Jueves, 28 de Marzo 2024

Un malabar del destino

Tentado por el espectáculo del Cirque du Soleil en su momento, fue como Luis Cárdenas descubrió su pasión por el malabarismo
 

Por: Norma Gutiérrez

“A la hora de pasar a los carros para que te apoyen con una moneda te da un poco de pena porque al final de cuentas estás pidiendo dinero pero es a cambio de un espectáculo”. EL INFORMADOR/ F. Atilano

“A la hora de pasar a los carros para que te apoyen con una moneda te da un poco de pena porque al final de cuentas estás pidiendo dinero pero es a cambio de un espectáculo”. EL INFORMADOR/ F. Atilano

No fue por rebeldía que Luis Cárdenas López dejara la escuela. La culpa fue del circo, en especial del Cirque du Soleil. Luis quedó impresionado de la belleza y perfección de los malabares, del equilibrio y ahí supo que lo suyo sería retar a la gravedad, el entregar su cuerpo y concentración a las clavas, al monociclo, a las pelotas que hace girar en la punta de sus dedos.

Estando en la preparatoria Luis fue testigo del show de “Varekai” del Circo del Sol y de ser un espectador más salió convencido de que seguir sus estudios no lo haría feliz. Aunque su familia no tomó del todo con agrado la decisión de Luis, ahora es un referente de los actos artísticos callejeros que nutren a diario a la metrópoli sin boletos ni butacas de por medio.

“Creo que mi principal razón es por gusto, en el semáforo puedes ganarte unas monedas haciendo un trabajo honrado y a la vez divertido, lo es para mí y para los demás. En la preparatoria me nació el gusto, fui al circo y eso me atrapó, me convenció tanto que dejé la escuela y me dediqué de lleno a esto (…) tenía años trabajando en la mecánica automotriz, así logré mi carrera técnica, la intención era hacer algo más profesional pero apareció el circo y cambió todo”.

Luis -de 24 años-  es tan sólo uno de la docena de performance que se instalan en las esquinas de Guadalajara, especialmente en Avenida Vallarta y Chapultepec, punto de encuentro que representa el sustento económico de algunos tapatíos que, gracias a las monedas de los peatones y automovilistas, pueden comer y pagar la renta. Cruceros cotizados tanto para artistas del malabar como para limpiaparabrisas, vendedores de golosinas y volanteros; a unas cuadras, en Federalismo y Pedro Moreno hay dos chicos más haciendo break-dance, marometas mortales y levantando su cuerpo apoyados solamente con la palma de sus manos, otro espectáculo digno de verse.

Luis se convierte en un verdadero ritual no solo por la habilidad que tiene de lanzar las clavas al aire y mantenerse en equilibrio en el monociclo mientras cierra su show lanzando con su pie un pequeño sombrerito a su cabeza.

Sus poderes son la concentración, calcular el tiempo que debe permanecer en el monociclo, estar al pendiente de las luces del semáforo, antes de que el rojo del alto desaparezca debe bajar del monociclo, agradecer a sus espectadores, correr a la esquina a dejar su monociclo y regresar entre los automovilistas para recoger los aplausos que se han convertido en monedas y, sobre todo siempre estar atento de no ser atropellado.

“Tienes que estar concentrado en lo que haces, no puedes darte el lujo de distraerte porque puedes golpearte o lastimar a alguien que va pasando”.

Un trabajo cualquiera

Llueva o el Sol haga arder la piel, Luis se levanta para ir a trabajar. Es de Tonalá y diariamente arma la ruta del día, los cruceros en los que quizá pueda instalarse. La experiencia de cinco años haciendo lo mismo no lo ha hecho inmune a los accidentes, asegura al recordar el día en que por un descuido cayó desde el monociclo al cofre de un coche. Solo fue el susto y la preocupación del automovilista por saber si Luis estaba bien. Añade que en Guadalajara la mayoría de los conductores son respetuosos con los artistas callejeros.

“Una vez le caí en un cofre un carro, a veces los automovilistas se paran sobre la línea peatonal. Mi primera vez en un crucero fue de nervios, a la hora de pasar a los carros para que te apoyen con una moneda te da un poco de pena porque al final de cuentas estás pidiendo dinero pero es a cambio de un espectáculo”.
Luis sueña con convertirse en un gran malabarista y aunque en solitario y con amigos ha emprendido viajes a otras ciudades de México, reconoce que integrarse a los colectivos y compañías más establecidas no es nada fácil.

“En Guadalajara (los policías) no te dicen nada, en otras ciudades sí es problema trabajar en la calle. Este trabajo me ha ayudado a viajar a Chihuahua, Ciudad de México, Monterrey, tengo otros amigos que también se dedican a lo mismo, casi todos los que trabajamos en la calle nos conocemos, hay grupos más profesionales pero que entre ellos tienen su propio círculo”.

Hay días buenos y malos para Luis. En los peores termina su jornada de malabares con tan solo 20 pesos recolectados en su mano y cuando las horas son gloriosas ha ido a su casa con al menos 500 pesos asegurados para pagar la renta, mantener sus herramientas de trabajo y comer.

YR

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