Miércoles, 16 de Abril 2025
Entretenimiento | Saturnino Herrán (I)

Visiones de Atemajac

Definitivamente, la imagen que nos ha llegado del personaje Saturnino Herrán no corresponde en lo absoluto a sus pinturas

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO.- Definitivamente, la imagen que nos ha llegado del personaje Saturnino Herrán no corresponde en lo absoluto a sus pinturas. En las innumerables fotos donde aparece vemos a un tipo encorvado, huidizo, despersonalizado. En contraste, sus pinturas están habitadas por seres plenos, categóricos y sensuales. No cabe duda que las apariencias engañan. Cuando reviso, una y otra vez, la geografía del rostro y el lenguaje corporal de Herrán, busco parte de las claves de su obra: testimonios gráficos tienen sus límites. Tendremos que rastrear los móviles que alientan la producción herraniana por la vía doble de la investigación documental y el análisis iconográfico. Las fotos con su imagen congelada servirán, en todo caso, para alimentar las partes nebulosas de su leyenda.

Pero, ¿qué leyenda encarna Saturnino Herrán? Una muy clara: ser portavoz de uno de los mensajes visuales más trascendentes del México moderno. Así como José María Velasco contribuyó en el siglo XIX a trazar con nitidez la luz y los perfiles de la nueva patria americana y así como Posada nos recordó la propensión jubilosa que los mexicanos tenemos por la grotesca morbosidad y por la muerte, heredadas claramente del México indígena, de esa manera, Herrán nos colocó frente al espejo para que pudiéramos identificar la belleza cabal del mestizo emergente. Porque ver las pinturas y dibujos del maestro de Aguascalientes equivale precisamente a eso: nos lleva amablemente de la mano para constatar la dignidad y afortunada fusión racial que el cruce de genes españoles e indígenas supuso. Lo mismo en el caso de los varones (ciertamente idealizados por las posturas gráciles y las proporciones hercúleas) que en el de las mestizas y criollas: bellísimas, rotundas, ostentando carnes turgentes, pieles morenas sensuales y actitudes coquetamente lascivas. Por si esto no fuera suficiente, todo este paquete nuestro artista lo cargó de símbolos reforzadores de la identidad nacional: desfilan galleros, ciegos del pueblo, rebozos, jorongos, frutas, aves y follajes prácticamente tropicales, además de cofrades con sendos escapularios y cúpulas del México colonial, signos estos últimos de la evidente religiosidad cristiana de los habitantes de estas tierras.

En este punto, cabe enfatizar otro elemento que las visiones de Herrán arrojan: me refiero a su modernidad. En efecto, no estamos frente a imágenes antañonas o nostálgicas. Estamos frente a una premeditada y perfectamente reflexionada propuesta de interpretación de las tendencias vanguardistas de principios del siglo XX. Herrán, a pesar se su juventud, supo leer con claridad la profunda transformación que el arte occidental vivía por esos momentos. Exploró las posibilidades del diseño modernista y el "art nouveau", así como de la gestualidad, síntesis y empleo de la luz que el impresionismo y el expresionismo posibilitaban. En momentos, es cierto, nos remite a resoluciones deudoras del academicismo todavía vigente, pero subordinadas esencialmente al espíritu renovador que aquellas tendencias enarbolaban. Herrán, con ello, no solo fue precursor de ciertas premisas de la Escuela Mexicana de Pintura, sino que inauguró, más allá de posibles encasillamientos, un estilo propio y potente de arte contemporáneo mexicano.

Enrique Navarro  navatorr@hotmail.com

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones