Sábado, 11 de Octubre 2025

La paz esté con ustedes

"La Resurrección de Cristo nos da la esperanza de una nueva vida”

Por: El Informador

Al morir en la Cruz del Calvario y Resucitar, Cristo nos dio la esperanza de una nueva vida. ESPECIAL

Al morir en la Cruz del Calvario y Resucitar, Cristo nos dio la esperanza de una nueva vida. ESPECIAL

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Hech. 2, 42-47. “Los creyentes vivían unidos y todo lo tenían en común”.
EVANGELIO: Jn. 20, 19-31. “Ocho días después, se les apareció”.
SEGUNDA LECTURA: 1Pe. 1, 3-9. “La Resurrección de Cristo nos da la esperanza de una nueva vida”.

Imaginemos un poco el ambiente que los discípulos respiraban. El evangelista San Juan, nos ayuda a concebir la escena de los apóstoles el día de la resurrección: se encontraban encerrados por miedo. Miedo a los judíos que, tan vorazmente, lograron terminar con la vida de un buen hombre, un gran maestro, y un entrañable amigo. Miedo de correr la misma suerte de Jesús, de ser una víctima más. Miedo por no haber permanecido con el maestro, haberlo abandonado en su martirio, haberle mentido. Miedo por la muerte del Mesías y la desesperanza que esto ha generado en el corazón de sus apóstoles. Miedo por todos los proyectos a futuro que aparentemente han quedado extintos en la cruz, ¿ahora qué será de ellos, valió la pena dejarlo todo para seguirlo, fue tiempo perdido?

La situación en la que vivimos hoy en día tiene un gran parecido a la del pasaje evangélico que la liturgia dominical nos ofrece. Nos encontramos confinados en cada uno de nuestros hogares para disminuir o impedir algún riesgo de contagio de este ya famoso COVID-19. Somos testigos del gran dolor que experimentan miles de familias por la pérdida de algún ser querido. A veces, la desesperanza se apodera de alguno de nosotros ante un panorama así, de enfermedad, sufrimiento, impotencia, ineptitud de algunas autoridades. La tristeza de ver y experimentar ese distanciamiento familiar y/o social que debemos vivir en estos momentos, tan importante para disminuir el número de contagios. Tantos proyectos frustrados tal vez, vacaciones canceladas, reuniones que deben posponerse, nuevas formas de laborar, personas que han perdido su empleo, otras que están al borde de la quiebra, quienes viven en la miseria, son algunos de los escenarios que se viven en estos momentos. Escenarios de miedo.

Y cuando más miedo parecían tener los apóstoles, la presencia del Resucitado y sus palabras, son las mismas que Dios hoy ofrece a su pueblo: “La Paz esté con ustedes”. Jesús vive y está de nuevo en medio de los suyos. No es un fantasma, no hay por qué tener miedo. Al contrario, Jesús les hace experimentar una paz intensa y verdadera junto a una alegría incontenible. Sienten que Jesús, sí, el Resucitado, con su soplo, el soplo del Espíritu, aviva en ellos alegría y paz. 

El evangelio de hoy es toda una invitación a vencer nuestros miedos y a no cerrar nuestras puertas.

Y es que la resurrección de Jesús es toda una invitación a sentir. Hay que abrir todas las puertas que tengamos cerradas en nosotros mismos y sentir cómo se despierta el amor de quien nos ama y el amor que nos brota ante quienes amamos. Sentir cómo el amor nos reblandece, nos modela, nos figura humanamente, nos sitúa como constructores de paz, hacedores de un mundo nuevo, de nuevas situaciones y de circunstancias renovadas. Porque el amor nos dice quiénes somos y nos llevará donde no imaginamos. Sentir todo lo que nos muestra el evangelio de hoy; sentir a Jesús, «saberle» resucitado, nos añade el gozo y la alegría de ver renacida la fe. Y esto nos convierte en bienaventurados. Por ello, bienaventurados aquellos que sienten que la resurrección no sabe de miedos, que la resurrección no sabe de corazones cerrados.

En la esperanza de una vida nueva

El acontecimiento glorioso de la resurreccron de Cristo es celebrado no un día, sino durante cincuenta días de Pascua y ha de continuar todo el año, en todos los domingos.

El cristianismo no tomó el sábado como los judíos, como día festivo, día santo, sino el domingo, porque en domingo -el primer día de la semana- salió el Señor victorioso del sepulcro. Al vencedor de la muerte se le tributa culto de adoración singular cada domingo: “dies Domini” en latín, equivalente a “Día del Señor”.

El tiempo de Pascua tiene como signo la alegría. Ya quedaron guardados los ornamentos morados; ya se canta el Gloria en la misa y se entona el Aleluya, expresión de júbilo, de triunfo. En los campos de misión ya se integran los antes neófitos, que con el bautismo ingresaron a formar parte de la familia de Dios, la Iglesia.

Forma parte de la liturgia pascual, la lectura del libro “Hechos de los Apóstoles”, escrito por San Lucas, un griego convertido al cristianismo que sintió la inspiración de dejar en esas páginas los primeros pasos de la vida del cuerpo de Cristo, la Iglesia, con sus inexperiencias y el fervor fresco de quienes tenían cercanas la presencia y las enseñanzas de Cristo; las dificultades, las persecuciones y también las grandes alegrías, como la conversión del fariseo fanático Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos, transformado por la gracia de Dios en el incansable Pablo, apóstol de los gentiles, es decir de los no judíos.

El pensamiento como hilo conductor de este tiempo es “... renacer a la esperanza de una vida nueva”. Porque la Cuaresma fue el tiempo oportuno para una verdadera conversión, un cambio de vida con otra escala de valores.

Cristo quiso que su Iglesia fuera signo e instrumento de perdón, de la reconciliación que adquirió con su pasión su muerte y su resurrección. Ahora, resucitado, comunica y transmite ese poder a sus apóstoles, y después a los discípulos de éstos y a los sacerdotes entonces futuros, para bien de los pecadores de todos los tiempos. 

José Rosario Ramírez M.

¡Disminúyenos la fe!

Recientemente llegó a mis manos un libro provocador y sugerente titulado Paradojas de la fe en tiempos posoptimstas (2017), del sacerdote checo Tomáš Halík. El segundo capítulo tiene por título el que hoy lleva la reflexión que comparto con los lectores. Vivir la fe es vivir en la paradoja. Y ¿qué es una paradoja? Pues ¡lógico!, es todo lo contrario a la lógica, vivir en la contradicción. Jesús, en su tiempo (¡y en el de hoy!), es signo de contradicción. Estamos en Pascua y celebramos su resurrección después de experimentar la ironía de una muerte en cruz. 

Los discípulos de Jesús le piden: “Auméntanos la fe”. Es la lógica del mundo, queremos más, y además, más de lo mismo. Es “credulidad barata” que acumula seguridades. En respuesta, Jesús les dice que la fe debe ser como un grano de mostaza, diminuta, casi imperceptible. Se trata de vivir en esa esperanzadora incertidumbre de la fe. Cuando Jesús les muestra cuál es el camino, todos quieren seguirlo. A la hora de subirse a la cruz, todos huyen. Su “fe aumentada” se ha esfumado.

Cuando experimentan la resurrección, se dan cuenta que se trata de una “fe pequeña”. La resurrección brota desde las mínimas llagas de Cristo, así como brota de las llagas de nuestra existencia humana, de las llagas que hoy padece el mundo. Es en la debilidad donde se manifiesta la gloria de Dios que, en Jesús resucitado, nos invita a vivir como signos de contradicción.

El mundo nos invita seductoramente a una lógica de la movilidad social ascendente, a ser alguien si estamos en la cima del éxito. Mientras tanto, la “lógica ilógica” y paradójica del evangelio nos invita a abrazar “el fracaso” de la cruz, con la esperanza que, en el tiempo, se nos abrirá el entendimiento por la fe. Comprenderemos entonces que, para abrazar la cruz redentora de nuestra vida, nuestra fe quiere ser una “fe pequeña”. Por eso hoy te pedimos Señor: “Quítanos las seguridades de esa ‘fe grande’ y danos una ‘fe pequeña’, como un grano de mostaza y llena de tu fuerza!

Juan Enrique Casas, SJ - ITESO
 

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