Jueves, 18 de Abril 2024
Suplementos | Santísima Trinidad

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Dios, teniendo una sola naturaleza divina, son tres Personas íntimamente unidas, con las que Él abarca todas las dimensiones de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestro mundo

Por: Dinámica pastoral UNIVA

Hoy celebramos que Dios es Uno y Trino y se hace presente aquí y ahora. Retablo de la Trinidad/Wikipedia

Hoy celebramos que Dios es Uno y Trino y se hace presente aquí y ahora. Retablo de la Trinidad/Wikipedia

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ex. 34, 4b-6. 8-9. 

«En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, llevando en la mano las dos tablas de piedra, como le había mandado el Señor. El Señor descendió en una nube y se le hizo presente.

Moisés pronunció entonces el nombre del Señor, y el Señor, pasando delante de él, proclamó: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”.

Al instante, Moisés se postró en tierra y lo adoró, diciendo: “Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya”».

SEGUNDA LECTURA

2Cor. 13, 11-13.

«Hermanos: Estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes.

Salúdense los unos a los otros con el saludo de paz.

Los saludan todos los fieles.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes».

EVANGELIO

Jn. 3, 16-18.

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Hoy, los creyentes inclinan la cabeza ante el misterio de Dios que sobrepasa todo conocimiento. Misterio central de la ley de la vida del cristiano, es el misterio de un solo Dios en tres personas distintas. Y si es misterio, si es inalcanzable para la mente del hombre que es un ser limitado, entonces sólo aceptar la verdad revelada debe ser la actitud humilde.

San Pablo predica la buena nueva a los habitantes de la Roma del siglo primero —encadenados entonces los romanos a los tres falsos dioses: el poder, el dinero y los placeres—, y les habla de otra vida más allá de la existencia terrenal; de que Cristo resucitó y los que en Él crean, con Él resucitarán; y saben por sus labios la sabiduría de Dios, mas dentro del misterio de lo inalcanzable a la mente humana. No la razón, que saque conclusiones, sino la fe para aceptar las verdades reveladas. Hasta que ‘se despojaran de la soberbia de los poderosos, de los vencedores, de los señores y amos de su mundo de entonces, podrían, revestidos de humildad, verdaderamente ser cristianos. Que no pretendan tener las llaves para abrir y entrar en los misterios de Dios. Así les dice:

“¡Qué abismo de riqueza son la sabiduría y la ciencia de Dios!

¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos!

¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor?

¿Quién ha sido su consejero?’

¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva?

Él es origen, camino y término de todo.

A Él la gloria por los siglos”.

(Romanos 11, 33, 36).

Se adelanta San Pablo porque sabe que hay crisis de fe, que hay sacudimientos que ponen en angustia a los creyentes. Los incrédulos jamás tendrán problemas, porque no han ido más allá del mundo que los rodea. Es el creyente el que en ciertas horas se interroga, se cuestiona sobre el sentido de su propia existencia, sobre qué es lo que le espera más allá de esto que se llama vida.

José Rosario Ramírez M.

Estén alegres

“Estén alegres”, nos pide la Sagrada Escritura en la festividad de la Santísima Trinidad que correspondería a este domingo. En medio de esta crisis sanitaria que nos mantiene encerrados en casa desde hace varias semanas y alejados de los templos que permanecen cerrados por cautela y previsión ante una pandemia, a muchos les costará aceptar y entender esta petición del Señor. Para la mayoría de los fieles la situación se ha vuelto más difícil cada día ante la incertidumbre que genera y sin alimento espiritual, alejados del culto, del acceso a los sacramentos y a los auxilios básicos como el de un funeral digno. Por otro lado, la economía para gran parte de la población es amenazante, sin empleo para muchos; el exponerse al contagio para buscar lo necesario para la subsistencia de la familia crea un ambiente de angustia, de temor que no deja pie para estar alegres. 

Además, el vivir sin la ayuda de la liturgia, de la participación comunitaria, de sentirse cuerpo de Cristo al orar en común aumenta el peligro de crearse dioses falsos, de olvidarse del verdadero Dios que nos ama, de dejarse llevar por la comodidad, los que la pueden tener, como  sucedió a los judíos que huían de Egipto y en la espera angustiosa, cuando al sentirse solos se hicieron un  becerro de oro y lo adoraron. El ocio o el abuso de las tecnologías pueden convertirse en un becerro de oro.

Estén alegres, nos dice san Pablo en la segunda lectura, es decir déjense consolar, déjense animar por el único que puede hacerlo, el Señor, Jesucristo que se dejó colgar de una cruz y morir en ella para salvarnos, como en otro tiempo el Señor salvó al pueblo de Israel de la muerte en el desierto —castigado con la mordedura de serpientes— cuando aquel mordido veía la serpiente de bronce que Moisés hizo y puso en una cruz por mandato del Señor. 

Déjense animar, movidos por la fe en el verdadero Dios y la esperanza de la salvación, y oren en familia, Iglesia doméstica mientras volvemos a retomar la vida comunitaria.

Francisco Javier Martínez Rivera, SJ - ITESO.

El Señor descendió en una nube y se le hizo presente

(Ex. 34, 4b-6. 8-9)

Al celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad nos podemos dar cuenta que Dios no es un ser ocioso que se limita a observar desde el cielo lo que pasa aquí abajo, no es un ser lejano, solitario y mudo, ni mucho menos es un personaje imaginario creado por el ser humano. Todo lo contrario, hoy celebramos que Dios es Uno y Trino y se hace presente aquí y ahora.

En el pasaje del libro del Éxodo se nos dice que, de madrugada, Moisés subió al monte Sinaí con las tablas de la ley y que Dios bajó en la nube y se quedó con él. Es decir, Moisés hizo el esfuerzo ascético de ascender hacia Dios, y lo hizo guiado por los Diez Mandamientos, esto es, por la voluntad divina; y Dios, por su parte, descendió y lo rodeó con la nube, la cual es un modo bíblico de hablarnos del misterio divino.

En efecto, todos tenemos la experiencia de haber caminado dentro de una nube, es decir, en medio de la niebla, donde la visibilidad es casi nula y hace sentirnos desorientados. Por eso la nube simboliza el misterio de Dios. Esa es la vivencia mística de Moisés, que experimentó pasivamente, cómo Dios le envolvía y le abrazaba con su infinitud. ¿Y cómo reaccionó Moisés? Primero sintió la compasión y la misericordia de Dios y, acto seguido, Moisés intercedió por su pueblo, para que Dios le perdone y permanezca junto a él.

Si nos fijamos, este pasaje revela que Dios es ante todo un misterio que nos supera infinitamente, pero es un misterio que vela por nosotros desde el Cielo, como Dios Padre; es un misterio que nos ama misericordiosamente, como Dios Hijo; y es un misterio que ha bajado para morar ahora en este mundo, y dentro de nosotros, como Dios Espíritu Santo.

Efectivamente, la Trinidad no es una mera teoría teológica sino algo muy real que experimentamos interiormente y compartimos comunitariamente. Sabemos, con el Evangelio según san Juan, que Jesús no fue enviado por el Padre para juzgarnos sino para salvarnos, por ello murió por nosotros en la Cruz. Y Jesús nos dice que quien cree en Él se salva. Obviamente, no se refiere a creer superficialmente, como quien se cree lo que escucha en un programa de televisión, sino a creer en Él profundamente, haciéndolo vida, siendo coherente con el Evangelio. Y eso sólo se consigue cuando compartimos nuestra fe con el resto de la Iglesia.

Y así, nuestro modo de ver la realidad queda marcado por nuestra vivencia de la Santísima Trinidad, de tal forma que vemos el mundo como la obra de Dios Padre, compartimos con otras personas nuestro seguimiento de Jesús y sentimos en el fondo de nuestro corazón al Espíritu Santo. Eso es lo que hoy celebramos: que Dios, teniendo una sola naturaleza divina, son tres Personas íntimamente unidas, con las que Él abarca todas las dimensiones de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestro mundo. Esto es, ciertamente, un misterio, pero es un misterio salvador.

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