ahora todos somos vistos por cámaras. Estoy en el aeropuerto y veo cámaras, voy al banco y veo cámaras, voy a la tienda y también hay cámaras. Y en todos los casos no dejo de ser quien soy.

— ¿Y quién eres?

— Soy Eduardo. Un tapatío noble, alegre, que valora la vida, lleno de contrastes.

En fin, entre la libertad y el respeto a la intimidad. Entre el voyerismo y la frivolidad. Entre el experimento y el fenómeno. Entre 10 años y 12 participantes. Entre el sin fin de refritos. Un instante tan largo que duró 106 días. Eso fue Big Brother.


Miguel Ángel Arnaiz

Conocido como El Lic, fue candidato a diputado federal por el partido Fuerza Ciudadana en Querétaro.

Karla
Fue conductora en Tijuana por un algún tiempo. Es ama de casa y vive en San Diego, Estados Unidos.

Diego Jasso
Solo se sabe que estudió en la Universidad de Monterrey y modeló un tiempo, logró trabajar con Armani.

Denisse
La mapacha fue la primera en posar desnuda. Participó en una telenovela y actualmente hace teatro.

Gabriel Pontones
El Rasta es cineasta. En 2009 dirigió su primer cortometraje llamado Pelea de Gallos.

Rocío
La Chío fue la ganadora del concurso y se desempeñó en medios de comunicación y hoy es ama de casa.

Eduardo Orozco
Tiene un programa de radio en Guadalajara. Dejó la medicina para dedicarse a los medios.

Paola Olivera
Destacó como locutora y conductora de programas televisivos, después decidió enfocarse a la foto y cine.

Patricio Zambrano
Fue el más controvertido. Vive en Monterrey y sigue conduciendo programas de espectáculos.

Erick
Desde hace seis años El Tlacua vive en Puerto Rico donde cocina y trabajando en varios proyectos.

Verónica de Ita
Sigue “picando piedra” en el mundo del espectáculo. Ha hecho varias obras de teatro.

Azalia
La Negra o la lady de Polanco fue una de las dos mujeres que golpearon a un policía en un reten.

Tapatío

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