— “Petatazo”

Hubo medios que publicaron la noticia, la semana, con cierta sorna: los policías de Guadalajara pasarían a ser (salvadas las obvias distancias abismales en materia de “charme”, “sex-appeal”, etc.) émulos del celebérrimo Agente 007: éste —según las novelas de Ian Fleming, convertidas en películas sobremanera exitosas— tiene licencia para matar; aquéllos, licencia... para “morder”.
—II—
Se trata, en lo esencial, de que el Ayuntamiento tapatío habilitó y capacitó a 50 policías para infraccionar a los automovilistas que estacionen sus vehículos en lugares en que está expresamente prohibido que lo hagan: cocheras, rampas para discapacitados, aceras en que el machuelo de la banqueta está pintado de amarillo, etc. La malévola intención de las notas que por ahí se enfocaron, era dar por descontado que esa novedosa atribución de los genízaros sólo creará una modalidad de la corrupción inédita hasta ahora o, en el mejor de los casos, servirá para propósitos recaudatorios... pero no cumplirá con la intención disuasiva de la pena; es decir, generar, así sea a partir del miedo a la multa o a sanciones de otro tipo —la detención o la inmovilización del vehículo, por ejemplo—, una corriente en contra del “agandalle” cada vez más generalizado, y a favor del respeto a los demás.
—III—
Aunque se sabe que ya se contempla la posibilidad de ampliar el espacio de aplicación de estas sanciones, y que los cabildos de otros municipios de la zona conurbada tienden a seguir el ejemplo, también hay serias dudas acerca de la eficacia de la medida. Primero, porque México —y Jalisco dista mucho de ser la honrosa excepción que confirme la regla— cuenta con la mala (y lo peor: justa) fama de tener leyes y reglamentos blandengues... y encargados de ejecutar tales normas, proclives a la corrupción. Y segundo porque —como quedó demostrado con campañas como “la limpieza va en serio” (¡oh, sí...!) de la administración antepasada o la “cruzada contra los aparta-lugares” a principios de la actual—, casi todas las acciones orientadas a extirpar vicios sociales arraigados, parecen la mera verdad cuando arrancan... pero al poco tiempo se comprueba que no pasaban de ser —por espectaculares y efímeras— meras llamaradas de petate.