Abel Galván exhibe lo mejor que ha hecho en años

GUADALAJARA, JALISCO.- El artista plástico tapatío Abel Galván camina por los bordes del misticismo. Su obra ya no hace partícipes a las personas, sino que se enfoca en los detalles y en los objetos, en la profundidad de los sentimientos y del tiempo. En los árboles, específicamente. Por eso, dice que su nueva exposición "es un bosque". Se llama Adán es nada y Eva es ave y, desde su inauguración mañana a las 20:30 horas y durante un mes, se exhibirá en el espacio Guacha Bato (Contreras Medellín 357, esquina con Angulo).

El regreso de este pintor a los espacios expositivos de la ciudad tras dos años de ausencia es con alrededor de 30 acrílicos de gran formato que integran Adán es nada y Eva es ave, la que él considera su "mejor" muestra hasta ahora. Árboles acompañados por frases lapidarias, lenguaje plástico dividido entre el expresionismo abstracto y el figurativo, y mucha influencia de Robert Rauschemberg es lo que propone Galván en esta serie.

- ¿Cuál es el origen de esta exposición?

- "Empezó con un solo árbol y se convirtió en un bosque. Todo fue a raíz de una deuda que yo tenía con un amigo de aquí (de Guadalajara) de hacerle un cuadro con un árbol en homenaje a su hija pequeña. Cuando su mujer quedó embarazada por segunda ocasión, me encargó uno nuevo. Pero la historia es más vieja: dos o tres años atrás de eso hice una serie de árboles y la gente quedó encantada con el tema. Dijeron que era algo atípico en mí porque yo soy más de personajes. Quedé conforme con los resultados, pero no volví a hacerlo. Hace poco le entregué el segundo árbol a mi amigo. Dejé pasar un buen rato para saldar la deuda (su hija ya tiene dos años). Le advertí que necesitaba estar motivado para que quedáramos a mano. Ese segundo cuadro fue el origen de esta serie. Eso además de que hace algún tiempo yo hacía literatura doméstica, sin grandes pretensiones, asumiendo las limitaciones que tengo. En el último cuadro escribí el nombre de la segunda hija junto con una leyenda: ‘Al árbol de Aitana le están saliendo alas’. Y de ahí se me vinieron muchas ideas. Escribí sobre árboles, luego los pinté y terminé combinando pintura y literatura".

- ¿La figura del árbol significa entonces el florecer de una nueva vida?

- "Totalmente. Aitana fue el detonador. Pero también tiene mucho que ver con mi estado actual, con cómo me siento. Estoy en una etapa medio zen, me siento muy tranquilo. He gozado cada parte del proceso de esta serie, cosa que no me ha ocurrido con exposiciones anteriores. A mi juicio, creo que es lo mejor que he hecho, no sé si en toda mi vida, pero sí en años".

- ¿Cuánto ha influido ese estado zen en el proceso creativo?

- "He hecho de lado las personas para centrarme en los detalles. De hecho, hay dos piezas en esta serie que tienen personajes deprimidos, pero los voy a descartar de la selección final. Aunque son parte de mí, siento que no embonan en Adán es nada y Eva es ave. A partir del tipo de expresiones artísticas que me están fluyendo ahora, después de 20 años, también he cambiado mis hábitos para pintar. Antes pintaba de noche y ahora, sin pretenderlo, prefiero pintar con luz natural desde las ocho de la mañana".

- ¿Esto último es lo que se suele atribuir a la madurez artística o a la del cuerpo?

- "La pintura no deja de ser un viaje hacia dentro de nosotros mismos. Eso me parece fascinante y a la vez catártico. Es una catarsis permanente. Hace años escribí algo para una exposición que tuve en Houston, Texas: ‘Bendita medicina la pintura’, porque es una forma de sanar. La forma en que trabajo ahora sí tiene que ver con la edad. Tengo 41 años, me siento pleno en muchos sentidos, en paz, que es lo maravilloso para mí, y estoy contento con mi vida".