Viernes, 29 de Marzo 2024

La verdadera Navidad

La Navidad es la fiesta que celebra a un Dios que nace, a la Palabra enviada a disipar las tinieblas que envuelven nuestros corazones y a romper el silencio de nuestra indiferencia

Por: El Informador

El nacimiento de Jesús es el verdadero y único motivo de celebración. ESPECIAL

El nacimiento de Jesús es el verdadero y único motivo de celebración. ESPECIAL

PRIMERA LECTURA: Sir. 3, 3-7. 14-17a. “El que teme al Señor, honra a sus padres”.

SEGUNDA LECTURA: Col. 3, 12-21. “La vida en familia, de acuerdo con el Señor”.

EVANGELIO: Mt. 2, 13-15. 19-23. “Toma al niño y a su madre y huye a Egipto”.

Jesús, María y José, una familia

Después del asombro, del gozo de contemplar al Hijo de Dios invisible que se hizo visible; el omnipotente que se mostró pequeño, débil; el inmortal que existe desde antes que existiera el cosmos; el que al tomar la naturaleza del hombre se ha tornado mortal, ahora —todavía arrobados ante la magnitud del Misterio— los ojos de los creyentes contemplan la escena toda: allí, junto al pesebre, está con gran amor la mujer que lo llevó en su seno y que en esa noche gloriosa, al hacer el niño, lo ha recibido en sus brazos; allí, en un silencio de profunda contemplación, está José, testigo del Misterio y guardián de esos tesoros: la Madre y el Hijo que a él han sido confiados.

Juntos irán por un espacio temporal de treinta años; unidos en el amor disfrutarán las mismas alegrías y también aceptarán juntos el dolor, parte integrante en la vida. Ellos, por gracia divina, forman una familia, la más bella, la más santa en todos los siglos. 

Esta celebración, todavía navideña, conduce a las mentes y a los corazones a entender y gestar las virtudes de la familia que se compromete a vivir, según las luces del Evangelio, en la práctica de las virtudes domésticas.

La familia, célula primera y vital de la sociedad. El magisterio de la Iglesia, desde los primeros siglos, siempre ha enseñado y ha insistido en la importancia y la trascendencia de la familia, porque es la primera escuela; y en ella los mejores alumnos, en los años evolutivos, estarán dispuestos, aptos ya por la edad, para aceptar y después vivir esas primeras enseñanzas, muchas de ellas inseparables, en las demás etapas de la vida.

Consolidar la familia es dar cohesión a la sociedad; toda transformación de fondo empieza en la educación, y ésta en la niñez, en la adolescencia, en la juventud.

José Rosario Ramírez M.


La visión cristiana de Dios y del ser humano

Para los cristianos acercarse al misterio del ser humano implica necesariamente acercarse al misterio de Dios y viceversa. La antropología teológica cristiana se desarrolló sobre todo como una antropología práctica que surgió de las experiencias vividas en un aprendizaje espiritual (mistagogía) iluminadas por la revelación. Por ejemplo, los creyentes constataron primero en sí mismos la lucha permanente entre lo que percibían como bien y mal dentro de sus propias vidas. A partir de años de introspección, reflexión, aciertos y errores, fueron trazando un mapa de la estructura de la condición humana, sus componentes, sus potencialidades y límites y la mejor manera de vérselas con todos estos elementos.

En un diálogo permanente con la revelación, fundamentalmente desde las Sagradas Escrituras interpretadas a partir de la Fe Viva de la Iglesia, fueron estableciendo elementos que les permitieran entender qué es el ser humano. En no pocas ocasiones, conceptos teológicos, como el de persona, utilizado para nombrar a las tres entidades integrantes de la Trinidad, crecieron paralelamente al uso que se hizo de ellos en la antropología práctica cristiana. El desarrollo del conocimiento de ambas esferas, la divina y la humana en la fe cristiana, ha quedado indisolublemente ligada.

Los cristianos, ya desde los inicios de la fe, manifiestan una incipiente  noción trinitaria de que en lo más profundo de la identidad divina no existía una soledad volcada sobre sí misma, sino más bien una comunidad de amor. En consecuencia, el Dios de los cristianos es una comunidad basada en donación radical y apertura a la donación del otro. Así se ha manifestado este Dios en la relación con su Creación. Incorporarse a ese círculo del amor divino implica vivir desde esa lógica del dar y recibir, de convertirse en don y existir gracias al don de los demás.

La imagen divina, como don, implica que tenemos las características necesarias para interactuar en cada momento como las Personas de la Trinidad. La semejanza divina sería el poner en juego esas características en el acto de vivir como una comunidad de amor. En ese intercambio y entrega entendemos finalmente nuestra propia identidad y vocación.

Alexander Zatyrka, SJ - ITESO


La verdadera Navidad

En nuestro tiempo y en las condiciones de la  sociedad actual ¿qué sentido tiene celebrar esta fiesta cristiana? ¿Cómo preparamos y celebramos la Navidad? Podemos decir que de diversas maneras.

Una forma, que podríamos llamar ideal, es aquella en la que, obedientes a los reclamos de la sociedad de consumo, primero corremos a los centros comerciales para adquirir comida, bebida y regalos suficientes para que la noche del 24, toda la familia esté feliz, alrededor de una mesa abundantemente servida, intercambiando felicitaciones y regalos. Todos sonrientes y bien vestidos, mientras que afuera, la realidad sigue su curso.

En esa realidad que ponemos en pausa, hay otra manera en que muchos pasan la Navidad. Personas ancianas solas, enfermas, niños que nos piden su Navidad, una multitud de pobres que en la Nochebuena tendrán una mesa prácticamente vacía y comerán, a duras penas, lo mismo de diario. A estas personas difícilmente las felicitaremos por la Navidad, si acaso extenderemos tímidamente la mano para darles alguna ayuda, pero sin detenernos a mirarlas a los ojos. 

Los cristianos deberíamos celebrar la verdadera Navidad, prepararnos humanamente, pero sobre todo espiritualmente a celebrar la gran fiesta de un Dios que se ha querido hacer Dios-con-nosotros. Un Dios que nos prepara la mesa eucarística donde tantos hermanos vuelven a nutrirse del Pan vivo bajado del cielo. Un Dios que después de haberse hecho hombre por amor se dona como Pan de vida. Celebrar la Navidad es dejar que la Palabra que se anuncia en la Misa de Nochebuena resuene en nuestros corazones y nos haga una comunidad de creyentes, una familia de hermanos. 

La Navidad no es un paréntesis al interior de una vida opaca y sin sentido que no nos gusta o nos duele, sino que puede ser el inicio de una vida comprometida y con sentido.

La Navidad es la fiesta que celebra a un Dios que nace, a la Palabra enviada a disipar las tinieblas que envuelven nuestros corazones y a romper el silencio de nuestra indiferencia. Celebrar en cristiano la Navidad es compartir el sueño de Dios que quiere que vivamos como hermanos. No tengamos miedo a soñar con Dios, que se hizo uno de nosotros y que permanece con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. No preparemos cosas para la Navidad, preparémonos nosotros a recibir a Dios que hoy quiere nacer en el pesebre de nuestro corazón.  

Ser y Hacer familia es mucho más que formalizar una relación con nuestra pareja, mucho más que dar el apellido a nuestros hijos, mucho más que conseguir un hogar donde las necesidades estén cubiertas. Familia es aprender a ser verdaderas escuelas de amor donde, a pesar de nuestras diferencias, nos sentimos queridos y apoyados. Familia es estar abiertos a los demás y también a Dios. Pensar nuestras vidas desde esta perspectiva de unión y realización, es un reto que debe durar todo nuestro ciclo vital. A ello nos invitan las lecturas de esta festividad de la Sagrada Familia.
 

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