Martes, 08 de Julio 2025
Entretenimiento | Comenzamos nuestro tercer día en San Blas, con la idea de conocer La Tobara.

La Tobara

Al Sur del cerro Singaita, a unos siete kilómetros de San Blas, se ubica el bello sitio llamado La Tobara.

Por: EL INFORMADOR

Comenzamos nuestro tercer día en San Blas, con la idea de conocer La Tobara. De Miramar fuimos admirando la bahía de Matanchén; La Manzanilla, con su tendido oleaje, Los Cocos con sus sensuales playones y enormes cocoteros, La Aticama, lugar que fue predilecto por piratas ingleses. Donde se fundó una Escuela de Ingeniería Pesquera, y paraje que inspiró a José Carrillo para poner en tinta, “El naufragio de Aticama”. El Rincón con sus atractivas palapas y la cautivadora playa de Matanchén. Luego, a una corta distancia nos detuvimos en un embarcadero y todos con desbordante entusiasmo subimos a una lancha. El timonel soltó amarras y aceleró el motor para surcar las hermosas aguas cristalinas, donde la vegetación se reflejaba, dando tonos verdemar. Maravillosos canales delimitados por añejos mangles y gruesos árboles con esculturales raíces, otros árboles retorcidos con orquídeas y otros con lianas y juncos.
Le pedí al timonel que fuera más despacio para observar la espectacular vegetación y sus fascinantes aves, jacanas, garzas tricolor, un martín pescador, espátulas, urracas carinegras y otras tantas variedades.
Los canales fueron serpenteando con delicadeza entre la variada y abundante vegetación. Nos detuvimos a ver unas casitas de varas suspendidas cada una sobre cuatro polines, muy por arriba del nivel del agua, casi los dos metros, con sus puertas y ventanas bien trazadas y los techos de palma a dos aguas. Preciosas casas que se hicieron para rodar una película. Las peculiares casitas estan rodeadas por encantadores parajes en todos los sentidos. Insólito escenario donde ocurrió parte de la película.
Continuamos por aquel cautivador canal lleno de vida y de expresión. Un manchón de palmeras y otro de bambú nos indicaron de nuestra cercanía a La Tobara, llegamos al bonito muelle de piedra, donde hay varias mesas de los restaurantes vecinos. Caminamos por el muelle y luego miramos unas peñas por donde manaba diáfana agua, alimentaba una alberca y después se vertía al canal, en el cual nos refrescamos y chapoteamos. Había una cuerda con un palo en su extremo, y la otra punta amarrada a un árbol, se agarraba uno del palo, se balanceaba y se soltaba para caer en el canal, diversión que vivimos en repetidas ocasiones. Enrique Hernández citó: “Por espesos manglares se deslizan las canoas al ostentoso manantial de agua cristalina en donde espera, una alberca deliciosa, a todo el viajero”.
Ocupamos una de las mesas del romántico muelle y ordenamos unas bebidas frías y unos sabrosos camarones y pulpos, después llegaron unos filetes de pescado al mojo de ajo. Vimos que unos comensales tiraban trozos de galleta salada al agua y súbitamente se aparecía un cardumen de bagres, otro de mojarras y peces solitarios, la transparencia del agua nos permitió verlos en todo su esplendor. Momentos inolvidables nos obsequió La Tobara.

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