Jueves, 28 de Marzo 2024
Suplementos | Cuarto domingo de Pascua

Jesús, el Señor, es el Buen Pastor

Los seguidores de Jesús tenemos que saber descubrir esta presencia del Buen Pastor, que da la vida, en tantos “descartados” que tenemos a nuestro alrededor

Por: Dinámica pastoral UNIVA

El buen pastor da la vida por sus ovejas. WIKIPEDIA/«El Buen Pastor», de Jean-Baptiste de Champaigne

El buen pastor da la vida por sus ovejas. WIKIPEDIA/«El Buen Pastor», de Jean-Baptiste de Champaigne

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hch. 4, 8-12.

«En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro”».

SEGUNDA LECTURA

1 Jn. 3, 1-2.

«Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.

Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es».

EVANGELIO

Jn. 10, 11-18.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’».

Jesús, el Señor, es el Buen Pastor

En este cuarto domingo de Pascua, en el capítulo décimo del Evangelio, San Juan presenta al Señor desempeñando el humilde oficio de pastor. “Yo soy el Buen Pastor”. Así ha querido llamarse. En el pueblo de Israel era muy conocido ese oficio desde la antigüedad, desde su historia. Pastor era Abel; Abrahán partió de Ur de Caldea, hacia las fértiles llanuras cercanas al río Jordán, guiando sus rebaños; en el mismo oficio se ocupaban los hijos de Jacob, cuando les entró la mala idea de vender a su hermano José; Moisés pastoreaba las ovejas de su suegro Jetró, cuando miró una zarza ardiendo y recibió allí el mandato divino de sacar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. David era adolescente que pastoreaba las ovejas de su padre Jesé, cuando el profeta Samuel derramó sobre su cabeza un cuerno lleno de aceite y, tras ungirlo, le dijo: “En adelante ya no pastorearás las ovejas de tu padre, sino que serás el pastor del pueblo de Israel”. Eran pastores que se calentaban al fuego al filo de la media noche, aquéllos a quienes el ángel mensajero les dio la alegre noticia del nacimiento del Salvador, y ellos fueron los primeros en correr y llegar y postrarse ante el Verbo de Dios hecho hombre, envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Muy familiar y cercana era para ellos la figura del pastor, y el Señor se valió de esta imagen para hacer entender su acción y su presencia en medio de los suyos.

“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. Ésta es la mayor prueba de amor del pastor a sus ovejas. Todo es obra del amor de Dios. San Pablo, en su Carta a los Romanos, habla del amor de Dios a los hombres. “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros” (Rom. 5, 8). Y San Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 4, 9). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” Juan 3, 16).

La Pascua es tiempo de alegría, de gratitud, de esperanza, todo porque el Buen Pastor resucitó y está en medio de sus ovejas. Mas Él ha dejado su Reino. Cada día es necesario pedirle a Dios, que mande a su Iglesia pastores llenos de fe, de amor, con vida e intenciones limpias y con gran deseo de servir, no de ser servidos.

José Rosario Ramírez M.

El Buen Pastor

Celebramos en la Iglesia el cuarto domingo de Pascua, llamado “domingo del Buen Pastor”. Jesús mismo se autodefine con esta expresión del “Buen Pastor” frente a los sacerdotes del Templo, los rabinos y escribas que lideraban al pueblo de Israel.

En un mundo tan industrializado y tecnológico como el nuestro, esta imagen de “pastor” puede que no tenga mucho significado y sea difícil de entender, pero el evangelio nos ofrece también una serie de características del “Buen Pastor” que sí nos ayudan a entender el significado pascual de esta expresión. Es el Buen Pastor que da la vida, que nos conoce como el Padre le conoce a Él, que también da la vida por otras ovejas que no son de este redil.

Dar la vida. Con esta expresión, Jesús expresa la ternura del Buen Pastor. Esta vida “recuperada” nos invita a hacer una reflexión para nuestra vida si queremos vivir como resucitados. ¿Cómo entregamos nosotros la vida? ¿Nos desvivimos por los demás? Hoy, que se nos invita a ser una comunidad, una Iglesia “en salida” ¿cómo lo hacemos? Los seguidores de Jesús tenemos que saber descubrir esta presencia del Buen Pastor, que da la vida, en tantos “descartados” que tenemos a nuestro alrededor: ancianos solos, los sin techo que hay por nuestras calles, los niños hambrientos, las víctimas de la guerra, las mujeres maltratadas, las personas sin empleo, entre otros.

Nos conoce como el Padre le conoce a Él. ¿Conocemos de verdad a Jesús? Con frecuencia tenemos un conocimiento superficial de fórmulas hechas, pero ignoramos quién es de verdad Jesús. De un amigo tenemos conocimiento, sabemos qué le gusta, cómo es, cuáles son sus ilusiones, incluso cuáles son sus defectos… y de Jesús ¿qué conocimiento tenemos? ¿Qué significa en tu vida? ¿Nos ponemos en la piel de Jesús y nos preguntamos qué haría en mi lugar? Seguro que Jesús derrocharía amor y ternura al encontrarse con los llagados de nuestra sociedad. Nosotros ¿por qué no hacer los mismo?

Si se quiere llevar a cabo el pastoreo y el cuidado a la luz del evangelio de este domingo, habría que aplicar esa expresión que el papa Francisco no ha dudado en acuñar: «oler a oveja». Oler a oveja se trata de acompañar la vida de muchos y ofrecer la posibilidad de entrar en comunión con ese Dios de quien somos sus hijos para disfrutar de esa realidad amorosa que es la divinidad. Oler a oveja es escuchar heridas y sanar errores; bendecir toda ilusión y corregir engaños. Oler a oveja es acompañar no pocas soledades y levantar pobrezas; alentar, apoyar, sostener. Y es que el pastor que huele a oveja es aquella persona creyente que ha escuchado la inquietante sugerencia de Dios para entregar su vida como ofrenda a favor de los demás, y solo para los demás. Que sabe que la más de las veces va a ser terapeuta herido, discípulo, aprendiz, con toda la grandeza y la miseria que comporta su humana condición. Pero, como en cualquier obra de arte, la grandeza que posee la entrega al cuidado del otro. Porque a través de esa entrega la compasión de Dios seguirá mirando y cuidando a la humanidad.

El tiempo de la resurrección

En una clase de filosofía de la religión, el profesor pidió a varios de sus alumnos que narraran alguna experiencia de Dios. Varias personas comenzaron a narrar sucesos con algún evento maravilloso, fuera de lo común. Otros decidieron no participar y se dijeron “si eso es experiencia de Dios, yo no he tenido ninguna”. 

¿Es posible tener una experiencia de Dios? ¿Cómo tendría que ser? ¿Necesariamente ha de ser algo fuera de lo común, fuera de nuestra cotidianidad?

La lectura del Evangelio de este domingo, tomado del Evangelio según San Juan, hace clara referencia a la experiencia de Dios. Jesús dice “Yo soy el buen pastor, yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen, así como yo conozco al Padre y Él me conoce” (Jn. 10, 14-15) Aquí, el verbo conocer no se utiliza en un sentido científico o doctrinario. No se trata de saber sino de experimentar. ¿Pero qué se experimenta para conocer a Jesús?

En la Biblia, el verbo “conocer” tiene varios significados. Puede tener un sentido de intimidad: “Adán conoció a Eva, su mujer, ella quedó en cinta y dio a luz a Caín” (Gen. 4,1). No se trata sólo de una relación sexual; conocer es amar y engendrar, una comunicación de la intimidad. Así pues, “conocer” también es comunicar. Pero en la Biblia, comunicar no tiene sólo el sentido de dar información, sino también de poner en común, compartir. 

¿Qué buscamos cuando queremos una experiencia de Dios? Es la experiencia de Jesús resucitado, desde luego. Pero buscar a Jesús es buscar lo que él nos comparte, lo que nos comunica: “…y yo doy la vida por mis ovejas” (Jn. 10,15). En nuestra relación de intimidad con él, buscamos lo que él hizo, lo que él entregó: su propia vida. Pero él la entregó a otras personas para que hicieran lo mismo. Así pues, una experiencia de Jesús resucitado es la experiencia de amar y desear entregar libremente la vida a otras personas, así como él lo hizo. Es la experiencia de dar vida a otros y de gozar con ello.

Rubén Corona, S.J.

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