Viernes, 19 de Abril 2024
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Santísima trinidad: Un ministerio inagotable

Un solo Dios que es Padre amantísimo, el Hijo de Dios, hermano y salvador nuestro, y el Espírito Santo, guía y abogado que nos lleva al Padre

Por: El Informador

«Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él». «La Santísima Trinidad con María Magdalena», de Sandro Boticelli

«Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él». «La Santísima Trinidad con María Magdalena», de Sandro Boticelli

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Éxodo 34, 4b-6. 8-9.

«En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, llevando en la mano las dos tablas de piedra, como le había mandado el Señor. El Señor descendió en una nube y se le hizo presente.

Moisés pronunció entonces el nombre del Señor, y el Señor, pasando delante de él, proclamó: "Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel".

Al instante, Moisés se postró en tierra y lo adoró, diciendo: "Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya"».

SEGUNDA LECTURA

Corintios 13, 11-13.

«Hermanos: Estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes.

Salúdense los unos a los otros con el saludo de paz.

Los saludan todos los fieles.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes».

EVANGELIO

Juan 3, 16-18.

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios».   

Un ministerio inagotable

Este domingo 4 de junio celebramos la festividad de la Santísima Trinidad, un misterio inagotable. La Iglesia, después de haber recordado la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor y habernos acompañado durante cincuenta días en espera del cumplimiento de la promesa de un Consolador, un abogado, Pentecostés, que estaría con nosotros hasta su vuelta, celebra la fiesta de la Santísima Trinidad que no es más que recordar al mismo Dios.

Sin darnos cuenta, constantemente nos dirigimos a Dios recordando este misterio. Empezamos el día diciendo: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…”. Recordamos las tres personas que están en Dios: El Padre, el Hijo -Jesucristo, que murió por nosotros- y el Espíritu Santo, Abogado y Consolador. En esto basamos nuestra fe.

En la primera lectura de este domingo, en el libro del Éxodo se manifestó a Moisés: “Yo soy el Señor, el Señor Dios compasivo y clemente, paciente misericordioso y fiel”. En la segunda lectura Pablo, cuando se dirige a los corintios, les dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”. Y en el Evangelio san Juan nos recuerda cómo Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salvara por Él.

No se pretende que tengamos una clase de teología, sino que recordemos lo que creemos. El amor infinito de Dios hace todo para salvarnos, porque Él no quiere que el pecador se pierda, sino que se convierta y viva para la vida eterna. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él.

La Santísima Trinidad es Dios mismo en sus tres personas distintas en una unidad. Un solo Dios que es Padre amantísimo, el Hijo de Dios, hermano y salvador nuestro, y el Espírito Santo, guía y abogado que nos lleva al Padre.

Javier Martínez, SJ - ITESO

Solemnidad

La norma de vida de todo cristiano católico debe ser el amor, porque solo amando podremos comprender este misterio de la Santísima Trinidad.

A Dios no se le conoce por la lógica ni se le comprende por la razón. A Dios solo se le puede comprender en el amor, amando. Para muchos es incomprensible este misterio de la Santísima Trinidad porque no aman a Dios y la lógica humana se pierde ante el misterio.

La Santísima Trinidad es un misterio de amor, donde la ciencia supera con mucho al misterio. La fe y el amor son quienes hacen posible comprender esta bella verdad que Cristo nos reveló cuando dijo; Créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.

¡La Trinidad Santísima es unidad de amor! Solo así, en la unión de amor con ellos, podremos disfrutar de la delicia de este misterio incomprensible y desconocido para la razón e inteligencia humana, pero demasiado claro para el corazón que vive de amor.

Sólo el amor puede ayudar a explicar y a comprender esta verdad de fe. Que Dios Padre, creador de todo cuanto existe, que su Hijo amado, que también es Dios y es hombre perfecto, y que el Espíritu santo, que es Dios, y como dice el credo, es señor y dador de vida, Son un solo Dios Verdadero y perfecto, en tres personas distintas, Unidas entre sí por el amor.

Dios no pretendía que el hombre se afane en comprender este misterio, sino que permita que el misterio lo abrace, lo posea para que en él encuentre la plenitud de su propia felicidad y la plenitud de la santidad, comprendamos cuánto Dios nos ama y vivamos plenamente en ese amor trinitario, que lo envuelve todo, que lo penetra todo y que a todo y a todos por igual nos debe invadir. Este misterio de la Trinidad nos llama a vivir en plena comunión con Dios, a estar siempre atentos a la voluntad divina.

La Santísima Trinidad nos debe llenar de alegría al conocer cuán grande es el amor que Dios nos tiene, que nos llama a adentrarnos en ese misterio santo de amor: aspirar a la santidad, a hacer del amor la norma de nuestra vida y a vivir, ya desde este mundo, en la presencia de Dios.

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