Suplementos | La empresa enfrenta una coyuntura crítica con un gran recorte a su gasto de inversión ¿Adiós a Pemex? Petróleos Mexicanos enfrenta una coyuntura crítica con la bomba de pensiones a punto de estallar, un agresivo recorte a su gasto de inversión y el precio del barril del petróleo por los suelos Por: EL INFORMADOR 28 de febrero de 2016 - 01:16 hs Los datos no mienten, Pemex se debate entre la vida y la muerte. EL INFORMADOR / S. Mora GUADALAJARA, JALISCO (28/FEB/2016).- Pemex agoniza. El símbolo más identificable del nacionalismo revolucionario se debate hoy entre la vida y la muerte. No es sólo el hecho de que enfrenta un panorama internacional en donde los precios del crudo se desplomaron 70% en dos años, sino que dicho contexto ha sacado a relucir los achaques de un viejito explotado por todos lados. Pemex, ya sea por la irresponsabilidad del Estado o por la voracidad de sus líderes sindicales, se encuentra hoy en situación de quiebra. La empresa productiva del Estado, de acuerdo a la denominación presente en la reforma energética de 2013, cerró el año pasado con un déficit financiero de 147 mil millones de pesos, producto de los más de 800 mil millones de pesos que la Secretaría de Hacienda le cobró a Pemex por concepto de impuestos y derechos. Es decir, hasta antes del cobro de los impuestos, Pemex tuvo un balance positivo de poco más de 660 mil millones de pesos. Y no sólo eso, los recortes anunciados, en 2015 y 2016, tuvieron como principal afectado a la propia empresa, particularmente en este año ya que Luis Videgaray concentró 75% del ajuste del gasto público precisamente sobre la partida de inversión de la empresa productiva del Estado. Pemex no es hoy lo que era antes. Si fue en el pasado un ardiente símbolo de nuestra identidad nacional, que mezclaba soberanía con antiyanquismo, en la actualidad ya no juega un papel tan preponderante en la idiosincrasia nacional. Si bien, de acuerdo a una encuesta que publicó Reforma en 2014, 40% de los mexicanos descalifican la reforma, lo hacen ya no por los argumentos nacionalistas de antaño, sino por su ineficacia, por su ausencia de resultados. Asimismo, como vemos en los estudios realizados por Parametría, BGC y Buendía y Laredo, el peso de Pemex en la configuración de la identidad nacional mexicana es cada vez menor. Por ello, no sorprende que la reforma energética no suscitará grandes movilizaciones, que Andrés Manuel López Obrador no hubiera podido articular un movimiento de rechazo al proyecto y que, por lo tanto, la inestabilidad política no fuera de la magnitud prevista. Al final, Pemex es la culpable de muchos comportamientos nocivos que nos afectan como país. Matizo, la utilización que hace el Estado mexicano de Pemex, es la raíz de prácticas corruptas que hacen de nuestra transición a la democracia una marcada por el patrimonialismo, el derroche de recursos públicos, la opacidad, el clientelismo y la ausencia de rendición de cuentas. El dinero fácil de Pemex llegó a manos llenas por prácticamente una década. La clase política se acostumbró a la gallina de los huevos negros: los excedentes económicos producto de la explotación del petróleo sirvieron para alimentar proyectos de infraestructura sin ton ni son, a engordar las nóminas del funcionariado público, a permitir la promoción personal de los políticos en todos los medios de comunicación, a incrementar los presupuestos de todos sin ningún tipo de sujeción. La eficacia de Pemex, porque al final sus números reflejan la rentabilidad innegable de la anterior paraestatal, provocó que en México los gobernantes no asumieran la responsabilidad de rendir cuentas ante los ciudadanos. Y es que nada más dañino para la democracia, y el estado de derecho, que la ruptura del vínculo de responsabilidad entre el gobernante que gasta y los ciudadanos que pagan impuestos. Gobernadores, alcaldes y hasta la misma Presidencia, concebían al dinero que viene de los recursos naturales de todos los mexicanos, como “su dinero”, del que no tenían que transparentar ni un ápice. Más de 10 billones de pesos llegaron a México durante el boom petrolero, y en este periodo ocho millones de mexicanos cayeron en situación de pobreza, la infraestructura educativa sigue siendo insuficiente y el nivel de inversión en obra pública nunca superó los ocho puntos del PIB. Es decir, la década de oro para las finanzas públicas en México fue convertida en la década perdida del desarrollo nacional. Pemex no sólo no fue esa palanca para la reindustrialización nacional, sino que Pemex significó, en la práctica, el recrudecimiento de tendencias el gasto público en México que hoy agota la paciencia de los mexicanos. A nivel nacional no se hizo lo que sí hicieron empresas estatales como Petrobras en Brasil o como Statoil en Noruega. En el caso del país escandinavo, el fondo por excedentes de petróleo, denominado Fondo de Pensiones del Gobierno de Noruega, hoy tiene la cantidad de 590 mil millones de euros, lo que en pesos significaría 10 billones de pesos, un 60% de todo el PIB nacional. En lugar de gastar los suculentos ingresos del petróleo en proyectos inservibles, nóminas injustificadas y en sindicatos corruptos, el Gobierno noruego decidió dar viabilidad a las pensiones y heredar un fondo solvente para las siguientes generaciones. El dinero fácil del petróleo no significó, en Noruega, rebaja fiscal alguna, siguió siendo uno de los países con más presión fiscal a las clases altas (53%). Todas las decisiones tomadas por el Gobierno Federal apuntan a la intención de que Pemex juegue un papel nada más que simbólico en el mercado energético nacional del futuro. La reforma, en primer lugar, si bien le concedió a Pemex el derecho de iniciativa en la Ronda Cero, al final fue la forma en la que el Gobierno se aseguró la estabilidad de las finanzas públicas. No ha habido reducción en los impuestos que paga Pemex, ni reformas internas de calado, ni tampoco la inversión necesaria como para que la empresa productiva del Estado pueda explorar en reservas probables y posibles en el mediano plazo. Parece cada vez más evidente que su supervivencia está atada a la duración de los campos de actual explotación, como Cantarell. Y, la llegada a la dirección de la empresa de José Antonio González Anaya significa la continuación de la visión más ortodoxa en materia de administración y una política de adelgazamiento constante de Pemex. Olvidémonos de investigación, petroquímica o inyección de valor agregado a la cadena petrolera, Pemex se dedica a explotar y pasarle el dinero al Gobierno; su papel a eso se ha reducido. Culpar a Pemex de su situación roza en el cinismo. Lo que tiene a Pemex quebrada no es su ineficiencia, que de acuerdo a todos los estándares internacionales, es una empresa competitiva en la extracción de crudo. Lo que tiene quebrada a Pemex no es ni siquiera el entorno internacional de bajos precios del crudo, aunque es un factor que influye innegablemente. La quiebra de Pemex es producto de la utilización política y partidista de la empresa con el objetivo o de construir clientelas electorales, como lo ha hecho durante décadas el PRI con el sindicato petróleo, o de eludir el costo político de hacer los ajustes fiscales que el país demanda. El pasivo laboral que hoy ahoga a Pemex no se lo inventó la empresa, tampoco se lo aprobó el sindicato de forma unilateral. Los excesos y el saqueo a la empresa son concesiones que por décadas han permitido los gobiernos federales del PRI y de Acción Nacional. El corporativismo tan presente en la relación del Gobierno Federal con Pemex, está en el origen de la subordinación de los criterios de sustentabilidad de empresa a los avatares y necesidades políticas de cara a la siguiente elección. Pemex está quebrada porque la relación entre el Gobierno Federal y la empresa es de naturaleza política, partidista y corporativa. No olvidemos el Pemex Gate. El adiós a Pemex es cuestión de tiempo. La gallina de los huevos negros se enfrenta a una tormenta perfecta que amenaza la viabilidad misma de la empresa a largo plazo. La reforma energética no le ha permitido a Pemex ser más competitiva y tener la autonomía necesaria para manejar sus recursos y darle al menos un piso de igualdad con relación a otras empresas privadas o paraestatales. El proyecto económico neoliberal que comenzó en los años ochenta siempre vio con recelo a Pemex. Incomodaba ese excepcionalismo mexicano en materia petrolera, ya que desde Miguel de La Madrid todos los presidentes han sido fieles creyentes de las bondades del mercado, pero tocar Pemex implicaba lastimar severamente la identidad política de los mexicanos. Implicaba un costo político inasumible. Carlos Salinas de Gortari no se atrevió a incluir al mercado petrolero en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y Felipe Calderón empujó una reforma, con el apoyo del PRI, muy tímida y solamente incluía contratos que respetaban la soberanía nacional sobre los recursos energéticos. Peña Nieto lo logró, pasó una reforma que abre el mercado petrolero a la inversión privada y limita el papel de Pemex en el sector energético. Y eso, en gran parte pudo ocurrir debido a que la soberanía petrolera ya no pesa tanto en la identificación nacional de los mexicanos, sobre todo entre los jóvenes como demuestran las encuestas en la materia. Parece que asistimos a la redacción del epitafio de lo que alguna vez fue esa empresa que se confundía con el nombre mismo de México y que significaba un símbolo de la construcción del Estado posrevolucionario. Los datos no mienten, Pemex se debate entre la vida y la muerte. Temas Tapatío Enrique Toussaint Orendain Lee También Sociales: El Informador inicia una nueva etapa con la moderna imprenta "Doña Stella" Sociales: Nice de México celebra su 29 aniversario El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Guadalajara, una década bajo la "ola naranja" Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones