Viernes, 19 de Abril 2024
Suplementos | Domingo de la ascensión del Señor

¿Qué hacen ahí mirando al cielo?

Jesús invita a sus seguidores a caminar, a no estar parados mirando al cielo, sino al horizonte, dejándose impulsar por la fuerza del Espíritu Santo para dar un paso más en la construcción del Reino de Dios

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». «Ascensión de Jesús», de Giotto/Wikimedia

«Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». «Ascensión de Jesús», de Giotto/Wikimedia

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hech. 1, 1-11.

«En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.

Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.

Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”».

SEGUNDA LECTURA

Ef. 1, 17-23.

«Hermanos: Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo.

Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.

Con esta fuerza resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro.

Todo lo puso bajo sus pies y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, y la plenitud del que lo consuma todo en todo».

EVANGELIO

Mt. 28, 16-20.

«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.

Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

Se fue elevando a la vista de ellos

Hoy celebra la cristiandad la Ascensión del Señor. Era una solemnidad del jueves -de hace tres días-, “Jueves de Ascensión”, ya trasladada ahora al domingo con el fin de adaptar la liturgia a las necesidades y la mentalidad del hombre actual.

No están las multitudes en este acto, que es final y principio. Al ascender el Señor a los cielos, se le pone punto final a la presencia fisica del Mesías en la tierra, cuyo principio fue la encarnación, cuando siendo espíritu puro tomó carne, se hizo hombre, nació, creció; siguió luego su vida oculta y al fin su vida pública, con la predicación, la fundación del Reino avalada con buen número de milagros, su pasión y su muerte, pues era necesario que padeciera y muriera, para resucitar glorioso: el gran milagro.

Ante la mirada de los once discípulos, se fue elevando, Allí empezó la Iglesia ese caminar en una ininterrumpida sucesión de Pedro y sus compañeros; tal como la cristiandad y, el mundo han visto otra elevación del tiempo a la eternidad. Termina la más bella etapa con Cristo, al que ven, escuchan y hasta pueden tocarlo con la mano. Empieza allí mismo, desde que la nube cubre la adorable imagen de Jesús, la otra manera de ser su seguidor: la de verlo con la luz de la fe, saber que está en la Iglesia, en los sacramentos, real y verdaderamente presente en la Santa Eucaristía, y sentir también su presencia en el prójimo y hasta ir viéndolo sufriente en la humanidad doliente, como lo han vivido muchas almas privilegiadas de completar en su propia vida su pasión redentora.

“El Padre de la Gloria les conceda espirítu de sabiduría y de revelación para conocerlo” (Efesios 1, 17) Necesitan espíritu de sabiduría, que es penetrar con la luz de la fe más allá del alcance de los ojos; y para esto, espíritu de revelación, que es mirar con los ojos del alma los misterios que les fueron revelados en esos tres años de vivir cerca del Maestro. 

José Rosario Ramírez M.

¿Qué hacen ahí mirando al cielo?

En este tiempo de cuarentena a causa del COVID-19 hemos visto a personas que muestran lo mejor de sí y a otras que, aprovechando las circunstancias, reflejan obscuridad en su proceder; prueba de ello es el negocio que hacen con el sufrimiento humano. Con esta pandemia han salido a la superficie aspectos positivos, pero también las deficiencias del sistema de salud, la corrupción, el aumento de la violencia intrafamiliar y de género. Lo que se lamenta es que todas estas situaciones se vivan como “normales”.

En el área de la salud, cuarentena significa un tiempo de aislamiento. En la Biblia, el número cuarenta representa un tiempo de peregrinar, de prueba, de tentaciones, de preguntas y de decisiones importantes. Y hoy, en consonancia con el mensaje bíblico, es tiempo para discernir.

Estos días en que se habla del proceso de desconfinamiento con la etapa cero, es un buen momento para discernir a qué estamos llamados como comunidad cristiana. ¿Cómo queremos retomar nuestra vida sin confinamiento? No podemos volver a lo “normal”. En este regreso a la actividad, ¿qué normalidad queremos como Pueblo escogido por Dios?

Las primeras comunidades cristinas vencieron sus miedos y salieron a transformar su realidad; sus integrantes dieron su vida por anunciar la Buena Nueva y vivir los valores del Reino. La actual pandemia ha sacudido el corazón de muchas personas que salieron para ayudar a los más necesitados, venciendo sus miedos de contagiarse del virus. Como dice el Papa Francisco: no tengamos miedo, todos vamos en “la misma barca” y estamos “llamados a remar juntos” hacia una misma dirección. En estos tiempos, además, hay que vencer otro virus que está latente: el egoísmo, que -de hacer sinergia con el COVID-19- hará que todo siga igual que antes, es decir, “normal”.

Jesús invita a sus seguidores a caminar, a no estar parados mirando al cielo, sino al horizonte, dejándose impulsar por la fuerza del Espíritu Santo para dar un paso más en la construcción del Reino de Dios. Que el amor, la solidaridad, la justicia y la paz sean lo normal. Aprovechemos la oportunidad. 

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

Yo estaré con ustedes

En esta ocasión, San Mateo nos presenta el momento de la despedida del Resucitado. Los apóstoles han regresado a su Galilea natal y allí, donde el Resucitado, por medio de las mujeres, les mandó que regresaran, se vuelven a topar con Él. Jesús se reencuentra con los suyos en lo cotidiano, en un lugar cercano a aquel donde lo encontraron por primera vez, donde escucharon su voz y su llamada. Jesús ha querido que regresen a ese contexto para volver a verlos y hacerse presente en sus vidas aparentemente normales: aunque ya no son normales, no pueden serlo porque Él ha pasado por ellas y las ha transformado. Ahora esos discípulos han pasado a través del “fuego” de la pasión y la resurrección.

Algo así nos sucede a nosotros ahora. Nuestras vidas no podrán seguir siendo las mismas después de vivir todas estas situaciones tan extraordinarias, difíciles, dolorosas, pesadas, en ocasiones abrumadoras y desesperantes. El tiempo Pascual, en el que vivimos, nos invita a reconocer al Resucitado y sus signos en ésta extraña situación en la que vivimos; a descubrirlo en los pequeños gestos de vida que han ocurrido a nuestro alrededor en estos días de confinamiento, a seguir encontrándolo donde Él quiere estar, entre la gente sencilla, en la vida “normal”, entre quienes trabajan y se entregan para que salgamos adelante, y entre quienes más están sufriendo los embates de esta nueva crisis que, como todas, daña más a quien es más débil.

Esta misión durará hasta el final de la historia y gozará cada día de la asistencia del Señor Resucitado, el cual asegura: “yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Esta asistencia de Jesús y de su Espíritu da confianza y seguridad a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Nos desvela por qué existe la Iglesia: para anunciar el Evangelio. ¡Solo para eso! La alegría de la Iglesia es anunciar el Evangelio. Ésta, en cuanto discípulos misioneros, ha de ser nuestra mayor dignidad, este es el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los bautizados!

Pongamos manos a la obra en la tarea de ser testigos de nuestra fe. Emprendamos cada día el camino, empeñados en la lenta pero sustanciosa tarea, siempre renovada, de la evangelización. Y, en medio de incertidumbres, de oscuridad, del sentimiento de la inutilidad de nuestra tarea, de fracasos, caídas y debilidades nunca superadas, confiemos, no perdamos la confianza en Aquél que dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Jesús sigue estando presente entre nosotros por su Espíritu, por su palabra, y en los sacramentos. Éste es el fundamento de nuestra esperanza, de nuestro amor, de nuestro optimismo, de nuestro aliento para el apostolado y el testimonio cristiano.

Dios, Padre nuestro, ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llamas en Cristo Resucitado y cuál la riqueza de gloria que Tú das a tus elegidos. Queremos cumplir la tarea que Él nos confió: anunciar a todos la buena nueva de tu amor y tu salvación. Danos la luz y la fuerza de tu Espíritu para esta misión. Amén.

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