* Desplome

A muchos molestó, aunque a muy pocos sorprendiera, la decisión de la FIFA, de colocar a México en el peldaño número 33 de la clasificación mundial para este mes de julio...

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En efecto: jamás habíamos caído tan bajo. Desde que el máximo organismo del futbol mundial, a la usanza del boxeo --aunque no necesariamente para los mismos efectos--, entró en la onda de los “rankings” (1989), México, gradualmente, fue escalando posiciones. Su hora de mayor gloria llegó hace cuatro años, cuando los burócratas que dan y quitan en función de criterios que sólo ellos entienden, lo colocaron, en vísperas del Mundial del 2006, en el cuarto peldaño del tabulador.

Lejos de echar a vuelo las campanas a raíz de las deferencias con que la FIFA nos obsequiaba, la publicación de las listas mensuales provocaba más sonrojos que gestos de orgullo. Aparecer en ellas, aunque fuera ocasionalmente, por encima de Argentina, Francia, Holanda, Italia, Inglaterra, etc., más que suscitar envidias en el vecindario, nos convertía en el hazmerreír de Patolandia.

Esa Rueda de la Fortuna que es la vida, como antes nos encumbró, ahora nos derrumba. Lo que se ascendió en 16 años, se descendió, con creces, en sólo cuatro. Empezamos la carrera, hace veinte años, en el peldaño número 28. Ahora, en plena picada, ya vamos en el 33.

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Al margen de merecimientos pretéritos y deméritos presentes, hay un hecho: el único lugar en que puede frenarse ese desplome y repuntar, es la cancha...

De momento, un desempeño decoroso en la edición de la Copa Oro que ayer se puso en marcha, en la que se ganen los partidos que por historia y por obligación tendrían que ganarse, aunque se pierdan aquellos en que los rivales demuestren ser notoriamente superiores, facilitará que se recuperen unos cuantos peldaños en el escalafón. Una resurrección en la eliminatoria, que permita arrebatar el boleto para el Mundial a cualquiera de los protagonistas que tomaron la delantera --Estados Unidos, Honduras y Costa Rica-- y de momento lo tienen en la mano, por lo consiguiente.

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Por seguirle la corriente a Javier Aguirre y a los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol: de la obligación moral de ganar la Copa Oro no hay la menor duda...

Lo que está por verse --y del color de las camisetas del “Tri”, para más señas-- es de la capacidad para hacerlo.