Martes, 21 de Mayo 2024
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Freud y la Crisis de fe

Fernando M. González analiza el caso de un monasterio mexicano en donde se aplicó el psicoanálisis en los años 60, lo cual provocó su cierre por parte del Vaticano

Por: EL INFORMADOR

No importa si soy creyente o no, lo importante es el tema. ESPECIAL  /

No importa si soy creyente o no, lo importante es el tema. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (18/AGO/2011).- En los años sesenta, un par de psicoanalistas comenzó a dar terapia en el monasterio de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca, Morelos. Fue una especie de laboratorio de un encuentro entre la fe y la razón, que provocó molestia en el Vaticano y tuvo que cerrar. Ahora, el reconocido investigador de la UNAM Fernando M. González relata y analiza el caso en su más reciente libro: Crisis de fe. Psicoanálisis en el monasterio de Santa María de la Resurrección, 1961-1968 (Tusquets Editores).

En 1988, el también psicoanalista y doctor en sociología de las instituciones por la Universidad de París ya había adelantado algunos elementos del encuentro entre un grupo de monjes benedictinos y los psicoanalistas Gustavo Quevedo y Frida Zmud, lo cual descubre a través de un trabajo de doctorado de Juan Alberto Litmanovich, quien recibió los documentos de aquella experiencia de manos de la hija de Frida Zmud.

“Retomo el un tema porque me interesó desde que me empecé a formar como psicoanalista a principios de los años setenta. Cuando leí el texto del investigador argentino al que le habían prestado las minutas (Juan Alberto Litmanovich), se me hizo interesante su tesis, pero al terminar de leerla, me hice preguntas desde otro lugar y sentí la necesidad de contar otras cosas.  Así, continué este trabajo que había quedado en el tintero”, relata por vía telefónica el autor de títulos como Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos y La Iglesia del silencio de mártires y pederastas.

El sacerdote belga Gregorio Lemercier fue el fundador del monasterio de Santa María de la Resurección y quien abrió las puertas al psicoanálisis entre 1961 y 1968, con lo cual se acercó al mundo secular, sin que eso implicara perder su fe. “Para ellos, ya no sería tan tajante la diferencia entre creencia entre y ateísmo; por lo tanto, proponen diversas maneras de creer y de no creer, e incluso consideran que así como se analizan las creencias, debería hacerse lo mismo con la ausencia de éstas en el terreno religioso”, explica el autor en el epílogo.

Esta relación entre psicoanalistas y monjes provocó la molestia del Vaticano, y el monasterio cerró posteriormente “para respetar su experiencia psicoanalítica. Son capaces de crear una nueva institución con otra identidad. Es una experiencia singular e iban mucho más adelante que los psicoanalistas, quienes incluso renunciaron al nombre de su institución con tal de no ser expulsados de la Internacional Psicoanalítica. Es algo paradójico, porque los supuestos representantes del mundo, los realistas, no soportaron salirse de su institución”.

—En el libro menciona que los monjes estaban más abiertos, más receptivos para esta intervención, y los psicoanalistas, no del todo.

En la iglesia católica hay una estructura muy paranoica en relación a los elementos de la cultura laica, como es el psicoanálisis, que se veía como un enemigo potencial. Y de pronto estos monjes son como un aerolito en la cultura mexicana; no tienen deudas ni con la Guerra de Reforma, ni con Juárez, ni con la Constitución del 1917, por lo tanto están dispuestos a acercarse al psicoanálisis para revisar su experiencia de la fe. Eso requiere un nivel de apertura impresionante frente a los parámetros habituales de la iglesia católica. Y por el lado de los psicoanalistas, al revés, entran a la experiencia casi como sabiendo qué le pasa a los monjes y sienten que tienen que salvarlos del útero-convento.

— ¿Por qué es importante esta experiencia en aquel año,  justo antes del Concilio Vaticano II?

Es la apertura a la corriente laica y justo el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez, dijo en una sesión plenaria en 1963: “Hasta ahora hemos hablado de Marx y Darwin, pero no hemos incluido los aportes del psicoanálisis para analizar las experiencias  de la fe y sería importantísimo hacerlo”. Entonces, así es como se abren, es gente que iba a la vanguardia.

—Los monjes ni siquiera se plantean la existencia de Dios y los psicoanalistas querían derrumbarles sus ideas.

Aquí se da un equívoco maravilloso. Hay un filósofo francés, Vladimir Jankélévitch, que dice “el equívoco es un orden creador de instituciones”. Los monjes querían que psicoanalistas analizaran la experiencia de la fe, y decía Lemercier: si la fe es auténtica va a salir purificada y reforzada. En tanto, los psicoanalistas parten de la experiencia de que son monjes porque son infantiles y entonces iban a salvarlos. El equívoco entre la demanda y la oferta no puede ser más fuerte, gracias a eso se mantiene la situación mucho tiempo.

—Después de esta experiencia, ¿qué sucede con los monjes y los psicoanalistas?

Es distinto. En el psicoanálisis, hasta donde percibo, hubo pocas reflexiones sobre la riqueza de esta experiencia. Y los monjes, al hacer este enfrentamiento sobre la experiencia de la fe, rompen esta fácil dicotomía entre creyentes y no creyentes, dan cuenta de que hay distintas maneras de creer y de no creer, por lo tanto esta dicotomía de los sesenta entre ateos y creyentes se cuestiona profundamente.  La otra dicotomía es la de razón y fe, la razón la tienen los laicos, los científicos, y la fe, los monjes. Pues no, estos monjes razonan y además tienen fe y entonces la dicotomía se pone en tela de juicio. Además, estos monjes abren una pauta a las críticas institucionales, porque cuando Lemercier disuelve el convento y habiendo fracasado el Centro Psicoanalítico de Emaús, dice en Estados Unidos que estos monasterios de vida contemplativa tradicionales deberían desaparecer y que si el Vaticano no hubiera intervenido, él lo hubiera cerrado o se hubiera salido de éste. No sólo es destructor de instituciones, porque a la vez que cuestiona, construye. A su lado, Iván Illich escribe en 1967 –cuando se disuelve el convento- el artículo “El clero especie llamada a desaparecer”, donde critica a la burocracia eclesiástica, lo cual lo lleva al Santo Oficio y lo obliga a renunciar como sacerdote.  (…) Entonces tenemos en Cuernavaca esta crítica radical al verticalismo de Roma, gracias también a que en ese momento tenemos ahí al obispo más lúcido, Sergio Ménez, que permite todas estas experiencias.

— Como investigador de temas religiosos, ¿qué tan importante ha sido encontrar este otro lado de la iglesia católica?

No lo tenía tan claro cuando comencé con esto. Lo que me llamó la atención en un primer momento fue la experiencia de Lemercier, quien tuvo una alucinación y dijo: “no soy un místico, me estoy volviendo loco”, pero en realidad no era un delirio, era una alucinación de tipo orgánico porque tenía cáncer en el ojo. Ahí está el cruce de la cultura laica secularizada y lo religioso de lo sobrenatural. Era un tipo suficientemente culto para concluir que no se trataba de una alucinación. Eso es interesantísimo y es un episodio que la Iglesia oficial quiso borrar de inmediato… pero aún queda algo de eso en tipos como Javier Sicilia que conoció a Ivan illich los últimos 10 años de su vida y fue muy cercano a él en esto del anarquismo católico.

— Los monjes decían que la no creencia también se tiene que explicar…

Lemercier les dijo a los psicoanalistas, “ustedes han aportado a la fe, pero no se han interrogado sobre su supuesto no creer”. Y ese reto yo no lo veo en ningún lado del psicoanálisis mexicano, no retomaron el reto, simplemente no se habla o se ve con cierta conmiseración, “ahh, son creyentes”, como si la creencia sólo fuera religiosa y no fuera política, científica.

—Parece que no se lee a la Iglesia en todas sus expresiones… no todo es Maciel.

Sólo vemos a Juan Sandoval o a Norberto Ribera… parece que nos quedamos en esas cúpulas incultas, dicotómicas, muy poco secularizadas y que a diferencia de estos monjes, no han hecho el duelo de una cultura católica que ya no es el centro de la cultura nacional y que no tienen derecho a imponer su moral. Pero los monjes están lejos, no les interesa imponer a Dios, ni que lo que piensan debe ser igual para todos, ellos ya hicieron el duelo, son monjes secularizados y no por eso pierden su fe.

—Estos grupos de la iglesia más vanguardistas tuvieron cierto impacto social.

 Tienen cierta relevancia, pero están boqui bajeados desde la llegada de Juan Pablo II, porque los sacerdotes que se la jugaron en los años sesenta y setenta, se salieron de la institución.  Estos monjes que se acercaron al psicoanálisis tuvieron que enfrentar a su Iglesia. Y ya en el 67, 68, algunos sacerdotes se van por la vía política, de enfrentamiento con el Estado, y de la teología de la liberación surge el grupo de Samuel Ruiz. Entonces ésta es otra conflagración con la cultura laica, son distintas exploraciones de un catolicismo minoritario, pero muy radical.

— ¿Existe en México un diálogo entre fe y razón?

En el caso mexicano es muy difícil. En Francia, por ejemplo, se puede discutir sin ningún problema, pero aquí es como de mal gusto. Con este libro lo primero que me preguntan es si soy creyente o no. Qué les importa,  yo solo trabajo un tema y mi creencia no es importante. Aquí lo ven como un ataque, creen que minaría a la iglesia católica y en todo caso mino a la iglesia y también a la de la iglesia psicoanalítica.

Perfil
Revelador

Fernando M. González (1947) es originario de Jalisco y ha investigado desde grupos como El Yunque hasta temas de la Iglesia Católica, como el caso de Marcial Maciel. Entre sus títulos están Ilusión y grupalidad. El claro oscuro objeto de los grupos (1991), Una historia sencilla, la muerte accidental de un cardenal (1996), De matar y morir por Cristo Rey (2001), Marcial Maciel (2006) y La Iglesia del Silencio: de Mártires y pederastas (2009).


Con este libro lo primero que me preguntan es si soy creyente o no. Qué les importa,  yo solo trabajo un tema y mi creencia no es importante
Fernando M. González, Investigador social.

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