Lo admiré tanto que nunca quise frecuentarlo: Fadanelli

CIUDAD DE MÉXICO (20/JUN/2010).-  La muerte de alguien que uno admira nos fortalece porque a fin de cuentas de eso se trata el vivir: mantenerse de pie ante lo inevitable. Yo supe de Monsiváis desde que estaba en la secundaria: era como saberse el nombre de los Niños Héroes.

A finales de los ochenta fui a su casa para llevarle el segundo número de la revista Moho (por aquel entonces todos los jóvenes que hacíamos revistas íbamos a su casa, como se va a la catedral a recibir la bendición del sarcasmo, la historia y la cultura).

Para hacer publicidad a nuestra revista afirmábamos: "es la única revista donde no aparece Carlos Monsiváis." Después otras publicaciones hicieron eco de esa broma.

La última vez que hablé con él fue hace dos años vía telefónica en una madrugada y gracias a la insistencia de un amigo mutuo. Yo sé que nunca le simpaticé.

Por otra parte el estilo de su escritura y sus odios acendrados me causaban dilemas morales que nunca logré resolver.

Lo admiré tanto que nunca quise frecuentarlo. La admiración que se tiene no hacia una persona, sino hacia una entidad. Sólo los despistados andan detrás de los héroes llevándoles la maleta.

Una característica de Monsiváis es que era difícil estar en desacuerdo con él a riesgo de parecer un necio. Yo me sumé siempre a sus causas, aunque a mi manera.

Me entristece su muerte y la sociedad mexicana que él narró con tanta mordacidad y crítica se vuelve más torva e indecente sin su presencia. Él se va y a nosotros nos toca lidiar con lo peor.