Martes, 23 de Abril 2024

Que tu vida sea una buena noticia

Jesús, a lo largo de su evangelio predicado con su vida y plasmado de forma narrativa en los evangelios, llama a una nueva forma de conversión: vivir la buena noticia

Por: DINÁMICA PASTORAL UNIVA

Estamos llamados a hacer historia anunciando el reinado de Dios. PIXABAY

Estamos llamados a hacer historia anunciando el reinado de Dios. PIXABAY

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Jon. 3, 1-5. 10. “Los habitantes de Nínive se arrepintieron de su mala conducta”.

SEGUNDA LECTURA: 1Cor. 7, 29-31. “Este mundo que vemos es pasajero”.

EVANGELIO: Mc. 1, 14-20. “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

Que tu vida sea una buena noticia

La conversión, en el Antiguo Testamento, se traduce en obras externas, manifestaciones de dolor interior: ayuno, sobriedad, cambio externo del vestido. Ya en el Nuevo Testamento, Pablo insta a estar preparados radicalmente para un mundo nuevo. Jesús, a lo largo de su evangelio predicado con su vida y plasmado de forma narrativa en los evangelios, llama a una nueva forma de conversión: vivir la buena noticia.

Todos los que conocemos a Cristo somos parte de este grupito de “privilegiados” a quienes se nos exige más que a nadie. Aunque los relatos de vocación no son exclusivos de los evangelios, en estos adquieren una intensidad distinta: deja todo, hazlo ahora y ponte en camino ya.

Cuando Jesús se acerca a los que serán sus discípulos más próximos y les dice que le sigan no está inventando una casta de privilegiados del tipo casta sacerdotal, a la que está reservado todo lo que es sagrado y para lo cual hay que pertenecer a una determinada tribu, como vemos en el Antiguo Testamento. Jesús no crea con cuatro pescadores una liga de puros y perfectos seguidores libres de todo mal y pecado. Jesús no quiere un grupito de agraciados que estén fuera del mundo y cerca de Él. Cuando Jesús se acerca y llama, lo hace a quien ya está en movimiento. Jesús insta a seguir en movimiento, pero de manera diferente: con Él. En el evangelio se nos presenta a los cuatro primeros apóstoles: Simón y Andrés, Santiago y Juan; los cuatro estaban trabajando y son llamados a seguir con esa actividad. Sin embargo, también los cuatro se ven atraídos por Jesús y seguirán con Él. Jesús aprovecha lo que ellos ya saben hacer: a los pescadores les anima a seguir “pescando” hombres.

Todos nosotros, con nuestras cualidades, conocimientos, costumbres, forma de vida… estamos siendo constantemente llamados por Jesús. Sin duda está presente en nuestra vida y quiere convertir nuestra actividad cotidiana en una manera nueva de hacer: seguir pescando, pero con Él. Quiere que le sigamos, pero constantemente nos mandará remar mar adentro. No querrá separarnos de los nuestros ni de nuestra barca, pero sí que le convirtamos a Él en nuestro anuncio, y a su manera de hacer las cosas en nuestra manera de hacer las cosas. Esta es nuestra conversión: hacer de nuestra vida una buena noticia, y vivirla con coherencia siempre.

Conviértenos, Señor, a los valores perennes de tu reino: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz, y concédenos el espíritu joven del evangelio para amar más, para empezar la vida cada mañana, para hacer efectiva la plegaria incombustible del padrenuestro: Venga a nosotros tu reino. Amén.

Tercer domingo del tiempo ordinario

Y ellos, dejando las redes, lo siguieron

Siempre, en la vida de cada hombre hay días alegres y días tristes; de unos y otros, los más significativos se llevan guardados en el almacén llamado memoria. Y también hay algún día muy señalado que bien se pudiera escribir con letras de oro. Así, a cuatro sencillos pescadores de Galilea les aconteció algo que cambió para siempre el rumbo de su existencia. Un día igual que otro cualquiera, estaban los cuatro entregados a su trabajo cotidiano. Andrés y Simón estaban echando las redes en el Lago de Tiberíades. No era un pasatien;ipo, sino su oficio de pescadores para ganar el pan. Sus redes eran largas, de trescientos metros, que arrojaban desde la barca con buen pulso y luego, desde la orilla, las iban recogiendo. Más adelante, Santiago y Juan apenas estaban remendando sus redes, obedientes a su padre Zebedeo. El Señor Jesús los vio con mirada de predilección: los necesitaba para iniciar con ellos el Reino. Les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Las redes se quedaron sumergidas en el agua para siempre. Zebedeo ya no contó con los brazos fuertes de aquellos hombres, tendría que buscar operarios a sueldo. Se fueron con Cristo.

Extraña, asombrosa decisión. Con ellos y con ocho más, buscados en otros caminos y circunstancias, el Señor formó su primer colegio. Cercanos a él, fue dejando en sus mentes y en su corazón la siembra; no eran perfectos, no eran sabios, ni nobles, ni ricos. Cuando meses después el Maestro enseñaba al pueblo con parábolas para que los sencillos y los pequeños entendieran los misterios del Reino de Dios, les dijo que la Iglesia era un pequeño grano de mostaza sembrado en el huerto, y de allí saldrían el tronco y las ramas y los pájaros acudirian allí a posarse. Eran sólo 12, pero ese humilde principio de los cuatro pescadores resultó ser el grano de mostaza. Vendría la paciente y tierna labor de irlos soportando, instruyendo, educando, puliendo, para hacer de ellos las columnas del edificio. Discípulos, misioneros En el plan del Señor, desde entonces y hasta el actual siglo XXI, es manifiesta la voluntad de dejar en manos de los hombres el oficio de evangelizar, gobernar y conducir al pueblo de la Nueva Alianza. Todos han sido llamados, ungidos con el óleo santo del sacramento del orden y así consagrados a ser: propiedad de Cristo; y enviados, porque han de ser luz para alumbrar a todos.

José Rosario Ramírez M.

Unión de los ánimos

Hace un par de décadas, Walker Percy publicó un libro titulado “Perdido en el cosmos: el último libro de auto-ayuda”, en el que, con cierta mordacidad, relata cómo una voz extraterrestre da noticia a los seres humanos de que han perdido el sentido de su vida interior. En su escrito, los humanos son incapaces de comunicarse unos con otros aun cuando estos hacen todo lo posible por entrar en contacto con seres de otros planetas o con los chimpancés. Se muestran románticos en torno a sus deseos de posesión de cosas materiales y, al mismo tiempo, se manifiestan tremendamente sospechosos y cínicos en lo que se refiere a su prójimo. Son asiduamente productivos y aún así están al filo de la autodestrucción. Cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia.

Las palabras de Percy son un llamado a “retornar” a nuestra humanidad, a lo relacional, a la genuinidad, a comunicar, al amor y a la trascendencia. Sin embargo, palabras de reforma y renovación demandan de nuestra sociedad actitudes que estamos prontos a ignorar: a reconocer que algo anda mal y el deseo de cambio. Hay quienes podrían preguntar: ¿acaso hay la necesidad de mirarnos a nosotros mismos, de “regresar” o de arrepentirnos? Infortunadamente la sociedad de consumo moldea sutilmente el modo de perdernos nosotros mismos como personas. Esta cultura refuerza nuestra conducta hacia el egocentrismo. En consecuencia, caminamos hacia el abismo del vacío interior al no preguntarnos hacia dónde vamos.

Estamos llamados a hacer historia anunciando el reinado de Dios y a actuar con parresía, es decir, la palabra griega que designa audacia al estilo de los primeros cristianos: “porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de cobardía’’ (2 Tim 1, 7). Responder a la realidad requiere tomar iniciativas que promuevan la unidad, y al mismo tiempo tomar en cuenta las iniciativas ajenas, sin intimidar a los débiles ni acobardamos ante los fuertes. Muchos necesitan ser animados a hablar y actuar. Tal ánimo a veces implica afirmar el enojo apropiado y desafiar el temeroso silencio, la inacción y la sumisión cuando la situación reclama lo contrario.

Juan Enrique Casas, SJ - ITESO

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