Por dos décadas, Guadalajara ha sido testigo de cómo los títeres, esos seres animados que despiertan la imaginación y la reflexión, se han convertido en símbolo de resistencia, creatividad y comunidad. Este 2025, el Festín de los Muñecos (Festival Internacional de Títeres) celebra su vigésimo aniversario y su edición 13, del 20 de octubre al 2 de noviembre, bajo el lema “Los hilos que tejen las imágenes”.El encuentro reunirá a compañías nacionales e internacionales en una programación que se desplegará por teatros, plazas públicas y espacios universitarios, con sedes como el Conjunto Santander de Artes Escénicas, el Teatro Experimental de Jalisco, el LARVA, el Jalisco Paseo Interactivo (JAPI) y el ITESO. Este año, el festival presentará 15 montajes con estéticas que van del teatro sin palabras a las propuestas que combinan animación, circo y tecnología.Para Miguel Ángel Gutiérrez, fundador y director del Festín, este vigésimo aniversario tiene un sabor agridulce. “Es muy satisfactorio llegar a los 20 años, pero también ha sido el año más difícil de todos para la organización del festival”, reconoce en entrevista con EL INFORMADOR. Y explica. “Las instituciones públicas, en todos los niveles, no solo no apoyan, sino que se han convertido en grandes obstáculos. En treinta años de carrera, es una de las etapas más oscuras que me ha tocado vivir”.El creador lamenta que, pese a los logros culturales alcanzados, la relación entre los gestores y las instituciones atraviese un momento crítico. “Lo que percibo es una total falta de respeto y de sensibilidad hacia las actividades culturales. No existen políticas claras, diagnósticos ni continuidad. Todo se mueve por improvisación, recortes presupuestales y favoritismos políticos”.Aun así, el festival ha logrado sostenerse gracias al compromiso de su equipo y de aliados que, como él dice, “siguen creyendo en la fuerza transformadora del arte”. Este año, el Festín se levanta sin becas institucionales, pero con la misma pasión que lo ha caracterizado desde su origen. Lejos de rendirse, Gutiérrez y su equipo han decidido convertir las dificultades en un punto de inflexión. “Este será el último festival que hagamos con esta estructura”, adelanta. “Creemos que se ha cumplido un ciclo. Vamos a hacer una pausa, evaluar y reorientar los objetivos de acuerdo con los nuevos retos que vemos en la sociedad y en las artes escénicas”.El director explica que los objetivos fundacionales del Festín -visibilizar y resignificar el arte de los títeres- se han alcanzado. “Hace veinte años, la gente tenía una noción muy vaga sobre lo que eran los títeres. Hoy, gracias al trabajo de muchos colegas y al propio festival, el público reconoce su valor artístico y simbólico. Incluso en las convocatorias de becas ya existe un rubro específico para teatro de títeres. Eso es un avance enorme”, celebra.Cabe señalar que, pese a la precariedad, la programación 2025 promete ser una de las más ricas en la historia del festival. “Vamos a cerrar con broche de oro”, asegura Gutiérrez. Entre los invitados internacionales destacan compañías de Canadá y España, países con los que el Festín mantiene lazos culturales estrechos.“Particularmente Cataluña y la región de Quebec son referentes mundiales del teatro de títeres. Hemos trabajado con ellos durante años y su presencia en esta edición es muy significativa”, comenta.El “plato fuerte” del encuentro será la presentación de Kid Koala, proyecto canadiense reconocido mundialmente que combina música, animación y teatro visual. “Llevábamos cinco años intentando traerlo, y por fin se logró”, dice el director con orgullo.Además, habrá talleres y actividades académicas en colaboración con instituciones. “Queremos ofrecer espacios de reflexión, formación y encuentro entre artistas y público”, afirma. Aunque Gutiérrez es crítico con las estructuras gubernamentales, reconoce el valor de las personas que desde dentro de las instituciones han apoyado el proyecto. “Para hacer este tipo de proyectos se necesitan aliados, y hemos tenido grandes compañeras de camino”, dice.Entre ellas menciona a María Luisa Meléndrez, directora del Conjunto Santander, “una aliada desde el primer Festín, cuando estaba en el Teatro Diana”. También reconoce el apoyo de Isela Ruvalcaba Benítez, directora de JAPI; Abigail Vásquez, del foro LARVA; y Daniela Yoffe Zonana, coordinadora de Cultura UdeG. “Son artistas, gestoras y promotoras que creen en lo que hacen. Ellas representan el espíritu del trabajo colectivo que sostiene este festival”.Para Gutiérrez, el éxito del Festín no puede entenderse sin ese entramado de colaboración. “Sin un trabajo colectivo, este festival no existiría. Todo el grupo de Luna Morena Títeres, con o sin beca, ha estado ahí. Trabajamos a contracorriente, pero seguimos adelante porque creemos en el valor de lo que hacemos”. Una parte esencial del Festín es su vocación formativa. Desde sus inicios, ha impulsado el diálogo entre arte y educación, y en esta edición, esa alianza se refuerza. “Para nosotros es indisoluble la relación entre educación y arte”, subraya Gutiérrez. “Estamos colaborando con la Universidad de Guadalajara, el ITESO y otros espacios porque creemos que esa mancuerna es la que genera solidez social. Arte y educación deben caminar juntos para ayudarnos a repensarnos como sociedad”.El director sostiene que el teatro de títeres es, además de una manifestación artística, un acto ancestral que conecta con lo más humano. “El teatro viene desde el paleolítico, cuando las personas se reunían para contar sus miedos y sus mitos. Es un rito que nos recuerda nuestra esencia y puede ayudar a equilibrar esta vida tan artificiosa que llevamos hoy”. Al mirar hacia atrás, Gutiérrez recuerda con cariño los primeros años del proyecto y la necesidad que lo originó. “Cuando empezamos, casi nadie sabía qué eran los títeres. La gente pensaba en los Muppets o en programas de televisión, pero desconocía su profundidad artística”, relata.Junto con Ana Zatarain, cofundadora de Luna Morena, comenzó una labor casi pedagógica para mostrar la riqueza del arte titiritero. “Queríamos demostrar que los títeres son un arte integral, un medio de comunicación poderoso. Al principio fue un acto temerario, pero tuvo una respuesta tan buena que decidimos hacerlo cada año. Luego lo volvimos bienal porque era demasiado trabajo, pero nunca dejamos de hacerlo”.Dos décadas después, ese sueño se ha convertido en uno de los festivales más emblemáticos de América Latina. “Hemos vivido de todo: demandas, crisis, enfermedades, recortes. Pero también hemos construido comunidad y visibilidad para un arte que merecía su lugar”, finaliza Gutiérrez con emoción. CT