Jueves, 25 de Abril 2024

Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos

La humildad brilla en todos los momentos de la vida de Cristo, y la verdadera manera de ser discípulos es despojarse de toda jactancia y de virtudes aparentes

Por: El Informador

«¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!». WIKIPEDIA/«Crist lligat i l'ànima cristiana», de Diego Velázquez

«¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!». WIKIPEDIA/«Crist lligat i l'ànima cristiana», de Diego Velázquez

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Zac. 9, 9-10

«Esto dice el Señor:
“Alégrate sobremanera, hija de Sión;
da gritos de júbilo, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti,
justo y victorioso,
humilde y montado en un burrito.

Él hará desaparecer de la tierra de Efraín los carros de guerra,
y de Jerusalén, los caballos de combate.
Romperá el arco del guerrero
y anunciará la paz a las naciones.
Su poder se extenderá de mar a mar
y desde el gran río hasta los últimos rincones de la tierra’’».

SEGUNDA LECTURA

Rom. 8, 9. 11-13

«Hermanos: Ustedes no viven conforme al desorden egoísta del hombre, sino conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes. Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.

Por lo tanto, hermanos, no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Pues si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos. Por el contrario, si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán».

EVANGELIO

Mt. 11, 25-30

«En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.

El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre; nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera’’».

Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos

En este domingo décimocuarto ordinario del año, Jesús, maestro de sabiduría divina, deja una lección clave para sus discípulos; para todos los de entonces, los de después y los que ahora lo busquen y quieran seguirlo: la sencillez, la humildad.

Está en la última parte del capítulo undécimo del Evangelio de San Mateo. El escenario es, posiblemente, la ribera del lago de Tiberíades, y han venido a buscar a Jesús, a escucharlo, los enfermos, los desposeídos, los necesitados, los que algo esperan de Él. Tanto el Maestro como la multitud que lo rodea, se sienten contentos de estar disfrutando de esa hora, y el Señor tal vez elevó su mirada a las alturas, tal vez puso sus brazos en alto y exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños!”.

Allí no están los poderosos; tampoco aquellos fariseos que ayunan dos veces por semana; que pagan el diezmo hasta de la ruda; que hacen largas oraciones en las calles, en las esquinas, para ser vistos, admirados, tenidos por Justos, e hinchados en su soberbia, y el inicio de todos los pecados es la soberbia.

Cristo va a abrir su Reino, mas no con los sabios de su tiempo; tampoco lo hará con los doctores del judaísmo, muchas veces despiadados para con el pueblo ignorante.

Allí con Él están los afligidos, los simples, los sencillos. La medida de toda elevación es la medida de la humildad. Es la virtud que brilla en todos los momentos de la vida de Cristo, y la verdadera manera de ser discípulos es despojarse de toda jactancia y de virtudes aparentes. Ser sencillos, como los sencillos allí sentados en la arena, con los sentidos puestos en la imagen y las palabras del Señor, sin condiciones, sin reservas.

Cristo se presenta como modelo para sus discípulos, para todos lo que quieran seguirlo, y si lo quieren seguir habrán de imitarlo. No pide que lo imiten en la forma brillante de presentar la palabra que salva, pues Él mismo es la Palabra del Padre.

José Rosario Ramírez M.

Espiritualidad y bienestar

“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio” (Mt 11,28). Los evangelios nos muestran la intimidad del corazón de Jesús, nos revelan a un hombre que vive a profundidad sus sentimientos, se emociona, ama a sus amigos, perdona a sus enemigos, siente temor y angustia, se apasiona por el reino y su justicia, se acongoja ante el dolor ajeno, se indigna, se goza ante lo sencillo de la vida… Es un hombre que vive a plenitud, siente con intensidad y transparenta sus emociones, disfruta del silencio y la intimidad, pero también goza con la compañía, la amistad y el servicio.

Estos versículos del Evangelio nos muestran la importancia de la espiritualidad. El hombre de hoy busca con intensidad cultivar su razón, pero atiende poco sus emociones y casi nada su espiritualidad. Sin embargo, ejercitar nuestra espiritualidad nos ayuda a vivir con mayor entereza las dificultades de la vida, el sufrimiento y la pérdida, a contactar con nuestras motivaciones más profundas, con experiencias vitales que darán verdadero sentido a nuestra existencia. Ese fue el secreto de ese hombre sencillo de Nazareth.

Dietrich Bonhoeffer, teólogo Alemán que vivió las atrocidades del nazismo, nos invita a enfrentar lo más difícil desde el amor y la esperanza: “Niega la entrada a la desesperación y haz que, en todos los lugares que de sangre se tiñeran, fluya el gozo a manos llenas”. ¿No es esto lo que vive Jesús en la cruz?: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23.46). La espiritualidad nos conecta con lo más íntimo de nosotros mismos, con la capacidad de amar, de tener compasión, con lo trascendente y con lo que da verdadero sentido a nuestra vida.

En nuestro día a día, impulsemos el cultivo de nuestra espiritualidad, esa inteligencia espiritual que nos sana y nos completa. Mantener conexión con nuestro espíritu nos coloca como autores de nuestra vida, nos vincula con los demás y con el universo mismo, motiva la esperanza y la gratitud, el perdón, la humildad y la compasión, la alegría y la serenidad interior.

Gerardo Valenzuela, SJ - ITESO

Ánimo, vengan a mí

Cuando hablamos de cansancio, nos estamos refiriendo a la falta de fuerza que experimentamos después de realizar un trabajo físico, intelectual o emocional, o también puede ser originado por la falta de un buen descanso. Ahora, si queremos definir la palabra agobio, podemos decir que se trata de una sensación de ansiedad o inquietud provocada por una situación o dificultad que cuesta mucho superar. Siendo así, cuántos de nosotros no hemos pasado por alguno de estos dos momentos en nuestra vida. El trabajo, la escuela, la familia, los amigos, son algunos de los escenarios donde constantemente se hacen presente este cansancio y agobio. Ninguno de nosotros ha quedado exento de vivir una situación difícil.

Podemos decir que hasta el mismo Jesús las vivió. Durante sus primeros pasos por su tierra de Galilea, se dedicó a enseñar en las sinagogas, a proclamar la buena noticia del Reino y a curar todos los achaques y enfermedades del pueblo. Era lógico que despertaran en Él sentimientos de compasión. Mateo lo señala escuetamente: “Jesús pasaba curando toda tipo dolencia y enfermedad”.

Por eso ahora escuchamos en este evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados”, porque Jesús sabe perfectamente cuál es la situación del pueblo. Pero, ¿quiénes son los cansados y agobiados a los que Jesús se refiere? ¿Qué significa también la imagen del yugo? Parecería lo más acertado responder que este mensaje de liberación y descanso es la alternativa que Jesús ofrece ante el yugo insoportable del formulismo estrecho con el que los fariseos explicaban y aplicaban la ley. 

Pero, ampliando el alcance de tal invitación, cansados y agobiados son también todos los que sufren en la vida por una u otra razón. Jesús sabe cuánto puede pesar la vida, que muchas cosas cansan al corazón: desilusiones, heridas del pasado, injusticias, incertidumbres y preocupaciones por el futuro. Cristo nos hace una invitación personal que nos alivie. Ante todo, es una invitación a movernos: “¡Vengan!”. Un primer error en nuestra vida, cuando surgen los problemas, es permanecer en donde estamos. Ahora, debemos considerar que no basta con salir, es necesario saber a dónde ir, porque muchas metas son solo vanas ilusiones: prometen descanso y paz, dejando luego en la soledad de antes. Por eso Jesús indica la meta: “¡Vengan a mí!”

El remedio que Cristo nos ofrece pudiera parecer sorprendente, pero hay que saber entenderlo. Dicho remedio es precisamente tomar su yugo, cuando lo que buscábamos era descargarnos del nuestro. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón. No nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con Él cada peso se hace “ligero”, porque Él es el descanso que andamos buscando.

De esta manera, la “fe” en el Dios de Jesús se vuelve “fortaleza y consuelo”, como advierte el Evangelio, ya que nos empuja hacia un estilo de vida en el que los aparentemente débiles alcanzan una fortaleza inexplicable: la de sentirse parte activa en el proyecto definitivo de Dios: la construcción de su Reino.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones