Una manera de honrar a mi hijo es volviendo a ser feliz

GUADALAJARA, JALISCO (06/OCT/2013).- Trae una blusa blanca con la foto de Nicolás, su bebé. Ahí aparece con un gorrito que le cubre la cabeza, su tierno rostro comunica una paz incomparable. "¿Alguien quiere compartir su historia?", y Rocío se pone de pie: "¡Yo!, a ver si puedo".

Empuñó un pedazo de papel y se ubicó al frente del grupo, en medio de los sonidos propios del Parque Metropolitano en domingo. Sin ningún impedimento Rocío habló de Nicolás, de ese inquieto que no dejaba de moverse de un lado a otro a lo largo del embarazo y que le dejaba la panza "picuda", de tanto que se movía.

Los días al final de la semana 37 parecían eternos, ya quería conocer a su primer bebé, pero aún no llegaba el momento. De pronto, Rocío notó algo. El inquieto de su bebé dejó de molestarla, pasaban las horas y Nicolás no pateaba.

"Lo que es la negación. Llegué al hospital y me pusieron la máquina que usan para medir los latidos de su corazón, y no se escuchaba nada. 'Cochina máquina chafa', pensé, 'no sirve'. Después el doctor me revisó y le vi la cara. Estaba preocupado, se comía las uñas. Y me empecé a preocupar también".

Pero Rocío no quería aceptar lo que veía: una escena que comenzaba a oscurecerse. "Tú bebé no tiene pulso", le dijo el doctor, pero no lo entendió, o no lo quiso entender. "¿Y eso qué?", le respondió, entonces el médico fue claro: "Tu bebé está muerto".

Tampoco fue razón para que Rocío se resignara a la idea de perder a su hijo y le ordenó revivirlo, aunque la advertencia era que el mecanismo para hacerlo ponía en riesgo su vida y debía firmar un formato deslindando al doctor de las consecuencias.

Lo hizo. Firmó y le inyectaron una dosis de adrenalina que la puso a temblar, con lo que esperaban que la placenta volviera a funcionar y a oxigenar al bebé, porque de repente dejó de hacerlo.

No sirvió. A través de una cesárea extrajeron a Nicolás, inerte. Pero los intentos por reactivar ese pequeño corazón continuaron... sin éxito.

"Ni siquiera pude abrazar a Nicolás como yo hubiera querido. Estaba amarrada de una mano y de la otra. Sólo lo acaricié y no me despedí de él, realmente creo que de un hijo no te despides. Él vive en mi corazón".

Mientras relata, otros padres jóvenes como ella que perdieron a su bebé la escuchan entre lágrimas. Miran como es que Rocío no se quiebra al recordar el dolor de no tenerlo ya, es más, lejos de eso, ella sonríe y suspira: "una manera de honrar a mi hijo es volviendo a ser feliz".

Los aplausos arropan el momento y Rocío vuelve a su lugar, junto con sus primas que la escuchan enternecidas. Otras historias aguardan en la sesión que convocó la asociación argentina Era en Abril, que se ha expandido por Latinoamérica para reunir a los padres que han perdido bebés en el embarazo, durante o después del parto.

Ahora, toman globos de colores y los presentes escriben a sus pequeños. Alma y Martín están allí, no contaron la historia de Julia Matilde al público, pero escucharon que hay otras parejas que vivieron experiencias muy similares que también les arrancaron a su primer bebé.

"Julia, mi chulita, te amo. Nunca te olvido", le escribió ella a su hija, que nació hace tres meses y dos días después, murió. Su cuerpo colapsó poco a poco luego de que aspirara meconio antes de nacer.

Los recuerdos revivieron. Se asomaron las lágrimas. Su ausencia dolió en el pecho. Y aunque ninguno de esos padres se levanta en la noche a cambiar pañales, a dar biberón y a arrullar al bebé, sí tienen el recuerdo de una persona que llegó brevemente a ellos para enseñarles que la vida empieza, enseña y se disfruta desde la concepción, que "el amor no inicia al nacer ni se acaba al morir", como les dejó escrito a los tapatíos la fundadora de la ONG, Jessica Ruidiaz.

Y soltaron los globos al cielo.

EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ