Jueves, 28 de Marzo 2024

Vigilancia y oración

Velando en oración, nos situamos, desde la fe, entre la celebración litúrgica de la primera venida del Señor, ya realizada, y la espera de su vuelta definitiva

Por: Dinámica Pastoral UNIVA

ESPECIAL

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LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Is. 63, 16b-17; 64, 1.3b-8 “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”.

SEGUNDA LECTURA: 1Cor. 1, 3-9. “Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”

EVANGELIO: Mc. 13, 33-37. “Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa”.

Vigilancia y oración

En este domingo comenzamos el tiempo del adviento, la preparación inmediata a la navidad.

Velando en oración, nos situamos, desde la fe, entre la celebración litúrgica de la primera venida del Señor, ya realizada, y la espera de su vuelta definitiva; pero en actitud dinámica, trabajando por el reino de Dios en este tiempo de gracia que es el ahora.

En muchas ocasiones hemos experimentado el dolor ante el “silencio de Dios”, necesitamos de mucho aguante para no desfallecer. A veces nos pesa mucho la vida, y en las horas bajas buscamos apoyo en los demás, pero en el ambiente que nos circunda palpamos con dolor el silencio de Dios. Nos rodea la indiferencia religiosa, la ambigüedad y confusión de valores, la injusticia social y el clamor de los pobres, el desencanto de muchos, el agnosticismo o el ateísmo declarado de no pocos e incluso el desprecio a las creencias cristianas.

Todo esto constituye una dura prueba, una noche oscura, un toque de alerta a nuestra fe, y también una ocasión de madurar nuestra esperanza renovada si acudimos al Señor en la oración vigilante. A pesar de todo y no obstante nuestra miseria sin fondo, Dios sale siempre al encuentro de quien lo busca con sincero corazón.

Toda la vida cristiana debe ser un perenne adviento de vigilancia y oración contra las tentaciones diarias que anticipan ya el combate final. Oración y vigilancia son actitudes básicas del cristiano, verdaderas virtudes cardinales.

El modelo de vigilancia y oración lo encontramos en Cristo en su agonía en Getsemaní, todo lo contrario, al sueño y embotamiento de sus discípulos. La oración sostiene la fe y la esperanza vigilante, manteniendo nuestro contacto y diálogo con Dios, como hacía Jesús. Todo el entramado de la vida teologal del discípulo de Cristo se expresa y resume en la oración. Es, pues, la oración el mejor remedio contra la somnolencia y la modorres espiritual que nos privan de la agudeza, de la sensibilidad y de los reflejos cristianos para discernir la hora de Dios en nuestra vida personal y comunitaria.

La expectación dinámica que suscita el adviento no tiene parada final en la navidad, sino que continúa su viaje hasta la vuelta definitiva del Señor. Pero esto no es una coartada para desentendernos del mundo presente. ¿Creemos en Dios? Creamos también en el hombre, amando a nuestros hermanos como Dios los ama en Cristo. Ya resuena sus pasos cerca de nosotros. Que nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de una vida dedicada a amar a los demás.
Que el adviento sea para nosotros el tiempo de atención y de cuidado, tiempo de vigilancia. Tiempo de estar atentos. Atentos a tantas injusticias y desigualdades; atentos a quienes más sufren las consecuencias de esta pandemia; atentos a los grupos, personas e instituciones que están empeñadas en cuidar la tierra y cuidar de los habitantes de la tierra; atentos para consumir de forma que la vida sea abundante para todos; atentos a lo que está diciendo el Espíritu en los signos de los tiempos; atentos para descubrir el rostro de Cristo en quién nos necesita; atentos para no hacer ningún daño ni causar ninguna lágrima.

Ya viene el Señor

Es la hora de empezar a caminar, manda la liturgia al orden en el culto de la Iglesia. Hoy empieza el nuevo año de la Iglesia, que no coincide con el inicio del año civil.

Comienza con cuatro semanas de preparación a la gran alegría del nacimiento del Salvador. A este tiempo de preparación se le ha llamado Adviento ad, para; ventus, venida, con el sabio intento de que la Navidad no encuentre desprevenido a los que de veras esperan a Cristo. Porque hay quienes más bien esperan los chocolates, las piñatas, las posadas muy mundanas. O también, y con razón, esperan el aguinaldo, los regalos o las vacaciones de fm de año. Y se desata la fiebre del consumismo, comprar cuanto se puede más allá de lo indispensable. Lícito y bueno es festejar la Navidad, y más teniendo presente que ese nombre significa el nacimiento del Hijo de Dios, de Dios infinito, omnipotente y eterno, quien, al tomar voluntariamente la naturaleza de hombre, se vuelve pequeño, débil y mortal.

Cuatro semanas de preparación, con todos los afanes para que nada falte y todo salga bien el día de la fiesta. Y el motivo de la fiesta es Cristo, nacido hombre entre los hombres. Es tiempo de disponer el interior de cada cristiano. Los primeros en preparar todo para la Navidad son los comerciantes, al poner a la venta atractivos objetos, decoraciones y lo apetitoso al gusto, golosinas y bebidas plenas de variedad y colorido. Luego los medios de comunicación, para atraer a las multitudes, ofreciendo con ingenio productos y servicios en abundancia. La Iglesia, Madre y Maestra, va con otra escala de valores: quiere un alegre despertar; pretende reavivar las virtudes teologales. La fe, al dejar en claro la presencia del mismo Dios en la historia de la humanidad, en la que es parte al tomar la naturaleza del Verbo de Dios. La esperanza, porque se profundiza en el gran misterio de que Dios descendió del cielo para hacer subir a los hombres. Y la caridad, porque la Navidad es misterio de amor. El Hijo de Dios amó, se anonadó, se empequeñeció hasta habitar en el seno de María Y nacer en el portal de Belén, para, a su tiempo, poder entregarse a la muerte, y muerte de cruz. El Adviento es abrir. Abrir la puerta a quien viene, para recibirlo amorosamente en la casa que es nuestro corazón. Pero antes hay que limpiar esa casa, de todo pecado; de la influencia del demonio; de todas las basuras del mundo; de las debilidades de nuestra frágil carne.

José Rosario Ramírez M.

Esperanza ante la fragilidad

Hoy, primer domingo de Adviento, inicia un año litúrgico nuevo; una temporada de espera y esperanza. En este tiempo litúrgico nos preparamos para celebrar dos momentos importantes: la promesa de la venida gloriosa del Señor y el misterio de la Navidad; en ambos estamos invitados a vivirlos de manera especial, con alegre esperanza y profunda reflexión.

En las circunstancias actuales marcadas por la incertidumbre, nuestro corazón se invade de miedos.

Esta espera esperanzadora es la oportunidad para el trabajo interior; para identificar y ponerle nombre a los temores que se hacen presentes por el miedo al contagio del coronavirus, a los otros y al mañana. Ante la esperanza gozosa que estamos invitados a vivir, hay que recuperar la confianza en la misericordia de Dios, trabajar los temores a través del discernimiento y prepararnos a vivir esta temporada con regocijo.

Admitir la fragilidad de nuestra hechura de barro (Is. 64,7) es importante para que aflore la fortaleza (2Co. 12,9) y el regocijo por reconocernos como hijas e hijos de un mismo Creador. Con el Adviento se hace presente el amor como fuerza que ayuda a transformar todo signo de muerte en vida. Ante el covid-19 y sus secuelas de muerte, encierro, desempleo y violencia intrafamiliar, el Adviento nos recuerda que la esperanza del cristiano no es individual sino comunitaria, porque somos parte de un pueblo escogido por Dios, seguidores de un Jesús que nos convoca a la colaboración de la construcción del Reinado del Padre.

Para hacer realidad la esperanza de que vendrá un mañana mejor, hay que estar en vela (Mt. 13, 33-37), atentos, dejar de lado todo aquello que nos distrae y desvía la atención hacia lo material, hacia aquello que nos instala en una felicidad que, en definitiva, no llena el corazón de una alegría plena y fecunda. Desde la propia fragilidad de nuestro ser, este es un tiempo para preguntarnos en dónde están puestos nuestros anhelos. El Adviento nos invita a reconocer que la existencia humana va más allá de las limitaciones de nuestro ser, que somos peregrinos que caminamos al encuentro de la venida del Señor.

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

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