* “Rollos”

Lo que dice Javier Aguirre, a dos meses de que arranque el Mundial de Sudáfrica, en elogio de la actual generación de futbolistas mexicanos, es, en esencia, lo mismo que dijo, para encomiar la mentalidad de sus pupilos, José Antonio Roca --qepd--, en vísperas del Mundial de 1974 en Argentina: que se trata “la mejor generación de la historia” en el medio; que,  según sostiene Aguirre de los danzantes a su cargo, “son jugadores a los que no les tiemblan las patitas”.

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Javier afirma que entre los elegidos para representar al futbol mexicano en Sudáfrica, hay varios que ya tuvieron el campeonato mundial en las manos. Alude al título en el Mundial Sub-17 (es decir, de juveniles) conseguido en Perú hace cinco años.

Roca, en su tiempo, documentaba su optimismo en los logros que, también como juveniles, había conseguido en los torneos de Cannes y Toulon la generación de los Caballero, Tapia, Rangel y Hugo Sánchez, a los que se agregaban “figuras” tales como Pilar Reyes, Leonardo Cuéllar y el “Gonini” Vázquez Ayala. (Este último, por cierto, al augurar que “muchos ya no regresaremos a México, porque nos iremos a diversos equipos europeos”, demostró que, a pesar de todo, era mucho mejor futbolista que profeta).

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A favor del alegato de Aguirre, en la inevitable comparación con el grupo del ´74, hay un hecho: varios futbolistas mexicanos --Guardado, Vela, Giovani, Salcido, Osorio, “Maza” Rodríguez, Héctor Moreno y alguno más-- juegan, ya, en equipos europeos; en su contra, que sólo uno (Guardado) suele tener calificaciones sobresaliente en su equipo; los demás, o se conforman con notas discretas, o se limitan a ser obreros calificados.

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A los filibusteros de Roca, a la hora de los mameyes, la cancha los desnudó: las derrotas sin apelación ante Túnez, Polonia y Alemania redundaron en que la suya fuera la Selección Mexicana más malhadada de la historia en campeonatos mundiales.

Aguirre, que conoce la historia, debería entender que su encomiástico rollo al grupo que sudó sangre para conseguir el boleto para el Mundial, es un arma de dos filos: en un descuido puede servir menos para picar la cresta a los jugadores, que para alimentar demasiadas esperanzas en un público que no acaba de aprender que en el futbol, como en todos los órdenes de la vida, “el que vive de ilusiones, está condenado a morir de desencantos”.